La verdad de la milanesa, como suelen decir en varios países de América Latina, es que todavía existe una brecha significativa entre los ingresos de los hombres y las mujeres en nuestra región.
Según un estudio reciente, las mujeres en América Latina en 2014 ganaban sólo el 83.9 por ciento de lo que ganaban los hombres. Si bien es cierto que esta cifra representa un avance respecto al 71.8 por ciento de 1990, se trata de un progreso relativo. Hoy en día las mujeres de la región tienen mayores niveles educativos que los hombres; si fuese sólo por los niveles de instrucción, se esperaría que las mujeres ganaran más que los hombres, no menos.
La brecha en las tasas de participación económica entre hombres y mujeres en América Latina, de aproximadamente 20 puntos porcentuales, está entre las más altas del mundo, a pesar del aumento significativo en la tasa de participación de las mujeres entre 1990 y 2010.
Uno podría pensar que promover una mayor participación económica femenina y la reducción de las brechas salariales son temas que deben ser abordados casi exclusivamente por los ministerios de trabajo y por la empresa privada. Pero no es así. Cuando se trata de avanzar en equidad de género, existe un rol para la política pública e intervenciones inteligentes en áreas tan diversas como la educación secundaria o el transporte público.
En educación, la pregunta del millón es cómo incrementar el interés de las jóvenes en estudios y carreras STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas, por sus siglas en inglés). En los países de ingreso medio en América Latina, las mujeres representan entre el 61 y 66 por ciento de los graduados de carreras terciarias, pero apenas constituyen entre el 19 y 35 por ciento de los graduados en carreras STEM.
Esta sub-representación de mujeres es importante por dos motivos. Primero, porque las brechas salariales en profesiones STEM tienden a ser mucho menores que en otras ocupaciones. Segundo, porque estas ocupaciones representarán un área de rápido crecimiento en la demanda laboral hacia el futuro.
Tradicionalmente ha sido difícil convencer a las adolescentes de estudiar carreras no tradicionales para mujeres. Pero las actitudes han ido cambiando con el tiempo: al ofrecer mayor información a estudiantes de secundaria sobre la naturaleza de las distintas carreras, y las oportunidades laborales que se derivan de ellas, es posible influenciar sus decisiones de estudios universitarios. Un estudio experimental realizado por el Banco Interamericano de Desarrollo en México, donde los jóvenes acceden a esta información en forma digital, ha encontrado resultados positivos, incrementando el porcentaje de estudiantes que cambian su selección inicial de carrera hacia aquellas con mayores proporciones de hombres.
Otra área donde ha habido innovaciones recientes es en el transporte público. Algunos podrían preguntarse, ¿qué tiene que ver el transporte con la participación laboral femenina y las brechas salariales por género? Bastante. Para empezar, si los sistemas de transporte público no responden a las demandas diferenciadas de las mujeres para los servicios de transporte—las mujeres hacen más viajes cortos, multi-modales y suelen viajar con niños pequeños—es más difícil para las mujeres conciliar el trabajo con responsabilidades domésticas y como consecuencia hay menos participación laboral femenina.
Un estudio reciente realizado en Buenos Aires, Argentina señaló que debido a la complejidad de los patrones de viaje de las mujeres, estas suelen tomar más tiempo realizando viajes, limitándolas geográficamente a un menor número de empleos.
Además, si las mujeres perciben que los sistemas de transporte público son inseguros o han sido víctimas de acoso sexual, son menos propensas a utilizar dicho transporte o a modificar sus patrones de viajes, resultando en menos mujeres que están dispuestas a trabajar fuera de sus hogares. Un estudio del Banco Interamericano de Desarrollo, notó que la percepción de inseguridad llevó a que un 53 por ciento de las pasajeras en Lima, Perú, cambiase el medio de transporte utilizado.
Hay varias innovaciones diseñadas a resolver estas preocupaciones. La plataforma móvil “Bájale al Acoso” de Quito, Ecuador, permite a las mujeres reportar incidentes de acoso sexual a través de mensajes de texto enviados por teléfono celular desde los buses. El mensaje de texto activa automáticamente una alarma dentro del bus y una llamada telefónica a la víctima para avisarle que alguien está ocupándose de su caso para proveerle apoyo psicológico y acompañamiento si desea poner una denuncia.
Por su parte, en Bogotá, Colombia, se lanzó recientemente la aplicación móvil “Safetipin”, desarrollada originalmente en la India, que permite a las usuarias reportar zonas, como las estaciones de bus, donde se sienten inseguras, lo cual facilita que otras usuarias puedan tomar precauciones.
En marzo de este año, el Banco Interamericano de Desarrollo lanzó una iniciativa llamada “Transport Gender Lab” en Bogotá, Buenos Aires, Ciudad de México y Quito para apoyarles a desarrollar estudios e intervenciones que permitan adaptar la infraestructura de transporte a las necesidades específicas de las mujeres.
Volviendo a la “verdad de la milanesa”, una frase que aparentemente surgió de una discusión entre austriacos y milaneses sobre el origen del famoso plato (era Milán, pero fue popularizado por los austríacos, por si acaso), la verdad es que hay un amplio espacio para la promoción de la participación económica de las mujeres y para cerrar la brecha salarial, a veces desde sectores inesperados.
Los ministerios de trabajo y la empresa privada sí tienen un rol que jugar, pero también lo tienen los ministerios de transporte y de educación, como hemos visto. Y la verdad es que la responsabilidad también se extiende a los ministerios de energía, agua y salud, pero este tema ya será plato para otro día.
Este post fue previamente publicado en El País
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