En los últimos 20 años, en América Latina y el Caribe presenciamos una reducción de casi 20 puntos en los niveles de pobreza y el desarrollo de una nueva clase media emergente. Sin embargo, como veíamos previamente en este blog, esta nueva clase nació expuesta a choques económicos y sin esquemas de seguridad social: en 2018, solo el 42% de los trabajadores de la región tenía acceso a la seguridad social de su país, y en aquella clase media emergente el porcentaje era mucho menor. En 1998, este porcentaje era de 38%, por lo que el avance en este ámbito fue bastante moderado.
Los choques derivados de las medidas de aislamiento social impuestas para frenar el avance del coronavirus han dejado en evidencia la fragilidad de este avance. En tan solo cuatro meses, millones de personas han perdido su empleo, tanto en el sector formal como en el informal. Solo una minoría de los afectados está cubierta por seguros de desempleo o tiene acceso a seguros de salud, lo que es altamente preocupante en el contexto de la pandemia de la COVID-19.
Ante este panorama, los países han recurrido a mecanismos ad hoc para repartir recursos mediante transferencias especiales. Hay que reconocer que lo han hecho extraordinariamente rápido, pero encontrar de la noche a la mañana a toda esta población, que a menudo es invisible para los gobiernos, ha supuesto un enorme reto de ejecución. En algunos casos, se habla de que los mecanismos establecidos para distribuir estos bonos pueden haber incluso contribuido a aumentar el número de contagios, y todavía se estima que muchas personas que los requieren pueden haber quedado por fuera.
Un problema estructural que requiere soluciones estructurales
La falta de aseguramiento de la clase media se desprende del propio diseño de los sistemas de seguridad social, que aunque es usado en prácticamente toda la región, no funciona para nuestros mercados de trabajo. Por un lado, en muchos países, solo las personas que se encuentran en relaciones laborales asalariadas tienen acceso a estos sistemas, y la realidad es que la cantidad de empleos de este tipo no ha crecido en el tiempo. Además, las tendencias mundiales en lo que refiere a las nuevas tecnologías y la naturaleza del trabajo hacen que las modalidades no tradicionales de trabajo vayan en aumento; como es el caso del trabajo a través de plataformas digitales y el trabajo independiente.
La falta de aseguramiento de la clase media se desprende del propio diseño de los sistemas de seguridad social,
Por otro lado, los sistemas de aseguramiento social están financiados por contribuciones obrero-patronales. Sin embargo, en gran parte de los países la productividad se ha mantenido estancada y, como resultado, muchas empresas no alcanzan a financiar un salario digno y el aporte a la seguridad social.
Reformar la seguridad social: una prioridad ante el coronavirus
Decía Einstein que “la definición de la locura es hacer la misma cosa una y otra vez esperando obtener resultados diferentes”. Entonces, si queremos cambiar los resultados que estamos obteniendo en materia de protección social, debemos hacer reformas profundas. Es cierto que el contexto para reformar la seguridad social es difícil por la escasez de fondos, pero existe un sentimiento generalizado de que este es el momento de darle al botón de reinicio. No para volver al pasado, sino para construir un futuro mejor: una sociedad más equitativa donde nos apoyemos unos a otros. La pandemia del coronavirus nos ha mostrado que todos somos parte de una misma humanidad, y que la única manera de enfrentar el problema es trabajando juntos.
Si queremos cambiar los resultados que estamos obteniendo en materia de protección social, debemos hacer reformas profundas.
Para ello, debemos expandir el ámbito y cambiar el modelo de financiación a recursos generales, como funcionan las escuelas. En el sistema educativo, se garantiza que todos los niños tienen derecho a estudiar independientemente de la categoría ocupacional de sus padres. Así, en el mercado de trabajo debemos asegurar que todos los trabajadores tienen acceso a la seguridad social, al menos a un piso básico, independientemente de su condición laboral; porque lo cierto es que seamos trabajadores por cuenta propia, asalariados, o freelancers, todos nos podemos enfermar, todos podemos perder nuestra fuente de ingreso, y todos envejecemos. Como muestra el trabajo de Santiago Levy, una reforma en estas líneas no solo mejoraría la protección social, sino que aumentaría la productividad.
Los grandes avances en seguridad social se dieron después de grandes crisis. Después de la Gran Depresión de los años 30 vino el New Deal y el nacimiento de la seguridad social en Estados Unidos. Después de la Segunda Guerra Mundial vino el Beveridge Report y la creación de la seguridad social en el Reino Unido y el concepto del estado de bienestar. Como dijo el Premio Nobel de Economía Paul Romer, “una crisis es una cosa terrible para desperdiciar”. Estemos, entonces, a la altura de la historia: renazcamos con esta crisis y creemos verdaderos sistemas de protección social, para todos.
Leave a Reply