“La verdadera queja del trabajador es la inseguridad de su existencia. No está seguro de que siempre tendrá trabajo, no está seguro de que siempre estará sano y prevé que un día será viejo y no apto para trabajar”.
Aunque parecen palabras pensadas para el presente, esta reflexión fue escrita hace más de un siglo por Otto von Bismarck, el canciller alemán conocido por liderar la unificación de Alemania –– y también por sentar las bases de los sistemas modernos de seguridad social.
Su idea era sencilla y poderosa: crear un fondo común al que trabajadores y empleadores aportaran obligatoriamente, para que, en momentos de enfermedad, desempleo o vejez, las personas pudieran tener un ingreso asegurado. La lógica detrás de ese modelo —que aún está presente en muchos países de América Latina y el Caribe (ALC)— partía de un supuesto clave: que la mayoría de las personas trabajaba como asalariada formal en una empresa.
Un modelo que nunca se terminó de concretar
En América Latina, los primeros sistemas de seguridad social comenzaron a crearse a partir de los años ‘40 y ‘50. En el Caribe, este proceso arrancó más tarde, sobre todo después de que los países obtuvieran independencia. Pero la realidad laboral de nuestras naciones nunca se pareció demasiado a la que Bismarck tenía en mente.
De los más de 300 millones de trabajadores que hay en América Latina y el Caribe, solo el 45% está vinculado a algún sistema de seguridad social. Y esto se debe, en gran medida, a que buena parte de los trabajadores no tiene o nunca ha tenido un empleo asalariado formal.
La siguiente figura, que describe cómo es el trabajo en 10 países de la región, lo muestra claramente: solo el 34% de los trabajadores son asalariados en empresas privadas formales, y otro 9% trabaja en el sector público. Es decir, menos de la mitad de los trabajadores lo hacen bajo las condiciones que imaginaba el modelo bismarckiano.

El problema, entonces, está en los otros tipos de trabajo que predominan en nuestra región:
- El 5% de las personas que trabajan en negocios familiares afirma no recibir una remuneración directa por sus labores. Típicamente estos trabajadores no están obligados a cotizar o hacer aportes al sistema de seguridad social por ley y, en efecto, y en su inmensa mayoría (96%) no lo hacen.
- Por su parte, el 4% de los trabajadores se dedica al trabajo doméstico. A pesar de que casi todos los países otorgan la seguridad social a estas personas como derecho, muy pocas tienen seguridad social en la práctica.
- El 15% son trabajadores asalariados remunerados en empresas privadas informales, que no están registradas antes las autoridades fiscales. Una proporción ínfima de estos trabajadores (1%) tiene cobertura en seguridad social. El 26% de las personas que trabajan en la región lo hacen de manera independiente, sin un empleador directo.
En países como Honduras, México o Perú, la afiliación a la seguridad social es voluntaria, lo que se traduce en niveles de cobertura muy bajos. En otros, como Bahamas, Colombia o Ecuador, la afiliación es obligatoria. Aun así, una parte importante de los trabajadores independientes permanece fuera de la seguridad social. Esto se debe a factores como el costo elevado de las contribuciones en relación con sus ingresos, la falta de mecanismos de fiscalización efectivos y la percepción de que los beneficios de la afiliación no compensan el gasto. Incluso entre quienes están registrados ante las autoridades fiscales, una proporción importante sigue sin cobertura de seguridad social.
¿Qué pasa con los trabajadores no afiliados a la seguridad social y cómo avanzar hacia una mayor protección?
Lo que sucede con los trabajadores no afiliados varía según el país y el tipo de riesgo. En muchos casos, no cuentan con ningún tipo de protección. En otros, están cubiertos a través de sistemas no contributivos, financiados con recursos públicos. Estos programas, que han crecido en buena parte de la región, suelen ofrecer niveles de protección más bajos que los sistemas contributivos y dirigirse a poblaciones en situación de pobreza.
Expandir la cobertura de la seguridad social en América Latina y el Caribe requiere avanzar en varias direcciones y así atender distintas causas. Esto incluye, por ejemplo, fortalecer los mecanismos de fiscalización, reducir los costos de contratación, facilitar el registro y simplificar los trámites.
Es esencial que la seguridad social se convierta en una opción atractiva y valiosa para los trabajadores. Esto implica contar con beneficios concretos que les permitan enfrentar los riesgos que, como advirtió Bismarck hace más de un siglo, son inherentes a la vida.
También es necesario adaptar los sistemas de seguridad social a la heterogeneidad del trabajo en la región. Esto implica ofrecer mecanismos más flexibles que faciliten la afiliación de los trabajadores independientes y mejorar la integración entre los pilares contributivos y no contributivos.
Un compromiso regional para transformar el futuro del trabajo
Desde el BID, venimos acompañando a los países de la región en este enorme desafío. Sabemos que ampliar el acceso a la seguridad social no solo mejora la calidad de vida de las personas, sino que también puede impulsar mayor productividad y desarrollo económico.
Por eso, a finales de 2025, publicaremos nuestro próximo libro: “Producir más, distribuir mejor: cómo solucionar los desafíos de los mercados laborales de América Latina y el Caribe”. En él, compartiremos ideas, hallazgos y propuestas para construir sistemas de seguridad social modernos y sostenibles que beneficien a más personas. Porque la necesidad de proteger a todos los trabajadores sigue siendo tan relevante como en tiempos de Bismarck.
Te invitamos a ver este video para entender por qué los sistemas de seguridad social son fundamentales para las personas en la región
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