Dice la sabiduría popular que nada se puede esperar de quien no tiene hogar. Será por eso que un importante sector de la sociedad vive orientado a la tenencia de un hogar en propiedad, lo que supone en muchos casos un esfuerzo de ahorro que no termina hasta la proximidad de la edad de retiro. ¿Y entonces? El jubilado vive con la tranquilidad de ser propietario de la vivienda que habita, pero es posible que sus ingresos corrientes más los ahorros acumulados no le permitan tener un razonable desahogo.
En el sector financiero se ha diseñado un producto de nombre paradójico: hipoteca inversa (en Chile y México ya se encuentra). Al contrario que en una hipoteca convencional, es el banco quien abona una renta mensual al propietario. La garantía de ese préstamo en importes periódicos es la vivienda. El prestatario puede habitar en ella hasta su deceso manteniendo la propiedad, percibiendo una renta que le va a permitir un mejor nivel de vida.
¿Y qué pasa cuando el rentista deje de contar entre los vivos? Pues que sus herederos se encuentran con la siguiente situación: les corresponde tanto la propiedad de la vivienda como la deuda acumulada con la entidad financiera. El producto está ideado para que en ese momento la deuda sea inferior al valor del inmueble.
Con la hipoteca inversa el concepto de herencia de la casa familiar ya no tendría obviamente el mismo valor, pero permitiría que su propietario disfrute de ella lo máximo posible.
Mejor no hacerse ya muchas ilusiones con la posibilidad de recibir una herencia. Dice la letra de una jota castellana: “Cuando se murió mi abuela a mí no me dejó nada, y a mi hermano le dejó asomado a la ventana”. Pues eso.
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