La horticultura juega un rol fundamental para la seguridad alimentaria, la diversidad de las dietas, los ingresos rurales, y las exportaciones de América Latina y el Caribe. Los cultivos hortícolas se destacan por ser rubros con alto valor nutricional, de gran valor de exportación, y con altos rendimientos económicos. El sector ha experimentado un crecimiento importante en varios países de la región, como Chile y Perú. En este último, por ejemplo, las exportaciones incrementaron considerablemente, pasando de estar valorizadas en US$758 millones en 2000 a más de US$ 5,78 billones en 2016 (Grupo Banco Mundial, 2018).
Sin embargo, el sector hortícola requiere una calidad de los procesos de producción y comercialización, así como altos estándares de inocuidad para obtener acceso a los exigentes mercados internacionales. Uno de los principales desafíos que enfrentan los agricultores durante las etapas de producción de estos cultivos son los riesgos fitosanitarios. En particular, una de las plagas más dañinas que afecta a la producción hortofrutícola es la mosca de la fruta (Ceratitis Capitata y Anastrepha Fraterculus). Cuando esta especie infesta un cultivo, las hembras adultas ponen sus huevos en frutas maduras, y luego las larvas se alimentan de la pulpa, causando pérdidas muy altas para los productores. Se estima que estas pérdidas alcanzan al menos el 30% de la producción peruana, afectando a 223 mil productores en los valles de la región costera. Además de restringir el acceso a mercados internacionales, la plaga de la mosca de la fruta reduce la productividad, aumenta las pérdidas de producción que podría convertirse en fuente de alimentos, y eleva los costos fitosanitarios debido al uso de plaguicidas, provocando riesgos para la salud humana y el medio ambiente.
Manejo Integrado de Plagas (IPM)
Una solución a este problema son las intervenciones de Manejo Integrado de Plagas (IPM, por sus siglas en inglés), las cuales se refieren a un conjunto de prácticas y tecnologías que están orientadas a reducir la prevalencia de plagas sin mayores disrupciones en los ecosistemas a través de mecanismos que promuevan el control natural de las plagas y que, en general, son más económicas que el uso de productos químicos pero que requieren conocimientos agronómicos y ambientales para que sean viables y efectivas.
En la región se destacan los casos de Chile y México, los cuales implementaron programas IPM para reducir la prevalencia de la mosca de la fruta. Como resultado de su Programa Moscas de la Fruta, Chile fue declarado en 1995 un país libre de esta plaga, lo cual le permitió acceder a los mercados internacionales, donde sus exportaciones de frutas y verduras están valorizadas en US$ 4.000 millones anuales. Asimismo, la intervención MOSCAMED de México permitió la obtención de un retorno de US$ 112 por cada dólar invertido, debido a incrementos en la productividad y el ahorro en costos, esto sin considerar los beneficios medioambientales (Enkerlin, 2021).
En Perú, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) ha venido apoyando desde 1998 al Servicio Nacional de Sanidad Agraria (SENASA), para reducir la incidencia de plagas que afectan la sanidad vegetal, incluyendo la mosca de la fruta. Esta intervención considera la capacitación a agricultores, la liberación de moscas macho estériles para detener su ciclo reproductivo, la instalación de trampas para monitorear la presencia de la plaga, y la construcción y adecuación de centros de cuarentena para evitar el movimiento de la plaga entre regiones geográficas a través del transporte de frutas y otros cultivos hospederos. Este proyecto se ha implementado por fases, a manera de barrido geográfico, avanzando en la cobertura de las áreas geográficas de la costa peruana.
En 2014, el Banco apoyó al gobierno de Perú en la implementación de una evaluación de impacto que buscó medir los efectos de corto plazo de la tercera fase del programa, implementada en las regiones de Lima, Ancash y La Libertad entre 2009 y 2014. Este análisis demostró que, comparados con el grupo de control, los agricultores beneficiados obtuvieron incrementos importantes en la producción y venta de frutas, así como un mayor conocimiento sobre la plaga y su prevención (Salazar et al, 2020).
Resultados en el largo plazo
Si bien en el corto plazo se destacan resultados valiosos sobre la efectividad de este programa, el BID busca apoyar a los países de la región en el análisis de las dinámicas en el largo plazo, con un enfoque de sostenibilidad. Para llevar a cabo esta desafiante tarea, utilizamos distintas herramientas incluyendo la teledetección mediante imágenes satelitales. Esta se convierte en una herramienta costo-efectiva en la provisión de datos que se pueden procesar para ser utilizados en la medición de la productividad agrícolas antes, durante y varios años después de la implementación del programa analizado.
Con el objetivo de evaluar si el programa de erradicación de mosca de la fruta tuvo efectos de largo plazo (variando de 4 a 7 años), elaboramos el estudio Estimating the Long-Term Effects of a Fruit Fly Eradication Program Using Satellite Imagery, que utiliza información de imágenes satelitales para el cálculo de un índice vegetativo que permite medir la salud de los cultivos. El Índice de Vegetación de Diferencia Normalizada (NDVI, por sus siglas en inglés) es uno de los índices más utilizados en estudios sobre agricultura, silvicultura y el uso de la tierra, ya que permite cuantificar la salud de la densidad de la vegetación que crece en un área determinada (Huang et al, 2021). Para este estudio se recopiló información georreferenciada de un grupo representativo de agricultores que se benefició del programa entre 2012 y 2013, así como de un grupo de agricultores con características similares que no participó en el proyecto (grupo de control).
Los resultados del estudio mostraron que, en los tres primeros años de implementación del programa, los beneficiarios registraron mayores índices vegetativos (entre 12% y 20%) comparado con el grupo de control. Asimismo, entre 4 y 7 años después de realizado el programa, el incremento en los índices vegetativos del grupo beneficiario se situó entre 37% y 49%, comparado con el grupo de control. Estos resultados nos llevan a concluir que los productores beneficiarios experimentan una mejor salud de sus cultivos como consecuencia del programa, lo que implica mayor productividad y, probablemente, mayores ingresos. Por lo tanto, esta evaluación nos permite concluir que el proyecto generó efectos duraderos y acumulativos en la zona de intervención.
A través de tecnologías de punta como las herramientas de teledetección y las imágenes satelitales, el BID ha venido generando mayor conocimiento sobre la efectividad de sus intervenciones en el corto, mediano y largo plazo, proporcionando a los países de la región con análisis de política pública que garantizan la efectividad de las inversiones en el sector agropecuario.
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Créditos de imagen: Shutterstock
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