Cuando Eta tocó tierra en la Costa del Caribe Norte de Nicaragua como un huracán categoría 4 (de un máximo de 5 en la escala Saffir-Simpson), Brisa se resguardó en su casa con su familia. Afortunadamente, su casa resistió. Trece días después, otro huracán de Categoría 4 llamado Iota tocó a su puerta, entrando nuevamente por la Costa del Caribe Norte. Esta vez, la casa de Brisa no resistió el embate de los vientos de 250 km por hora que se llevaron el techo de su casa. Después, las inundaciones provocadas por las lluvias torrenciales destruyeron los enseres domésticos que le quedaban.
Eta e Iota provocaron fuertes pérdidas a lo largo y ancho de Centroamérica, afectando más a quienes menos tienen. En Nicaragua la región del Caribe Norte es la más pobre del país con una tasa de pobreza 10 puntos superior a la media nacional (39% versus 29,6% según la última cifra oficial). En esta zona habitan personas pertenecientes a los pueblos indígenas miskitos y mayagnas, así como creoles y mestizos. Viven en comunidades principalmente rurales con casas de madera, levantadas sobre pilotes para protegerse de las frecuentes inundaciones. Algunas comunidades, como la de Haulover quedaron literalmente partidas en dos, pues ahora un gran río pasa por la mitad.
La temporada de huracanes del Atlántico en 2020 fue de las más activas en la historia con 30 huracanes y tormentas tropicales, lo suficientemente feroces para ser nombradas. Los expertos lo atribuyen principalmente al cambio climático. Los huracanes se forman por los vientos cálidos del atlántico y se alimentan de los mares cada vez más calientes. El cambio climático al aumentar la temperatura promedio de los mares, le da “gasolina” a los huracanes, haciéndolos cada vez más frecuentes y peligrosos.
Los pueblos indígenas son los primeros afectados por el cambio climático ya que residen en zonas de alta vulnerabilidad y enfrentan de manera directa sus consecuencias. Su supervivencia física y cultural depende de su estrecha relación con el medio ambiente, el territorio y sus recursos. Los huracanes Eta e Iota destruyeron las embarcaciones de los pescadores artesanales del Caribe Norte y un sinnúmero de cosechas, muchas de ellas de autoconsumo (frijol, maíz, arroz), agravando la pobreza material y la inseguridad alimentaria. El cambio climático plantea amenazas y peligros para la supervivencia de las comunidades indígenas en todo el mundo y esto es paradójico ya que los pueblos indígenas son los que menos contribuyen a las emisiones de gases de efecto invernadero (causantes del cambio climático).
En 2019, el 29% de los proyectos del BID financiaron acciones de mitigación y adaptación al cambio climático, muy cerca del objetivo de alcanzar 30% para el periodo 2020-23. Algunas acciones concretas de adaptación al cambio climático pasan por restaurar ecosistemas naturales, como manglares, barreras de coral, vegetación en las riberas de los ríos, que fungen como protección ante los vientos, las fuertes olas y la crecida de los ríos. También reubicar viviendas que estaban en zonas de alto riesgo, por ejemplo, en las riberas de los ríos, muy cerca de la costa o en una zona de potencial deslave, a fin de prevenir futuras calamidades. Finalmente es importante considerar que todas las obras de infraestructura sean resilientes a los distintos fenómenos climáticos. Lo cual quiere decir, que por ejemplo los nuevos puentes que se construyan sean lo suficientemente elevados para sobrevivir la crecida de un río, o que un nuevo muelle, tenga la protección y sea lo suficientemente sólido para resistir una marejada.
Reconstrucción con resiliencia
Ahora hay que reconstruir, pero construir mejor, pensando en cómo mejorar la resiliencia de las comunidades a estos fenómenos naturales. El conocimiento tradicional de los pueblos indígenas puede aportar experiencias importantes para mejorar la resiliencia de los ecosistemas en que habitan. En Guyana, por ejemplo, donde hay 30 variedades de yuca y 20 de maíz, las mujeres indígenas saben qué variedad sembrar dependiendo de las condiciones climáticas. También han comenzado a plantar yuca, su principal cultivo básico, en las llanuras aledañas a los ríos, que normalmente son demasiado húmedas para otros cultivos.
Los efectos del cambio climático ya están con nosotros y afectan más a quien menos tienen. Desafortunadamente, hoy tenemos la certeza de que eventos como los de Eta e Iota seguirán ocurriendo. Por ello, es urgente identificar prácticas y conocimiento tradicional que nos orienten a paliar estos efectos mejorando y acelerando las acciones de adaptación al cambio climático, para que la próxima vez que llegue un huracán a la Costa Caribe de Nicaragua, Brisa y su familia, no lo pierdan todo nuevamente.
Leave a Reply