La violencia de pareja es una de las formas más comunes de violencia contra las mujeres. Se estima que, en el mundo, cerca del 30% ha sufrido violencia física y/o sexual por parte de sus parejas en algún momento de su vida. Y que, de cada 10 asesinatos de mujeres, cuatro son cometidos por sus parejas.
A pesar de la magnitud y complejidad del problema, existe poca evidencia científica sobre la eficacia de los programas para prevenir y reducir dicha violencia, principalmente en países de ingresos medios y bajos, que presentan las estadísticas más altas. No sólo es un problema de cuánto se invierte, sino de cómo se invierten los recursos.
Un ejemplo de grandes resultados con bajo costo lo encontramos en Sudáfrica con el programa IMAGE: Intervención de Microfinanzas para el SIDA y la Equidad de Género (Intervention with Microfinance for AIDS and Gender Equity).
IMAGE combinó las microfinanzas en zonas rurales (con la concesión de un crédito grupal) con una capacitación participativa de género. En una primera fase, los grupos de crédito recibieron talleres sobre los roles de género, el trabajo de las mujeres, la violencia doméstica, género y VIH o empoderamiento femenino. La segunda fase consistió en la movilización comunitaria, incluyendo capacitación intensiva a lideresas naturales de los grupos de crédito, quienes luego motivarían a sus grupos a planificar e implementar planes de acción comunitaria.
Dos años después, un estudio demostró que las mujeres participantes en IMAGE habían reducido a la mitad su riesgo de sufrir violencia física y/o sexual de pareja, mientras que un grupo que había recibido el crédito sin capacitación no había incrementado su riesgo de experimentar dicha violencia, pero tampoco lo había reducido.
Los análisis cualitativos sugieren que esa reducción se debió a que IMAGE posibilitó que las mujeres cuestionaran la aceptación de la violencia, generó expectativas en ellas de un mejor trato por parte de sus parejas, las empoderó para dejar relaciones violentas, les permitió dar apoyo moral a quienes experimentaron abuso y las movilizó para aumentar el nivel de concientización comunitaria sobre las necesidades para abordar la violencia doméstica.
El costo total de la capacitación de género por participante fue de 20 dólares. Y sin, embargo, estamos frente a una intervención que podría desempeñar un papel importante en las estrategias de reducción de la violencia contra las mujeres.
Mientras distintos estudios arrojan resultados contradictorios sobre si las microfinanzas pueden incrementar o reducir los niveles de este tipo de violencia, IMAGE es una evidencia sólida de que no son las microfinanzas per se las que pueden reducir la violencia contra las mujeres, pero que pueden constituir un canal importante para su reducción y con una inversión relativamente baja.
Grandes problemas requieren grandes soluciones, y las microfinanzas ofrecen una poderosa plataforma para el abordaje de la violencia contra las mujeres, si se considera que en los países en desarrollo existen cerca de 105 millones de usuarios, de los cuales el 80% son mujeres.
La clave de cómo unir esta potente plataforma con esta importante problemática se encuentra en IMAGE, que bien podría aportar algunas lecciones para América Latina y el Caribe, una región con 20 millones de clientes en el sector de las microfinanzas, la mayoría mujeres, y con una prevalencia de entre el 20% y el 50% de mujeres que han sufrido violencia de pareja alguna vez en su vida.
Actualmente, Finca Perú y el Centro de la Mujer Peruana Flora Tristán, con el apoyo del Banco Interamericano de Desarrollo y Fondo Multilateral de Inversiones (FOMIN), trabajan en una adaptación de IMAGE en Perú. La experiencia integrará una evaluación de impacto rigurosa que espero nos permita responder de forma definitiva a la pregunta inicial: ¿se puede reducir a la mitad el riesgo de que las mujeres sufran violencia de pareja con una baja inversión?
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