El proyecto tiene un gran potencial. El BID ha otorgado un paquete de financiación de US$109 millones a El Alto, Bolivia, para traer agua potable a los habitantes y a la vez mejorar la irrigación de 7.000 agricultores. Tras su compleción, la cuenca integrada beneficiará a más de 260.000 personas durante los próximos 10 años, de las cuales 10.000 se encuentran en comunidades remotas y el resto en El Alto en sí.
Como con cada proyecto de desarrollo, el BID –la agencia a cargo de la ejecución del proyecto– y otros actores buscaron minimizar el impacto sobre las comunidades locales y recursos naturales. Dicho esto, no hay planificación a priori alguna que pueda compensar por completo los impactos. Los grandes proyectos de infraestructura, por naturaleza, afectarán al ambiente circundante y a la población que allí habita.
En este caso, el proyecto de El alto requería para su éxito que aproximadamente el 40% del suministro de agua proviniera de las comunidades indígenas locales. Sin este recurso, los planes de cuenca integrada no serían sostenibles. Dichas comunidades no estaban dispuestas a entregar este valioso recurso sin la correspondiente compensación y, sin el apoyo popular, el proyecto corría riesgos.
De hecho, el proyecto entero podría haber sido anulado por la mínima protesta a nivel local debido a su ubicación remota y la dependencia de pequeños accesos viales. Las protestas o bloqueos no son ajenos a la región. La represa de Misicuni ha visto manifestaciones y paralización de labores en tres ocasiones diferentes.
Como consecuencia, el proyecto en El Alto fue catalogado “de alto riesgo” y se incorporaron miembros de la Unidad de Salvaguardias Ambientales (ESG) del BID para comprometer a la comunidad, determinar sus necesidades, generar consenso y garantizar el éxito del proyecto. Estos logros no surgieron espontáneamente. Fueron el resultado de mucho trabajo y negociaciones honestas y de buena fe. Finalmente, se llegó a un acuerdo: la comunidad local aportaría el agua a cambio de un plan de gestión de manejo integral de cuencas e infraestructura adicional para apoyar sus necesidades, incluyendo redes de suministro de agua potable e irrigación.
Con esto, el trabajo no está acabado. Si bien se ha alcanzado un acuerdo, el trabajo de seguimiento será crítico. ¿La comunidad está recibiendo el apoyo e infraestructura prometidos? De ser así, ¿están mitigándose correctamente los impactos? ¿Existe un sistema para análisis y mediciones de seguimiento? ¿Qué procedimientos se encuentran disponibles para responder en caso de crisis? Es necesaria una estructura de apoyo que garantice que estos asuntos sean considerados constantemente conforme avanza el proyecto, especialmente una vez iniciada la construcción.
Tanto este proyecto como el plan de restauración que de él resulte, es algo de lo que en el BID debemos enorgullecernos. Estamos financiando un proyecto de infraestructura crítico a la vez que facilitamos la subsistencia de varias comunidades indígenas para quienes su hábitat es primordial para su modo de vida. Pocas organizaciones habrían podido mantener un equilibrio tan delicado entre tantos actores diferentes. Estas son problemáticas que a menudo dificultan los proyectos de desarrollo.
El Alto también destaca la significativa diferencia entre la comunicación de la información y el compromiso comunitario. Si bien ambos son clave para el éxito de un proyecto, no se puede considerar a la comunicación de una vía como medio suficiente para alcanzar un resultado deseable. Inevitablemente, se deben plantear conversaciones y llegar al entendimiento para identificar los asuntos de mayor relevancia y abordarlos mediante esfuerzos de mitigación (en este caso, la necesidad de suministro de agua y la preservación en el largo plazo). Cuanto más temprano en el ciclo del proyecto se realicen estos esfuerzos, mejor.
Para más información acerca de este y otros proyectos, explore nuestra Línea de Tiempo de Sostenibilidad y Salvaguardias interactiva y lea nuestro último Informe de Sostenibilidad, ahora descargable.
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