Hoy en día, las familias enfrentan una enorme presión para cuidar y educar a los niños en un entorno que, en la mayoría de los casos, asigna la carga de cuidado a las mujeres. En América Latina y el Caribe, las mujeres dedican entre 6,3 y 29,5 horas por semana más que los hombres al trabajo de cuidado no remunerado.
¿Qué pasaría si adoptáramos un enfoque de crianza compartida o comunitaria? ¿Podría ser esta una herramienta efectiva para cerrar las brechas de género y avanzar hacia una sociedad más equitativa?
La crianza comunitaria: parte de nuestra historia
¿Qué es la crianza comunitaria? Es una forma de criar y cuidar en la que una comunidad comparte la responsabilidad, y no solo los padres biológicos. Este concepto se engloba dentro de una definición más amplia de trabajo de cuidado comunitario, como establece la Vicepresidencia de la República de Colombia: “Actividades de cuidado basadas en relaciones comunitarias, que pueden derivarse de cosmogonías y prácticas culturales propias de comunidades tanto urbanas como rurales. Estas actividades son realizadas por personas, colectivos u organizaciones de forma recíproca y complementaria con la vida interdependiente presente en los territorios”.
Las prácticas de cuidado comunitario no son nuevas: tienen raíces ancestrales. En muchas culturas tradicionales, como las de pueblos indígenas y afrodescendientes la crianza y la responsabilidad de educar nunca fue una tarea exclusiva de los padres biológicos, sino una responsabilidad compartida por toda la comunidad.
Se necesita una aldea para criar un niño
Para muchas comunidades indígenas la crianza comunitaria es esencial. Este es el caso de las comunidades indígenas del pueblo Wichí y las comunidades del Chaco Central, donde la crianza comunitaria no solo garantiza la transmisión de conocimiento y valores culturales, sino que fomenta el sentido de pertenencia y la resiliencia comunitaria al compartir responsabilidades entre diferentes miembros de la comunidad. Este modelo también tiene relevancia en tradiciones afrodescendientes, donde el concepto de ‘familia extendida’ asegura el bienestar colectivo de niñas y niños, rompiendo con la dependencia exclusiva de los padres biológicos.
¿Puede la crianza comunitaria promover la igual de género?
La crianza comunitaria podría tener el potencial de disminuir la carga desproporcionada que enfrentan las mujeres, y contribuir a una organización social de los cuidados para lograr una sociedad más equitativa y solidaria. Este enfoque puede:
- Promover la corresponsabilidad en la crianza comunitaria. Al fomentar la implicación masculina en las tareas de cuidado, se promueve una visión más equitativa de la crianza, contribuyendo a desmantelar roles de género tradicionales que limitan el involucramiento de los hombres en este ámbito
- Reducir la carga mental asociada al cuidado. La redistribución de las tareas de cuidado y organización permite disminuir la carga mental de las mujeres, quienes frecuentemente asumen estas responsabilidades de manera implícita. Esta reducción puede mitigar el estrés y el desgaste emocional, mejorando el bienestar general de los cuidadores principales.
- Inculcar valores de corresponsabilidad en las nuevas generaciones. Al crecer en un entorno donde las responsabilidades de cuidado se distribuyen colectivamente, las niñas y los niños interiorizan que el cuidado no es exclusivamente “tarea de mujeres”, sino una labor compartida por todos. Un ejemplo relevante es la reforma de la licencia paterna en España, que ha demostrado cómo las políticas públicas pueden catalizar cambios culturales al promover la corresponsabilidad en las nuevas generaciones.
Retos para la crianza comunitaria: del ideal a la acción
Aunque la crianza comunitaria ofrece beneficios significativos, su implementación enfrenta barreras estructurales y culturales. La falta de tiempo, recursos y redes de apoyo dificulta que muchas familias puedan adoptar este modelo. Sin embargo, experiencias exitosas, como las Casas Comunitarias de Cuidados en Uruguay, demuestran que es posible institucionalizar enfoques que promuevan el cuidado compartido. Estos espacios no solo garantizan cuidado infantil de calidad, sino que también fortalecen las redes de apoyo comunitarias, generando un entorno propicio para la corresponsabilidad en el cuidado.
Además, la creación de sistemas integrales de cuidados resulta esencial para promover este enfoque. Políticas como licencias de maternidad y paternidad adecuadas, infraestructura accesible y servicios de cuidado público son fundamentales para que la crianza comunitaria sea una opción viable en contextos urbanos y modernos.
Criar en comunidad, ¿una alternativa para las nuevas generaciones?
En mi experiencia personal, crecer en una comunidad familiar brindó un modelo claro de crianza compartida. Sin embargo, al llegar a la etapa de criar a mis propios hijos, me enfrenté a la realidad de hacerlo sin una red de apoyo comunitaria robusta. Las dinámicas sociales actuales, especialmente en las ciudades, tienden a desincentivar el apoyo comunitario, incluso entre círculos cercanos como amigos y colegas.
A pesar de estas limitaciones, he buscado integrar la crianza comunitaria en mi día a día, involucrando a personas de confianza en la vida de mis hijos. De esta forma intento transmitirles el valor de contar con una red de apoyo sólida. Este enfoque no solo aligera la carga emocional de quienes estamos a cargo del cuidado, sino que también fortalece la salud mental y emocional de toda la familia.
Los beneficios de esta red son invaluables: la crianza comunitaria no es solo una posible solución para la vida cotidiana de las personas adultas. Facilitar sistemas integrales que hagan posible este modelo de crianza es también una inversión en el bienestar y la equidad de las generaciones futuras.
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