Por Leonardo Gasparini y Mariana Marchionni*
El aumento de la participación laboral femenina es uno de los cambios socioeconómicos más destacados en América Latina en el último medio siglo. No sólo porque implica una profunda transformación en la vida cotidiana de millones de mujeres y familias, sino también por su impacto en la economía y en aspectos sociales como la pobreza, la desigualdad, el desempleo o la educación.
Sin embargo, estos avances han sido insuficientes para cerrar la brecha que existe entre hombres y mujeres en la mayoría de los aspectos relacionados con el mercado de trabajo, como los salarios, el empleo o la participación laboral.
De hecho, los resultados de nuestro estudio ponen de relieve un cambio de tendencia que hace la situación aún más preocupante: hay señales de una desaceleración generalizada y significativa en el ingreso de las mujeres en el mercado de trabajo en América Latina desde principios/mediados de la década de 2000. Un fenómeno que afecta a todas las mujeres, pero sobre todo a aquellas en situación más vulnerable: con bajo nivel educativo, en zonas rurales, con niños o con cónyuges con bajos ingresos.
Este fenómeno ha retrasado el cierre de la brecha de género, y hace improbable el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo del Milenio relacionados con el empleo femenino. Es más, puede comprometer también los objetivos de reducción de la pobreza.
Aunque la evidencia no es concluyente y admite explicaciones alternativas, nuestra interpretación es que el rápido crecimiento económico experimentado por la región en la década de 2000 fue un factor importante en esta desaceleración: con más puestos de trabajo, mayor protección social y parejas con salarios más altos, más y más mujeres optaron por quedarse en casa.
Pero si la causa de la desaceleración es la prosperidad compartida, ¿por qué sería una mala noticia? Es más, podrían encontrarse consecuencias positivas como tener más tiempo para mejorar la búsqueda de trabajo o para ofrecer cuidados de calidad a los niños.
El problema es que estar un tiempo fuera del mercado de trabajo puede implicar la pérdida de productividad, así como reforzar los roles tradicionales de género en el hogar. Esto puede a su vez causar un menor apego de las mujeres a la fuerza de trabajo y, en última instancia, reducir sus posibilidades de generación de ingresos autónomos. A la larga, esto puede dificultar el proceso de reducción de la pobreza en la región, donde el trabajo femenino ha jugado un papel crucial en las últimas décadas.
¿Qué pueden hacer las políticas públicas de empleo?
Es probable que la desaceleración de la participación laboral femenina coloque las políticas activas de empleo en el centro del debate político. Para ayudar a crear empleo femenino deberían atender tres objetivos: reducir las restricciones de tiempo de las mujeres, mejorar su agencia (o capacidad de tomar decisiones y transformarlas en resultados deseados) y crear mercados laborales más justos. Las principales iniciativas buscan:
- Extender los centros de cuidado infantil y educación preescolar y promover escuelas con horario extendido y servicios de atención a los mayores.
- Ampliar y actualizar el permiso parental: haciéndolo intransferible a las mujeres, que abarque el cuidado de niños, horarios más flexibles y financiación colectiva.
- Proporcionar más información y recursos sobre planificación familiar, facilitando el acceso a métodos anticonceptivos y eliminando los incentivos a la fecundidad.
- Promocionar la corresponsabilidad en el hogar, lo que ayudaría a empoderar a las mujeres y, a su vez, facilitar su inserción laboral.
- Avanzar en derechos de propiedad, por ejemplo asegurando los derechos de las mujeres en situación de unión, viudez y divorcio.
- Mejorar el diseño de los programas sociales para evitar los efectos no deseados en temas de género.
- Fomentar la flexibilidad laboral, que permite compatibilizar el cuidado de niños y adultos mayores con el desarrollo de una carrera profesional, pero con una evaluación caso por caso que contemple efectos indeseados (por ejemplo, reforzar los roles de género tradicionales).
- Extender la educación a grupos desfavorecidos de la población, incluidas las mujeres, sigue siendo una política central para la participación en la fuerza laboral.
Lamentablemente, sólo algunas de estas iniciativas se aplican hoy en día en América Latina.
*Leonardo Gasparini y Mariana Marchionni son autores del estudio “Bridging gender gaps? The rise and deceleration of female labor force participation in Latin America“, publicado en 2015 en la CEDLAS-Universidad Nacional de La Plata, como parte del proyecto “Enhancing Women’s Economic Empowerment Through Better Policies in Latin America”. Se trata de una iniciativa conjunta con CIEDUR que recibió ayuda financiera del International Development Research Centre de Canadá.
Las opiniones expresadas en el libro o en este post no representan necesariamente las de IDRC o su Consejo de Gobernadores.
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