¿Por qué los jóvenes indígenas de las ciudades no quieren trabajar?
En una conversación con empresarios de El Alto, una de las ciudades con mayor cantidad de migrantes campo-ciudad de origen indígena de Bolivia, estos manifestaban algunos comentarios que no contrataban jóvenes migrantes indígenas porque eran poco serios y desaparecían sin avisar para irse de fiesta a sus pueblos. Manuel Urquidi, especialista en mercado laborales del BID, no contento con esa explicación, quiso investigar un poco más. ¿Qué estaba pasando?
Lo que descubrimos
“En realidad, lo que descubrimos”, cuenta Manuel, “es que los jóvenes vuelven a sus comunidades en las ocasiones importantes (rituales, fiestas, épocas de cosecha) para mantener su relación y sus raíces, pero también para cumplir con sus obligaciones hacia la comunidad y porque si no vuelven, pierden sus derechos en la comunidad y los adquiridos por su familia, como la posibilidad de usar o poseer la parcela de sus padres y abuelos para la agricultura”.
En definitiva, los empleadores no entendían la relación de estos jóvenes indígenas con sus comunidades de origen y éstos, a su vez, no lograban explicar las responsabilidades que conlleva ser parte de su comunidad ni ajustarse a las expectativas de los empresarios.
Un proyecto para promover la inserción laboral de jóvenes indígenas
El BID y el BIDLAB realizaron un proyecto piloto que promovía la inserción laboral de jóvenes migrantes indígenas en empleos formales en la ciudad de El Alto incluyendo formación en interculturalidad y habilidades blandas tanto para los directivos de las empresas como para los jóvenes.
Los resultados fueron muy positivos: los jóvenes explicaron a sus empleadores las dinámicas propias de su cultura y sus responsabilidades entre el campo y la ciudad y éstos cambiaron su percepción y ajustaron los horarios para permitir a los jóvenes cumplir con sus obligaciones comunitarias.
Entendimiento real para mejores soluciones
Solo entendiendo las dinámicas socioculturales que explican y contextualizan las tendencias estadísticas, es posible plantear mejores preguntas y, así mismo, proponer mejores respuestas de intervención. Desde el BID estamos trabajando en la adecuación sociocultural de las intervenciones y programas de desarrollo y queremos plantear estrategias cada vez más incluyentes y articuladas contextualmente.
El informe Brechas y desafíos socioeconómicas de los pueblos indígenas de América Latina: retos para el desarrollo con identidad, que será próximamente publicado, expone las brechas pero además analiza algunos desafíos que surgen de los propios datos y de cómo éstos han sido construidos, y provee análisis cruzados intersectoriales. ¿Qué aprendimos?
1. El reto de la consistencia y comparabilidad de los datos
Sigue siendo un desafío contar con datos que nos permitan conocer el número exacto de población indígena ya que varios países, en particular del Caribe, no han incluido variables de auto-reconocimiento étnico en sus censos. Es el caso de Bahamas, Barbados, República Dominicana, Granada, Haití, Jamaica, Surinam y Guayana Francesa. Mas aún, las mediciones sobre la población indígena no son fácilmente comparables a lo largo del tiempo en un mismo país, y las maneras de clasificar y de censar a los pueblos indígenas también son diversas entre países. En los últimos años se ha reportado la existencia de muchos más pueblos indígenas en aislamiento voluntario y contacto inicial (PIACI) y, aunque se desconoce el tamaño de su población, se estima que solamente en la Amazonía podrían habitar entre 70 (RAISG, 2018) y 200 pueblos PIACI (OTCA, 2018), cada uno portador de elementos culturales propios y únicos.
2. Desigualdad y contextualización de los indicadores de bienestar
Un hallazgo, que desafortunadamente no sorprende, es que persisten grandes desigualdades económicas entre las personas indígenas y no indígenas. Las personas indígenas que viven en zonas urbanas suelen habitar en barrios marginales y de extrema pobreza, con mayor exposición a distintos riesgos de salud, violencia y desastres naturales.
Las comparaciones entre indígenas en el campo y la ciudad son complejas y requieren analizar no sólo ingresos sino ahondar en cómo se entienden y valoran algunas de las mediciones sobre brechas y sus implicaciones. Por ejemplo, en promedio, para 12 países de la región, el 35% de los hogares indígenas rurales se encuentran hacinados, 15 puntos porcentuales más que los hogares indígenas urbanos. Estos datos se basan en un concepto de hacimiento que puede ser ajeno a las formas sociales y de convivencia de los pueblos originarios rurales. Este ejemplo nos alienta a reflexionar sobre la necesidad de repensar y adecuar los indicadores de bienestar y su interpretación para asegurar que se articulen con las formas sociales y de manejo del territorio, así como con los distintos usos y prácticas que tienen los pueblos indígenas en la región.
3. Economías indígenas: entre la soberanía alimentaria y la articulación con los mercados
Las economías indígenas tienden a ser multimodales compuestas por la articulación, en mayor o menor medida, entre una economía tradicional indígena orientada a la seguridad alimentaria y una economía de mercado. En Colombia cerca del 48,1% de las unidades productivas agropecuarias en territorios indígenas tienen como finalidad el autoconsumo y el 9,6% destinan su producción al intercambio o trueque (DANE, 2014). En Perú el 47% de la agricultura familiar ¨de subsistencia¨ es desarrollada por productores cuya lengua materna es una lengua indígena (Escobal et. al, 2015). Sin embargo, algunos pueblos comercializan parte de su producción y buscan mejorar su acceso a diversos mercados locales e internacionales.
Tener claridad de estas diferenciaciones, además de las maneras en que estas economías están insertas en acuerdos de acceso y manejo del territorio, de reciprocidad y redistribución, es una tarea clave para entender el alcance y las posibilidades de articulación con nuevas iniciativas y políticas públicas frente al empleo verde y la bioeconomía.
4. Uso y manejo del territorio y conservación ambiental
Muchos de los pueblos indígenas de la región habitan en zonas altamente biodiversas, donde han consolidado formas tradicionales de representación, uso y manejo de la naturaleza. En América Latina la mayoría de las áreas protegidas y ecosistemas estratégicos coinciden con territorios indígenas. Sin embargo, el manejo de los recursos naturales por parte de los pueblos indígenas no siempre ocurre en espacios titulados o que se encuentran dentro de áreas protegidas. Además, son escasas las iniciativas de co-manejo oficiales o reconocimiento de derechos de propiedad, y el reto está precisamente en entender y fomentar aquellas estrategias de uso cultural sobre el manejo del territorio, el papel de las mujeres indígenas en el mismo y las múltiples presiones que afrontan dichos territorios frente al cambio climático, los desastres naturales, las actividades ilícitas y los proyectos de crecimiento económico poco incluyentes e insostenibles, social y ambientalmente.
Mirando hacia adelante
Estas y otras reflexiones son las que permiten entender cómo a pesar de las muchas brechas y tendencias estadísticas sobre los pueblos indígenas es fundamental interpretarlos de manera contextualizada. Gracias a estos planteamientos, los jóvenes indígenas de El Alto y sus empleadores lograron llegar a entenderse ajustando la inserción laboral y superando prejuicios.
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