Acabo de regresar de Kingston, Jamaica, donde el jueves 14 de noviembre se llevó a cabo la conferencia Desarrollo Infantil Temprano en el Caribe. El propósito de la conferencia fue compartir los recientes hallazgos de tres estudios del BID con distinguidos investigadores y baluartes de la Universidad de West Indies. La prensa escrita y la televisión cubrieron el evento muy ampliamente pues no sólo Jamaica sino que casi todos los países del Caribe estuvieron representados en el evento. También nos honró con su presencia la Primera Dama de Suriname, Ingrid Bouterse-Waldring, que preside el Comité de Desarrollo Infantil Temprano. La agradable coincidencia fue que al día siguiente, el 15 de noviembre, la Comisión para la Primera Infancia celebraba su décimo aniversario, demostrando que Jamaica es un lugar al que el resto del mundo debería mirar para aprender sobre las políticas y programas de Desarrollo Infantil Temprano (DIT) de larga plazo.
El primer estudio, presentado por la profesora Susan Walker, dio cuenta de algunos hallazgos fascinantes: es probable que el retraso en el crecimiento tenga efectos intergeneracionales en el desarrollo y que las intervenciones de DIT sean de beneficio para las prácticas de crianza de la próxima generación.
Usando como base el famoso “Estudio de Jamaica”, un ensayo controlado aleatorio de suplemento nutricional y estimulación sicosocial brindado durante dos años a niños con retraso en el crecimiento, los investigadores primero compararon niños cuyos padres tuvieron –y no– retraso en el crecimiento cuando niños y, segundo, aquellos cuyos padres recibieron estimulación sicosocial en su infancia temprana con aquellos que no la tuvieron. Luego de adaptar el ensayo a las características maternas y al estatus socioeconómico, los niños del grupo sin estimulación mostraba un desarrollo general significativamente menor que aquellos con padres sin retraso en su crecimiento. La calidad del entorno del hogar, en términos de una crianza parental receptiva y de las oportunidades de aprendizaje, fue más alta en los niños cuyos padres habían recibido estimulación sicosocial en su primera infancia.
La profesora Maureen Samms Vaugahn presentó el segundo estudio, un proyecto conjunto de la UWI y el Ministerio de Salud, denominado JAKIDS Project. Su objetivo es identificar los factores de riesgo asociados con resultados maternales y perinatales precarios. La nueva cohorte de nacimiento de JAKIDS iniciada en 2011 contribuye a la comprensión de varios factores (medioambientales, genéticos, sicológicos y sociales) que pueden influir en los resultados del embarazo, la calidad de la crianza y en la salud, el desarrollo y el comportamiento subsecuentes de los niños. Los dos principales hallazgos del estudio revelan que hay claras diferencias por género en el desarrollo (particularmente en el desarrollo motor) así como en el modo en que los padres reaccionan frente a estas diferencias, y evidencian también que el tiempo que los padres dedican a sus niños es realmente importante para su desarrollo.
Estos dos estudios tienen en común un descubrimiento intrigante que motiva el título de esta nota: los varones no son muy bien tratados por sus madres y cuidadoras. Esta última es una conclusión a la que llegan tanto en términos de indicadores absolutos (medidos por el número de interacciones positivas/negativas óptimas) así como en relación con las niñas. En el primer estudio, el puntaje del Inventario para evaluar el ambiente familiar (Home Observation for Measurement of the Environment o HOME, por sus siglas en inglés) –un índice de las buenas prácticas de crianza parentales– tendió a ser mayor para las niñas que para los niños, incluso luego de ajustarlo al puntaje de vocabulario de las madres, a la ocupación y al estatus socioeconómico.
El segundo estudio mostró una medida diferente de la calidad del entorno del hogar: los varones tenían más interacciones negativas con sus padres (recibían más bofetadas y amenazas) que las niñas. Dado que los niños son más vulnerables en su vida temprana que las niñas, sobre todo en el periodo prenatal, este descubrimiento resulta particularmente preocupante. Las grandes desventajas en el desempeño escolar de los niños caribeños no deberían sorprender a la luz de estos hallazgos. Y, lo que es más importante, es probable que las intervenciones beneficien a todos los niños y niñas, pero sus mayores beneficios podrían ir a los más desfavorecidos, en este caso los niños.
El último estudio, presentado por las doctoras Susan Chang-López y Cristina Powell, mostró un descubrimiento esperanzador. Se hizo una serie de vídeos cortos con diferentes mensajes en torno al juego y a las interacciones receptivas. Se exhibían en los televisores de las clínicas de salud pública mientras las madres y los padres esperaban a ser recibidos por la enfermera. Los resultados revelaron que era posible utilizar los centros de salud en Jamaica, Antigua y Santa Lucía para mejorar significativamente la cognición de los niños sin incrementar el personal del centro o su tiempo de permanencia en él. Esta podría ser potencialmente una solución a un muy bajo costo y además efectiva. Y, de hecho, algunos países del Caribe están considerando seriamente implementar este modelo.
Cerramos el encuentro con un pensamiento común en el panel y en la audiencia: estos estudios serán la base de las agendas de reformas y del diseño de intervenciones costo-efectivas no solo en el Caribe sino en otros lugares de América Latina.
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