La naturaleza urbana no es una contradicción: comprende la variedad de organismos vivos y sus sistemas ecológicos que se encuentran en un entorno urbano. Hace tres décadas, la paisajista Anne Whiston Spirn estableció el concepto de urbanismo ecológico con su libro “The Granite Garden: urban nature and human design” (1984) donde argumentaba que las ciudades se definen tanto por lo construido como por su estructura ambiental, la cual es determinante para las condiciones de vida de sus habitantes por su influencia en la disponibilidad de agua, calidad del aire, entre otros. En el marco de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y la recuperación post-pandemia, las ciudades tienen la oportunidad de replantear sus paradigmas de crecimiento, equidad y bienestar poblacional, propiciando una nueva narrativa que reconoce la interacción y su influencia con la naturaleza y sus servicios ecosistémicos.
Las ciudades de Latinoamérica y el Caribe (LAC) están en condiciones de liderar este cambio de paradigma hacia el urbanismo ecológico. Es una de las regiones con mayor biodiversidad del mundo, albergando alrededor del 60% de la vida terrestre mundial y diversas especies marinas y de agua dulce (UNEP, 2016). A su vez, LAC es la región más urbanizada del mundo donde casi un 80% de su población vive en zonas urbanas. Hasta ahora los principales retos de sostenibilidad de las ciudades se han asociado a la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero generadas por el transporte, la producción de electricidad y la industria. No obstante, el encuentro de la exuberante biodiversidad de LAC con el desarrollo urbano también presenta retos importantes.
En la región, la expansión urbana se ha caracterizado por ser poco planificada, sin consideración por la conservación de ecosistemas estratégicos y por su desarrollo en zonas de mayor vulnerabilidad, en las que habitan los hogares con menos recursos. Menos del 40% de las aguas residuales son tratadas antes de su vertido; además, no se maneja adecuadamente la escorrentía de aguas de lluvia, ni los residuos sólidos, lo que genera un impacto en la salud ambiental y económica de poblaciones aguas abajo o interconectadas. Todos estos daños ambientales no solamente afectan gravemente a los ecosistemas, el 25% de todas las muertes registradas en las regiones en desarrollo del mundo son atribuibles a causas ambientales.
Con base en las recomendaciones del Convenio de Diversidad Biológica, Foro Económico Mundial y la experiencia del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), estas son algunas de las estrategias que las ciudades latinoamericanas pueden considerar para contribuir con la conservación de la biodiversidad:
- Incorporar la biodiversidad y sus beneficios en la planificación territorial. La estructura ecológica principal y los servicios ecosistémicos se deben incorporar como principios del ordenamiento territorial, reconociendo las dinámicas de ciudad-región en la provisión de agua, alimentos y materias primas. La gestión de la biodiversidad necesita de coordinación y cooperación entre jurisdicciones, para asegurar o reestablecer la conectividad ecosistémica por medio de corredores biológicos, la protección de áreas verdes y otras soluciones basadas en la naturaleza. Estas soluciones aumentan la captura de carbono, contribuyen al manejo del agua de lluvia, reducen la contaminación atmosférica y el efecto de las islas de calor, así como a la generación de bienestar socioeconómico. En los 1970s, Curitiba en Brasil, enfrentó sus problemas de salud ambiental a través de un proceso integrado de planificación urbana, que incluyó el mejoramiento de los servicios de saneamiento, y la designación de áreas naturales protegidas que funcionan en paralelo como sitios de absorción de aguas de lluvias y zonas recreativas. Hoy la ciudad cuenta con 46 áreas protegidas y 64.5 metros cuadrados por habitante de áreas verdes, superando ampliamente el estándar mundial de 15m2. En Colombia, el gobierno está desarrollando con apoyo del BID una estrategia de “Biodiverciudades” para reconocer, proteger e integrar la biodiversidad y sus servicios ecosistémicos para un desarrollo urbano sostenible. Medellín, Bucaramanga y Villavicencio son las ciudades piloto y se espera replicar la experiencia en todas las ciudades del país.
- Incorporar la biodiversidad y sus beneficios en la planificación territorial. La estructura ecológica principal y los servicios ecosistémicos se deben incorporar como principios del ordenamiento territorial, reconociendo las dinámicas de ciudad-región en la provisión de agua, alimentos y materias primas. La gestión de la biodiversidad necesita de coordinación y cooperación entre jurisdicciones, para asegurar o reestablecer la conectividad ecosistémica por medio de corredores biológicos, la protección de áreas verdes y otras soluciones basadas en la naturaleza. Estas soluciones aumentan la captura de carbono, contribuyen al manejo del agua de lluvia, reducen la contaminación atmosférica y el efecto de las islas de calor, así como a la generación de bienestar socioeconómico. En los 1970s, Curitiba en Brasil, enfrentó sus problemas de salud ambiental a través de un proceso integrado de planificación urbana, que incluyó el mejoramiento de los servicios de saneamiento, y la designación de áreas naturales protegidas que funcionan en paralelo como sitios de absorción de aguas de lluvias y zonas recreativas. Hoy la ciudad cuenta con 46 áreas protegidas y 64.5 metros cuadrados por habitante de áreas verdes, superando ampliamente el estándar mundial de 15m2. En Colombia, el gobierno está desarrollando con apoyo del BID una estrategia de “Biodiverciudades” para reconocer, proteger e integrar la biodiversidad y sus servicios ecosistémicos para un desarrollo urbano sostenible. Medellín, Bucaramanga y Villavicencio son las ciudades piloto y se espera replicar la experiencia en todas las ciudades del país.
- Incorporar la biodiversidad y sus beneficios en la planificación territorial. La estructura ecológica principal y los servicios ecosistémicos se deben incorporar como principios del ordenamiento territorial, reconociendo las dinámicas de ciudad-región en la provisión de agua, alimentos y materias primas. La gestión de la biodiversidad necesita de coordinación y cooperación entre jurisdicciones, para asegurar o reestablecer la conectividad ecosistémica por medio de corredores biológicos, la protección de áreas verdes y otras soluciones basadas en la naturaleza. Estas soluciones aumentan la captura de carbono, contribuyen al manejo del agua de lluvia, reducen la contaminación atmosférica y el efecto de las islas de calor, así como a la generación de bienestar socioeconómico. En los 1970s, Curitiba en Brasil, enfrentó sus problemas de salud ambiental a través de un proceso integrado de planificación urbana, que incluyó el mejoramiento de los servicios de saneamiento, y la designación de áreas naturales protegidas que funcionan en paralelo como sitios de absorción de aguas de lluvias y zonas recreativas. Hoy la ciudad cuenta con 46 áreas protegidas y 64.5 metros cuadrados por habitante de áreas verdes, superando ampliamente el estándar mundial de 15m2. En Colombia, el gobierno está desarrollando con apoyo del BID una estrategia de “Biodiverciudades” para reconocer, proteger e integrar la biodiversidad y sus servicios ecosistémicos para un desarrollo urbano sostenible. Medellín, Bucaramanga y Villavicencio son las ciudades piloto y se espera replicar la experiencia en todas las ciudades del país.
Las ciudades han demostrado ser espacios agiles de cambios. En el 2005, más de 140 ciudades de los Estados Unidos prometieron contribuir al logro de las metas del Protocolo Kioto y, en ese mismo año, otras 18 formaron el grupo Líderes de Grandes Ciudades por el Clima (C40) para hacer frente a las causas y consecuencias del cambio climático. No cabe duda que las ciudades seguirán siendo laboratorios para la diversidad, creatividad e innovación, para desarrollar las soluciones que propicien la equidad, sostenibilidad ecológica, desarrollo socioeconómico y participación local.
Las ciudades de LAC pueden desempañar un rol determinante en revertir la pérdida de la biodiversidad para el 2030 y restaurarla a niveles más sostenibles al 2050, y de esta manera alcanzar la visión 2050 “viviendo en armonía con la naturaleza”.
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