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Esta pregunta se hacen los promotores y detractores de una tecnología que permite a las mujeres detectar drogas en la bebida con sólo mojar su dedo. Un debate sobre la eficacia de éste y otros dispositivos como la ropa interior anti-violación vio la luz al conocerse que una de cada cuatro universitarias en EE.UU. reporta haber sufrido una violación o intento de violación.
En América Latina y el Caribe, entre el 5% y el 15% de las mujeres han sufrido violencia sexual por parte de su pareja, entre el 10% y el 27% si incluimos la ejercida por otras personas. Sus perniciosos efectos pueden ser severos y duraderos y, aunque hombres y niños también la experimentan, niñas y mujeres conforman la mayoría de las víctimas y sufren graves consecuencias para la salud como embarazos no deseados y abortos inseguros.
La violencia sexual está arraigada en normas de género y relaciones de poder desiguales que legitiman la violencia contra las mujeres por parte de los hombres para controlarlas y disciplinarlas, culpan a las mujeres de incitar la violación, justifican la violencia masculina como una forma de aplacar deseos sexuales innatos y consideran a las mujeres objetos sexuales. Los factores de riesgo individuales, tanto para víctimas como perpetradores, incluyen ser joven, vivir en contextos marginales, haber experimentado violencia durante la infancia y tener actitudes rígidas sobre los roles de género.
Para los hombres, esto a menudo se agrava por factores como la depresión, abuso de alcohol y droga, escasa educación e inseguridad alimentaria. Los hombres violentos a menudo están luchando por estar a la altura de su ideal masculino o reproduciendo patrones aprendidos.
La violencia es resultado de una combinación de factores de riesgo que interactúan a nivel individual, de pareja y comunitario/social, por lo que su prevención demanda de esfuerzos concertados entre los sectores de salud, educación, protección social y justicia.
Transformando normas de género
Quiero centrarme en enfoques muy prometedores que abordan un determinante esencial de la violencia sexual, mediante la transformación de normas de género a través de la participación de hombres y niños. Estos enfoques promueven actitudes equitativas de género, la importancia del consentimiento en las relaciones íntimas y desafían las creencias que permiten a los hombres tratar a las mujeres como objetos sexuales. Así, en vez de enseñar a las mujeres a no ser violadas, enseñan a los hombres a no violar y, en su lugar, a respetar y trabajar con las mujeres para tener relaciones más saludables.
Entre las intervenciones que han demostrado ser eficaces emergen algunos principios comunes:
• Se basan en una comprensión empírica de los factores de riesgo en la perpetración de la violencia por parte de los hombres
• Están centradas en jóvenes, mujeres/niñas, hombres/niños (en grupos mixtos y separados); basadas en la escuela o la comunidad y promueven la reflexión crítica sobre las normas sociales, la construcción de relaciones íntimas respetuosas y una sexualidad saludable
• Tratan de promover el cambio en las creencias y comportamientos que los hombres adoptan para demostrar que son hombres, y cuestionan los modelos rígidos de masculinidad
• Involucran programas prolongados (más de 25 horas)
• Crean conciencia y apoyan la movilización comunitaria incluyendo a instituciones de salud y educación y líderes de opinión
• Fortalecen la capacidad de los padres para establecer relaciones saludables entre ellos y con sus hijos a través de la disciplina positiva y la resolución no violenta de conflictos
• Invitan a las personas a no tolerar e intervenir contra el sexismo y el abuso, como la campaña No seas ese hombre
• Coordinan estrategias intersectoriales innovadoras, siendo el sector salud un punto de entrada clave en la prevención.
Involucrar a los hombres en adoptar comportamientos más equitativos es esencial para transformar las normas de género y eliminar la violencia contra la mujer, pero ésta ocurre en sociedades con desigualdad de género y es sustentada por hombres y mujeres. Por tanto, cambiar las normas sociales requiere que mujeres y hombres de todas las edades estén activamente involucrados en esfuerzos de prevención, ya que las normas se reproducen generacionalmente.
La prevención efectiva debe incluir, sobre todo, medidas que empoderen a las mujeres como individuos, en sus relaciones y en la sociedad, mientras que la transformación de las masculinidades debe ser su complemento. Además, los hombres tienen que adoptar modelos masculinos más equitativos y apoyar el empoderamiento de las mujeres en todos los ámbitos, ya sea respetando sus decisiones sobre su cuerpo y su sexualidad, fomentando su trabajo (remunerado), compartiendo el trabajo doméstico y el cuidado de los hijos y apoyando su participación en política. ¿Contamos contigo?
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