Últimamente tengo la extraña sensación de que los que hacemos evaluaciones de impacto de políticas activas de empleo somos muy mala onda. Nuestra meta es muy loable: queremos comprobar, como en un verdadero experimento científico, si una determinada política es efectiva o no, y si consigue los resultados esperados. Y para ello seleccionamos aleatoriamente a un grupo de control y a otro grupo de tratamiento, que pasan a ser beneficiarios del programa. Es decir, que el azar determina si una persona participa en un programa (y se beneficia de determinadas ayudas) o si bien queda excluido para engrosar el grupo de control. Los no seleccionados solo pueden consolarse asumiendo que su desgracia permitirá realizar una evaluación de impacto rigurosa.
A los “geeks” de las evaluaciones nos parece normal esta selección aleatoria. A los demás, probablemente les va a recordar la divertidísima escena de la serie “Seinfeld” (ver el video abajo) en la que los que están pidiendo sopa tienen que esperar la posible aprobación del cocinero gruñón (el Soup Nazi). Hacemos tanta promoción de las bondades de las políticas activas de empleo, sólo para negarles la oportunidad a muchos que la piden.
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Afortunadamente existen alternativas para hacer evaluaciones de impacto igualmente rigurosas pero, tal vez, menos “traumáticas”. Una buena opción puede ser la promoción aleatoria, que simplemente motiva a algunos candidatos a que sean beneficiarios, pero sin negarle el servicio a nadie.
En próximas entradas de este mismo blog iremos desgranando las ventajas e inconvenientes de ambos sistemas.
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