El COVID-19 ha impactado la vida de cientos de mujeres en todo el mundo, y América Latina y el Caribe no es la excepción. La vida de Camila, una profesora en un colegio de México, ha cambiado profundamente en los últimos meses. A raíz de la pandemia, ha tenido que adaptar su rutina para poder seguir trabajando de manera virtual al tiempo que se ocupa de sus hijos y de las tareas del hogar tras el fallecimiento de su esposo a causa del coronavirus. Luz, una peruana en Chile, también ha tenido que hacer malabares. Tras haber emigrado para buscar mejores condiciones de vida para sus tres hijas que dejó en Perú, acaba de perder su empleo y no ha logrado encontrar nuevas oportunidades para seguir generando ingresos.
Camila y Luz son apenas dos de las millones de mujeres de nuestra región que han sido afectadas, directa o indirectamente, por el COVID-19. Algunas están teletrabajando, otras han perdido su trabajo, y muchas han tenido que apoyar directamente a la educación en línea de sus hijos, ocuparse de las múltiples tareas del hogar, o, en algunos casos, asumir el cuidado de sus padres (más aún, es posible que a algunas mujeres les haya tocado todo esto al mismo tiempo). En todos los ámbitos de nuestras vidas hemos tenido que adaptarnos a la “nueva normalidad”, y las mujeres estamos siendo particularmente afectadas por esta situación.
Avances y retrocesos en el mercado laboral
Las últimas décadas han sido testigos de un gran avance en la participación laboral de las mujeres en la mayoría de los países de nuestra región, pero la actual crisis sanitaria y económica nos ha hecho retroceder. Antes de la pandemia, habían más mujeres participando en el mercado laboral que en cualquier otro momento de la historia (48% de la fuerza laboral en 2018 eran mujeres). Sin embargo, los sectores con mayor participación femenina (como comercio, educación, trabajo doméstico y turismo) son también algunos de los más golpeados por el COVID-19. Muchas mujeres han perdido su empleo, y otras hemos podido conservarlo gracias al teletrabajo. Luego están las que trabajan en el sector salud, con grandes riesgos para su propia salud y la de sus familias.
El trabajo no remunerado: la gran brecha que se profundiza con la pandemia
Un denominador común para todas las mujeres es la sobrecarga de tareas fuera del ámbito laboral, que afecta su trabajo y su calidad de vida y agrava los efectos de la pandemia sobre ellas. A raíz del COVID-19, las mujeres trabajadoras han tenido que combinar su trabajo remunerado con tareas del hogar, educación de los hijos y tareas de cuidado, responsabilidades que caen desproporcionadamente sobre ellas (en México, por ejemplo, las mujeres asumen en promedio 39 horas semanales de trabajo no remunerado de cuidado de personas y de hogares). En el mejor de los casos, los hogares son conformados por una pareja que comparte algunas de las tareas; en otros, la pareja simplemente no participa de estas actividades.
Las mujeres trabajadoras han tenido que combinar su trabajo remunerado con tareas del hogar, educación de los hijos y tareas de cuidado, responsabilidades que caen desproporcionadamente sobre ellas.
Las mujeres pasan, en promedio, el doble de tiempo en el trabajo doméstico no remunerado que los hombres. Esto impacta en el desarrollo de sus carreras, afecta su competitividad y eficiencia, obliga a dejar pasar oportunidades y crea obstáculos para obtener promociones y aumentos. También, en algunos casos, las obliga a abandonar los espacios que han conseguido en la esfera pública e incluso a perder su empleo, sin mencionar los niveles elevados de cansancio, ansiedad y estrés y el aumento de la violencia doméstica a causa del confinamiento.
Una brecha que no se termina con la pandemia
El impacto de la pandemia tendrá efectos duraderos para todos, en varias dimensiones. Una de ellas será la de las pensiones, en donde las mujeres también llevan las de perder. En países como Chile, Costa Rica y México, el número de mujeres que perciben una pensión contributiva es considerablemente menor que el número de hombres. Esto se debe a las “lagunas previsionales”, que son periodos durante los cuales las mujeres no trabajan o lo hacen de manera informal, sin contribuciones a la seguridad social. La pandemia representa una laguna previsional para muchas mujeres, y aun no sabemos cuándo muchas de ellas volverán a tener un trabajo formal, con acceso a la seguridad social.
¿Y ahora qué?
El impacto de la crisis en las mujeres pone en tela de juicio los avances que se habían logrado en este nuevo siglo para cerrar la brecha de género. Para mitigar los efectos y asegurar que más mujeres puedan acceder a un empleo formal superada la etapa de confinamiento, es necesario incorporar activamente la dimensión de género en las estrategias de respuesta ante la pandemia, lo que requiere destinar recursos suficientes para responder a las necesidades específicas de las mujeres. Dentro del mercado laboral, es necesario que las políticas de reactivación económica incorporen proactivamente a las mujeres, y que los empleadores establezcan medidas específicas destinadas a atender esta situación particular (como conceder horarios flexibles a las madres trabajadoras, respetar un tiempo de desconexión y conceder extensiones para los proyectos). Al interior de los hogares es importante visibilizar el tema y acordar la repartición de las tareas entre todos los integrantes de la familia. Juntos podemos hacer que Camila, Luz, y todas las demás mujeres de nuestra región puedan contar con un mejor futuro a pesar de la pandemia.
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