Hay viajes que nos transforman. Esta es la crónica de viaje de una joven consultora del BID que, en su primera misión en Surinam, recorrió ríos y selvas para cómo trabajar juntos por renovar la infraestructura educativa puede tener grandes impactos en la vida de quiénes más lo necesitan.
Hace tres años, cuando era una consultora novata del BID en el proyecto de consolidación del acceso a una educación inclusiva y de calidad en Surinam, recibí la invitación para mi primera misión en mi nuevo rol. Salimos a las 4 a. m. desde Paramaribo, Surinam, para visitar escuelas en el interior rural que estaban en proceso de renovación. Con un equipo de la unidad de gestión del proyecto, emprendimos un viaje de cuatro horas en coche hasta Pokigron, en el puerto de Atjoni, la última parada antes de abordar los botes que nos llevarían a la región superior de Surinam, en el sur. Desde allí, navegamos dos horas río arriba a través de la densa selva tropical hasta nuestra primera escuela, O.S. Ma Lobi. Dos horas en un banco de madera, seguidas de otras tres horas hasta nuestro segundo destino, O.S. Bofokule. Los bancos de madera no ofrecen comodidad—te sientas hasta quedar entumecido.
Las dificultades del acceso





A pesar del agotador trayecto, la recepción de los aldeanos y los líderes tribales hizo que todo valiera la pena. Las madres nos explicaron que la falta de escuelas en su aldea las obligaba a pagar a los barqueros para transportar a sus hijos, una carga económica considerable en una comunidad con recursos financieros limitados. Cada centavo contaba. Los líderes tribales expresaron su honor por ser parte del proyecto y su compromiso en apoyar nuestros esfuerzos.
Imaginen un lugar inaccesible en coche, donde viajar toma horas. Ahora, piensen en lo que implica renovar una escuela allí: madera, arena, cemento, pintura, materiales educativos—todo debe transportarse por tierra y agua. Tomé fotos, tal vez por mi propia rendición de cuentas. En una de ellas, capturé al director del programa, profundamente concentrado, asimilando la inmensa cantidad de trabajo que teníamos por delante.
La escuela, la comunidad y sus desafíos
La escuela era pequeña, con unas pocas aulas y viviendas para maestros cercanas. No había electricidad ni agua corriente. Algunas aulas carecían de techos. Los baños eran inservibles. Los pisos—cuando existían—estaban llenos de cráteres tan grandes que la mitad del espacio era inutilizable. En Ma Lobi, la escuela no era más que un marco de concreto. Las termitas habían devorado la madera restante y los aldeanos, tras haber escuchado promesas incumplidas sobre nuevas escuelas, eran comprensiblemente escépticos.
El 24 de marzo de 2025, regresé a O.S. Bofokule, esta vez en avión—un vuelo de 45 minutos, seguido de un trayecto de 30 minutos en bote. Estaba menos nerviosa que la primera vez, llena de emoción y curiosidad. Al llegar, nos recibieron niños cantando, padres y maestros ondeando las manos, un nuevo área de juegos, un quiosco y, lo más importante, una hermosa escuela renovada para niños de 4 a 12 años.
El impacto de la renovación
En esta aldea, 132 estudiantes y 11 maestros ahora tienen acceso a nuevas aulas y viviendas para docentes. Antes del proyecto, muchas familias enfrentaban decisiones difíciles. Algunos padres debían pagar un promedio de 130 SRD por niño al año solo para el transporte a la escuela más cercana, un gasto significativo considerando que los ingresos familiares varían cada mes dependiendo de los recursos disponibles. Antes de las renovaciones, la escuela carecía de electricidad, agua corriente y saneamiento adecuado. La instalación de un sistema de recolección de agua de lluvia garantiza ahora que estudiantes y maestros tengan acceso a agua y mejores condiciones de higiene.
Una escuela bien construida solo es útil si se mantiene en buenas condiciones. Este proyecto desempeñó un papel clave en el fortalecimiento de los estándares de infraestructura escolar en Surinam e introdujo una guía de mantenimiento escolar que asegurará que los edificios permanezcan seguros y funcionales por muchos años. Volví a tomar una foto del director del programa—esta vez, no sumido en pensamientos, sino de pie con orgullo frente a la escuela renovada, con un pangi sobre su hombro, un símbolo de gratitud del capitán de la aldea.



Por un futuro prometedor
Me sentí en casa en el campo del desarrollo, pero también muy consciente de las distintas realidades entre quienes toman decisiones y las personas que se ven afectadas por ellas. Al hablar con una madre del pueblo en 2022, podía escuchar la preocupación en su voz—¿cómo lograría mantener a sus hijos en la escuela? Ellos merecían un futuro prometedor, igual que los niños en áreas más desarrolladas. Volver a verla después de tanto tiempo fue reconfortante. Me dijo: “Ahora pueden ir a la escuela en su propia aldea. Nos hemos quitado un peso de encima.”
Lecciones aprendidas
En el BID, nuestra misión es simple: mejorar vidas. Y en dos años y medio, en diez escuelas de áreas remotas, hemos hecho justamente eso—haciendo que la educación sea accesible, fomentando la apropiación a través de guías de mantenimiento y empoderando a las comunidades con soluciones sostenibles.
¿Qué sigue para el proyecto? Aún nos quedan algunos kits de mantenimiento por entregar a escuelas recientemente renovadas. Sin embargo, este proyecto va más allá de la infraestructura: se trata de garantizar que la educación sea inclusiva y accesible para todos. Como parte de un esfuerzo más amplio de reforma educativa, la enseñanza del neerlandés para hablantes no nativos en el sur rural ayudará a los maestros a brindar un mejor apoyo a los estudiantes. Este cambio hará que el aprendizaje sea más atractivo, ayudando a los niños a construir una base sólida para su futuro educativo.
El impacto de estos esfuerzos se sentirá por generaciones. Además, un nuevo proyecto introducirá la preparación en TIC, permitiendo que los maestros planifiquen sus lecciones de manera más efectiva y se conecten con recursos educativos más allá de su entorno inmediato.
En este enlace puedes ver la crónica en video de esta misión.