¡Hoy celebramos el Día Mundial de la Alimentación! Es una fecha que nos debe servir para reflexionar no solo sobre los aspectos positivos que hacen de nuestra región un lugar maravilloso, sino sobre los desafíos que enfrentamos en relación con la seguridad alimentaria. Por un lado, América Latina y el Caribe es una región privilegiada. La región posee las mayores reservas de agua potable del mundo y tiene una biodiversidad envidiable con la mayor variedad de especies y ecosistemas del planeta (BID, 2019). Además, la fertilidad de sus suelos y su aptitud climática hacen que la región no solo produzca alimentos suficientes para cubrir las necesidades de toda su población, sino que además sea la principal exportadora de alimentos del mundo con el 14% de las exportaciones agrícolas. De hecho, América Latina y el Caribe fue la única región del mundo en alcanzar el Objetivo de Desarrollo del Milenio (ODM) de reducir la proporción de personas con desnutrición a la mitad entre 1990-2015.
Sin embargo, desde entonces, el panorama ha cambiado. Contrario a lo esperado, la región ha evidenciado un aumento en el número de personas con hambre, que ha incrementado en 12% en los últimos años. De hecho, hemos pasado de tener 38 millones de personas en condición de hambre en el año 2014 a 42,5 millones en 2018 (FAO, OPS, WFP y UNICEF 2019). ¡Esta cifra equivale aproximadamente al total de la población de Costa Rica, Guatemala, Honduras, Nicaragua y El Salvador …juntos!
Esta situación es extremadamente preocupante considerando que la pandemia del COVID-19 tendrá como consecuencia un mayor incremento de personas con hambre. Un estudio realizado por el BID y la Universidad de Cornell encuentra que casi el 40% de los hogares más pobres en la región ha experimentado hambre durante la pandemia, y casi el 50% de los hogares han tenido que cambiar su consumo hacia dietas menos saludables.
Además del hambre y la inseguridad alimentaria, la incidencia de obesidad y los problemas de malnutrición también han venido aumentando. Se estima que aproximadamente el 25% de la población latinoamericana y caribeña sufre de obesidad. Esto nos hace pensar que en la región es un privilegio de pocos adquirir alimentos saludables y nutritivos.
¿Como es posible entonces que una región que produce suficientes alimentos para satisfacer a toda su población y exporta alimentos a nivel mundial, tenga un aumento en el número de personas con hambre? La inseguridad alimentaria radica en la falta de recursos de los hogares para adquirir alimentos. Es decir, aunque la oferta de alimentos sea más que suficiente a nivel regional o nacional, la pobreza y la desigualdad económica son los factores principales que impiden que todos los hogares latinoamericanos y caribeños tengan acceso a alimentos nutritivos. Recordemos que, antes de la crisis del COVID-19, la pobreza en la región había aumentado progresivamente y que, además, la región es la más desigual del mundo. Un informe elaborado por el PNUD en 2019 encuentra que, en la región, el 10% más rico concentra una porción de los ingresos mayor que en cualquier otra región (37%), mientras que el 40% más pobre recibe solo 13% de los ingresos. Esto impide que una parte importante de los latinoamericanos y caribeños obtengan alimentos asequibles, saludables y nutritivos de manera estable.
De nuevo, esta situación se agravará aún más por la pandemia del COVID-19. Informes recientes de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) indican que el número de personas en situación de pobreza incrementará en 45,4 millones durante 2020 hasta alcanzar un total de 230,9 millones de personas. Esto implica que aproximadamente el 37% de la población de la región se encontraría en una situación de pobreza.
No afrontar el problema del hambre y la desnutrición traerá consecuencias devastadoras como una mayor presión migratoria, y mayor inseguridad y secuelas a largo plazo en el desarrollo humano de los niños de la región.
Hoy, en el Día Mundial de la Alimentación, pensemos entonces: ¿Qué podemos hacer ante este enorme desafío? Hace solo unos días el Programa Mundial de Alimentos recibió el Premio Nobel de la Paz por su contribución en la reducción del hambre en el mundo ¡FELICIDADES!, evidenciando aún más la necesidad de trabajar por un mundo sin hambre donde toda la población tenga acceso a alimentos sanos y nutritivos que les permita desarrollar una vida saludable.
En este escenario desafiante, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) está fomentando un enfoque multisectorial para la reducción del hambre con una perspectiva integral que considere el sistema alimentario en su conjunto. Esto implica que el problema de la falta de alimentos o de la inseguridad alimentaria no puede y no debe enfocarse solamente en aumentar la oferta de alimentos, sino también debe considerar una visión desde la demanda, con especial consideración al estado nutricional de la población. Vale mencionar que varios estudios recientes demuestran que hay una relación entre el estado nutricional de las personas y la afectación crónica por COVID-19, lo que hace más evidente la necesidad de facilitar el acceso a alimentos saludables en nuestra región.
Así, necesitamos trabajar en muchos frentes que además consideren la problemática del COVID-19. Estas medidas incluyen, entre otras: (i) generar una oferta estable de alimentos asequibles que provean una nutrición adecuada para toda la población y promover sistemas de producción agroecológicos resilientes al cambio climático que sean ambientalmente sostenibles; (ii) crear oportunidades económicas atractivas en las zonas rurales para compensar de manera adecuada el trabajo de nuestros agricultores y visibilizar el rol tan importante que cumplen para garantizar la seguridad alimentaria mundial y preservar la biodiversidad; (iii) invertir en bienes públicos que incrementen la productividad, los ingresos agrícolas y el empleo en las zonas rurales tales como infraestructura rural (i.e. caminos terciarios, electrificación, agua potable), sanidad e inocuidad agroalimentaria, manejo integrado de plagas, titulación de tierras, entre otros; (iv) generar mecanismos para la transferencia de tecnologías a pequeños productores, incluyendo asistencia técnica de calidad; (v) reducir la brecha educativa que existe entre el campo y la ciudad, y adaptar los currículos escolares de las zonas rurales para los conocimientos sean útiles para el entorno donde se desarrollan; (vi) generar circuitos cortos de producción y distribución de alimentos eficientes y que sean amigables con el medio ambiente, faciliten el acceso de alimentos nutritivos a poblaciones vulnerables y reduzcan la huella de carbono; (vii) implementar programas de protección social que protejan las poblaciones más vulnerables; (viii) reducir las pérdidas y desperdicios de alimentos; y (ix) empoderar a los jóvenes, las mujeres y las comunidades indígenas de las zonas rurales, reduciendo la brecha de acceso a insumos productivos, educación y financiamiento.
Finalmente, necesitamos también de tu ayuda. Recordemos que, como consumidores, es nuestro deber informarnos sobre el origen de nuestros alimentos, priorizar los alimentos que son producidos de manera sostenible y valorar el trabajo incansable de nuestros campesinos. ¡Y tampoco olvidemos que el acceso a una alimentación saludable y nutritiva es un derecho de todos y no el privilegio de unos pocos!
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