La protección de los ecosistemas azules es mucho más que un acto de conservación; es una inversión inteligente que impulsa el crecimiento económico de las naciones, enriquece la vida de las personas y asegura un futuro donde la biodiversidad oceánica y las zonas costeras prosperan. Piensen en los arrecifes de coral, los manglares, las praderas marinas y las marismas no solo como paisajes hermosos o escenarios naturales para nuestras próximas aventuras acuáticas, sino como los héroes silenciosos de las economías de los países costeros. Su importancia va más allá de proveer belleza natural; son el bastión contra la erosión costera, reguladores del clima y proveedores que nutren a nuestras comunidades. Para muchos países, estos ecosistemas son tesoros económicos genuinos que contribuyen significativamente al bienestar nacional.
Ahora, veamos este tema desde otro ángulo. Aunque hemos elogiado a los ecosistemas azules, aún no hemos abordado un aspecto clave: ¿cómo podemos cuantificar su valor en términos que resuenen en las discusiones y en los círculos políticos? La valoración económica de estos tesoros azules es fundamental. Nos permite argumentar con datos en mano, mostrando a la sociedad y a quienes toman las decisiones que preservar los ecosistemas azules no es solo una cuestión de amor por la naturaleza, sino una decisión económica inteligente. A fin de cuentas, entender y poner precio a los bienes y servicios que nos brindan los ecosistemas azules es crucial para tomar decisiones informadas que aseguren su conservación y, con ella, nuestro futuro colectivo.
Por lo tanto, al hablar de proteger los ecosistemas azules, debemos recordar que estamos no solo rescatando escenarios pintorescos, estamos asegurando que nuestras economías continúen fluyendo tan armoniosamente como las olas que rompen en nuestras costas. Y en última instancia, ¿qué podría ser más inspirador que formar parte de esa corriente de transformación?
El caso de República Dominicana
En la República Dominicana, los ecosistemas azules constituyen una fuente vital de bienes y servicios, tanto directos como indirectos. No solo impulsan el turismo y las actividades recreativas, sino que también son esenciales para la pesca, la protección costera contra la erosión, el secuestro de carbono y la conservación de la biodiversidad. Contribuyen significativamente a la economía del país, aportando alrededor de US$1.700 millones anuales, lo que representa aproximadamente el 1.4% del PIB de 2022. Esta cifra trasciende su valor monetario, evidenciando el profundo impacto de estos ecosistemas en el día a día y en el bienestar económico nacional.
Esta valoración se deriva de un estudio del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) titulado “Valoración económica de los servicios ecosistémicos provistos por los ecosistemas de la economía azul en la República Dominicana”. Previsto para publicación en los meses venideros, el estudio busca cuantificar económicamente estos servicios para guiar las políticas de conservación y fomentar la gestión sostenible de los ecosistemas azules dominicanos. En los párrafos siguientes, se detalla la contribución específica de las distintas fuentes a este valor global de US$1.700 millones anuales.
Descomposición del valor global estimado para los ecosistemas azules de República Dominicana
Los arrecifes de coral, en particular, son recursos marinos de alto valor económico para el sector turístico y recreativo de República Dominicana, ya que contribuyen con US$1.295 millones al año exclusivamente para dicho sector. Este valor se desglosa en varios aspectos: el valor del alojamiento ligado a los arrecifes, los ingresos de áreas protegidas, actividades como buceo y snorkel, y efectos multiplicadores en otros sectores económicos. Imagina lo siguiente: cada buceador, cada fotografía subacuática, cada noche en un hotel con vista hacia el arrecife, suma a esta cifra impresionante.
En cuanto a la pesca, los arrecifes y manglares contribuyen con US$20,4y US$24,8millones anuales, respectivamente. Estos ecosistemas son hogares de peces y verdaderas fábricas de recursos marinos, fundamentales tanto para la pesca comercial, como para la local.
La protección costera, una función menos visible pero igualmente crítica, tiene un valor económico considerable: US$ 96 millones para los arrecifes, US$ 8,5 millones para los manglares y US$ 95,8 millones para las marismas. Estos ecosistemas forman escudos o barreras naturales contra las tormentas y la erosión, protegiendo infraestructuras y vidas.
En cuanto al secuestro de carbono, los manglares, praderas marinas y marismas contribuyen con US$3,66, US$1,47 y US$12,15 millones al año, respectivamente. Además, el valor de sus reservas de carbono en la actualidad se eleva a US$1.501, US$248 y US$1.592 millones respectivamente. Estos sumideros de carbono son esenciales para la lucha contra el cambio climático, absorbiendo el CO2 que de otra manera calentaría nuestro planeta.
¿Qué son los valores de no uso y cuánto representan en la economía dominicana?
Los ecosistemas de carbono azul poseen un significativo “valor de no uso”. Este concepto se refiere a la importancia que tienen estos ecosistemas más allá de su explotación económica directa, destacando su valor intrínseco y los beneficios globales que ofrecen a la humanidad y al planeta. Son aquellos beneficios que obtenemos de estos ecosistemas sin necesidad de explotarlos o incluso visitarlos. Estos valores subrayan la importancia de conservar estos hábitats no solo por su funcionalidad ecológica o los servicios económicos que proveen a las sociedades humanas actuales, sino también por su importancia intrínseca y su beneficio para las generaciones futuras. Entre estos valores de no uso destacamos: el valor de legado cultural y espiritual, el valor de legado (i.e. justicia intertemporal), el valor de opción, el valor de existencia (i.e. derecho de existencia), entre otros.
Los valores de no uso, reflejados en la disposición a pagar por la conservación de los ecosistemas azules, se han estimado en cifras que rondan los US$33,8, US$35,8, US$30,1 y US$31,3 millones anuales para arrecifes, manglares, praderas marinas y marismas, respectivamente. Lo fascinante aquí no es solo la generosidad de estas cifras, sino lo que representan: un voto de confianza en el futuro y una prueba tangible del compromiso colectivo de la sociedad para proteger los ecosistemas marino-costeros. Este estudio nos recuerda que la sociedad valora estos ecosistemas no solo por los beneficios tangibles que ofrecen hoy, sino también por su simple presencia en el mundo y todo lo que prometen para las generaciones venideras.
Desbloqueando los beneficios
El valor actual de los beneficios previamente mencionados, descontados a tasas del 3% y 4%, se encuentra entre US$45.000 y US$59.000 millones. Este rango destaca la importancia de conservar estos ecosistemas por su valor presente y también por su potencial contribución futura. Es importante considerar estos valores como un piso para la valoración de dichos ecosistemas, ya que podrían ser mayores si se incluyeran servicios ecosistémicos que este estudio no pudo contemplar, debido a limitaciones de información o al alcance de este. Por ejemplo, el valor de la pesca y el reciclaje de nutrientes por las praderas marinas es incalculable y todavía está por ser plenamente reconocido.
La valoración realizada por el estudio del BID resalta una verdad ineludible: los ecosistemas azules de la República Dominicana son vitales para la economía y para el ambiente. Este análisis subraya la urgencia de proteger arrecifes, manglares y praderas marinas, como un deber ecológico y como una estrategia económica inteligente. Al invertir en la conservación, damos pasos hacia un desarrollo sostenible que armoniza el progreso económico con el cuidado del planeta. Se puede pensar en usar esas cifras para la construcción de varios instrumentos financieros vinculados con la biodiversidad tales como: seguros basados en infraestructura natural, créditos voluntarios de biodiversidad, planificación para conversiones de deuda por la naturaleza, y bonos sostenibles. Esta es una apuesta segura por un futuro donde la prosperidad y la naturaleza coexisten, beneficiando no solo a la República Dominicana, sino al planeta entero.
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Crédito de imagen: Shutterstock
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