María tiene 28 años y trabaja medio día en un hotel boutique de Buenos Aires. Para pagar el alquiler, los gastos de transporte y su seguro médico, se ofrece como cuidadora de adultos en una plataforma colaborativa. Como los dos trabajos no alcanzan para mantenerla libre de deudas, los viernes y sábados a la noche, hace turnos de cuatro horas como conductora de Uber. Cuando puede, alquila su departamento a turistas y se va a vivir un tiempo a lo de sus padres. Le gustaría volver a la universidad para terminar Sociología, pero no tiene ni el tiempo ni el dinero. Además, a sus compañeros que terminaron la carrera no les va mucho mejor.
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María nunca se atrasa con el alquiler, pero la idea de comprar un departamento, incluso uno más pequeño o menos céntrico, es remota. A veces, cuando se enferma o el clima no ayuda, pierde horas de trabajo y pide prestado a la tarjeta; lleva meses desandar esa deuda.
María está siempre cansada. No se ha tomado vacaciones en su vida adulta. Podría mudarse más lejos, pero perdería horas de transporte y cobraría menos de alquiler, con lo que el ahorro sería escaso. Se siente un poco más pobre cada año, aunque es posible que sea sólo el efecto de la edad. La flexibilidad se da bien con la juventud, pero envejece mal.
María trabaja, pero no es una trabajadora en el sentido formal. Para el hotel es un costo variable; para los clientes, un nombre y una foto; para las plataformas, una contratista independiente. Trabaja más horas que un empleado de clase media, pero no cobra extras al 150%, no suma días de enfermedad y vacaciones, no tiene indemnización y seguro de desempleo.
El post empleo
¿Debemos ver al nuevo cuentapropismo como un síntoma de precarización, aceptarlo como parte de nuestro futuro, y adaptar nuestros regímenes tributario y laboral para desprecarizarlo? La repuesta a esta pregunta es hoy el centro de un callado debate.
En un informe reciente solicitado por el gobierno del Reino Unido, titulado (ironía inglesa) Buen Trabajo, un equipo liderado por Matthew Taylor repasa la situación de los cuentapropistas británicos: falta de vacaciones pagas, o de licencias por enfermedad y paternidad, y en muchos casos ingresos por hora inferiores al salario mínimo. La economía colaborativa implica acostumbrarse a una vida de menores costos fijos, mayores ahorros y escaso acceso al crédito, sin vacaciones ni licencias. El informe recomienda asimilar regímenes (por ejemplo, extender el salario mínimo al trabajo eventual o remunerar al 125% las horas sueltas), aunque elude un tema central: la renuencia de las plataformas colaborativas a ser consideradas empleadores (y a pagar cargas sociales).
La economía colaborativa implica acostumbrarse a una vida de menores costos fijos, mayores ahorros y escaso acceso al crédito, sin vacaciones ni licencias.
Así, el nuevo cuentrapropismo pone en primer plano la tensión central de la política laboral moderna, entre protección laboral y seguridad del ingreso. Más precisamente, entre la estabilidad de la relación laboral y la fortaleza de la red de seguros, servicios públicos y formación profesional que protege el bienestar del trabajador desplazado y asegura que vuelva rápidamente a la actividad. La regla es simple: a mayor flexibilidad laboral, mayor seguridad de ingreso, y viceversa. En este sentido, el cuentapropismo es una excepción: mucha flexibilidad, poca seguridad.
Proteger al trabajador
Hay que proteger al trabajador, no al empleo. Pero, ¿de qué protección hablamos? La respuesta inmediata suele ser “capacitación para la reconversión laboral”, pero sus resultados son, en el mejor de los casos, mixtos. El reentrenamiento de adultos no es sencillo en un mundo de tecnología exponencial y demandas cambiantes. Y la educación no siempre genera su propia demanda: en un estudio reciente (pendiente de publicación) acerca del descalce de calificación en la Argentina, Martín González Rozada y un servidor mostramos cómo el aumento de la escolarización en los años 2000 coincidió con el aumento de la sobreeducación. ¿Una versión moderna del síndrome del ingeniero manejando un taxi? ¿Hasta dónde la compresión de la prima educativa en América Latina responde a una sobreoferta de formación?
El reentrenamiento de adultos no es sencillo en un mundo de tecnología exponencial y demandas cambiantes. Y la educación no siempre genera su propia demanda.
Por eso, la protección del trabajador incluye aristas adicionales: transferencias a los trabajadores de bajos ingresos y subsidios a la educación de los hijos, generosos seguros de desempleo, y políticas laborales activas que reduzcan el costo de buscar trabajo, o la distancia entre el trabajador y la empresa, con información y certificación profesional. A la lista anterior, válida para un trabajador asalariado, el nuevo cuentapropismo le añade un desafío: extender los beneficios laborales a estos empleados sin empleo, asociando beneficios (obra social, seguro de desempleo y de enfermedad, ahorro estacional en reemplazo de vacaciones y aguinaldo) no al empleo sino al trabajador, como en el tradicional “modelo austríaco”.
Es probable que, en el futuro tengamos menos asalariados y más trabajadores a demanda, de tiempo parcial, o por proyecto; hoy es el momento de pensar las reformas inclusivas necesarias para que las nuevas modalidades no reproduzcan una precariedad preindustrial. Hasta entonces, el cuentapropista seguirá siendo un corredor solitario.
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Muy interesante el planteamiento, en mi país, Panamá, también se ha vivido las situaciones donde titulares de universidad tenian que ir a manejar taxi, por no encontrar un empleo relacionado a su carrera. La apertura de los cuentrapipistas, les esta quitando un derecho a esta parte de la fuerza laboral y liberando al contratante, es oportunidad del gobierno regular en beneficio de la seguridad pública.