¿La democracia funciona mejor cuando hay más acceso a la información, no?
La respuesta entre periodistas, politólogos y entusiastas del movimiento de datos abiertos siempre ha sido “¡obvio!”.
Tomamos por sentado que una ciudadanía bien informada es más capaz de evaluar los dichos o el desempeño de los políticos, por ejemplo, o de exigir una rigurosa rendición de cuentas a los gobernantes.
Pero últimamente esa certeza ha empezado a tambalear. Aunque sigue creciendo el número de personas que pueden consultar fuentes cada vez más ricas de datos, en muchos países la calidad del debate público—y la confianza en las instituciones—parece evolucionar en dirección contraria.
Esta paradoja fue uno de los temas de pasillo en Datafest 2016, que reunió a más de 500 periodistas, funcionarios, diseñadores y programadores en Buenos Aires el pasado 24 de junio para hablar sobre “apertura, minería y visualización de datos públicos”.
De qué se trata Datafest
Organizado por el periódico argentino La Nación y la Universidad Austral, la quinta edición de Datafest aún emanaba la energía y el optimismo propios de un fenómeno atractivo y de vanguardia. La gran mayoría de los presentes tenían menos de 40 años de edad, había un buen equilibrio de género y ninguno de los varones vestía corbata. También me llamó la atención que varias de las 30 sesiones de trabajo fueron lideradas por representantes de entidades públicas que anunciaban portales de datos abiertos o avances en iniciativas existentes.
Por coincidencia, el 24 de junio fue también el día en que se conoció el resultado del “Brexit”, el referendo en el que una mayoría de los británicos votó por abandonar la Unión Europea. Casi de inmediato empezó a circular un rumor (basado en una mala interpretación de Google Trends) de que muchos de quienes votaron “leave” posteriormente acudieron a Google para ingresar frases como “What is the EU?”
Para que el auge de los datos abiertos tenga el efecto esperado en nuestras democracias, vamos a necesitar a muchas personas dedicadas a “minar” la información
Para quienes aman la integración y confían en Google, el Brexit parecía un ejemplo pavoroso del comportamiento irracional. De hecho, Richard Thaler, profesor de la Universidad de Chicago y pionero de lo que hoy se conoce como la economía del comportamiento (behavioral economics), anticipó el resultado del sufragio cuando especuló que menos de 100 votantes británicos harían los complicados cálculos necesarios para entender el impacto económico de abandonar la Unión Europea.
En Gran Bretaña no faltan buenas fuentes de información sobre economía y políticas públicas. Según Thaler, el problema es que los seres humanos no tienen ni el tiempo, ni las ganas, ni la capacidad para interpretar la catarata de información que los inunda cada día—incluso cuando esa información podría afectarles el bolsillo durante años.
En tal caso, para que el auge de los datos abiertos tenga el efecto esperado en nuestras democracias, vamos a necesitar a muchas personas dedicadas a “minar” la información. Estos abnegados obreros también deberán filtrar, verificar, corregir, contextualizar y analizar los datos, con el propósito final de contar historias que iluminen nuestra realidad y nos permitan tomar mejores decisiones.
Periodismo de datos y democracia
Por fortuna, en Datafest abundaban seres dispuestos a asumir esta responsabilidad. Se autodenominaban “periodistas de datos”, una especialización que muchos asumimos como un producto del siglo XXI.
Entre ellos había dos jóvenes representantes de chequeado.com, una organización independiente que se dedica a verificar afirmaciones en el debate público argentino. En su sesión en Datafest explicaron un proyecto, realizado en colaboración con La Nación, en el que dedicaron varios meses a procesar y analizar los informes de gastos de viaje del anterior vicepresidente argentino, Amado Boudou. El resultado, presentado en un formato interactivo que generó amplia cobertura, indicó entre otras cosas que en una ocasión Boudou parecería haber estado simultáneamente en Vietnam y Tierra del Fuego.
Me pareció un ejemplo estelar de lo que un buen programador puede hacer con datos que antes quedaban dispersos o enterrados en polvorientos archivos. Pero Scott Klein, un editor de la ONG de periodismo de investigación ProPublica en Nueva York invitado a presentar en Datafest, nos recordó que este tipo de periodismo no es precisamente novedoso. En una charla titulada “La historia olvidada del periodismo de datos”, Klein ofreció un recorrido fascinante por tres siglos de innovación periodística enfocada en la interpretación de datos. Entre sus ejemplos estaba la historia de Horace Greeley, editor del New York Tribune, un periódico que en 1848 publicó un minucioso análisis de los gastos de viaje cobrados por representantes en el Congreso de Estados Unidos.
El reportaje exigió proezas de contabilidad e investigación similares a las que hoy se realizan en chequeado.com ó factcheck.org. El gráfico resumiendo sus hallazgos, diagramado a mano con letras de plomo, se publicó en la portada del Tribune y gatilló una polémica furiosa en los Estados Unidos.
Entre los que más habían cobrado en gastos de viaje aparecía un joven congresista de Illinois llamado Abraham Lincoln.
Me pregunto, al ver su nombre junto a las cifras, ¿qué habrá pensado el futuro emancipador de los esclavos después de esa aplicación de la democracia, los datos abiertos y la libertad de prensa?
Por Paul Constance, jefe de la División de Gestión de la Comunicación del Banco Interamericano de Desarrollo
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