Frente a mi zapato deportivo, entre el lodo, yace un cartucho de escopeta vacío, aplastado; después otro; y luego, entre los matorrales, otro.
Registro el hecho pero hace demasiado calor, bajo el ardiente sol caribeño de media mañana, como para pensar mucho sobre ello, en especial ocupado como estoy tomando notas, evitando problemas y buscando sombra. Me pregunto, por apenas un segundo, qué clase de presas cazaría la gente por aquí con una escopeta.
Nos encontramos en un viaje de campo a un complejo piscícola de tilapia en el Caribe. El BID está financiando un préstamo para incrementar la productividad del sector agrícola y me encuentro acompañado por algunos de los mejores y más brillantes profesionales en irrigación, desarrollo agrícola, ingeniería civil y ejecución de proyectos.
El administrador del complejo, criado en una exitosa familia piscícola, le explica al pequeño grupo reunido a lo largo de una cañada de lodo, las nimiedades y dinámica política implicadas en la irrigación piscícola.
“¿Ven, allí, a través de la cañada?” – pregunta, con su cadencioso acento caribeño, apuntando hacia una gruesa placa de fierro corroído de diez pies de largo.
“Fue encajada a la cañada por acuicultores, más o menos unos ocho pies de profundidad, para desviar agua a las partes bajas del complejo; necesitaban desesperadamente un suministro de agua para llenar sus estanques.”
“Al hacer eso, se cortó la mayor parte del suministro de agua a otros acuicultores, quienes enfurecieron.”
“En pocas semanas se estaban amenazando, de un lado a otro de los estanques, con dispararse.” “Esto se volvió el Viejo Oeste por un tiempo.”
“¿Qué? ¿Disparos? ¿Aquí?” – pensé. Estos cartuchos sobre el suelo se veían bastante recientes. “¡Nosotros somos la presa!”
El silencio cae sobre el grupo mientras pasamos a modo de evaluación de riesgo.
Miramos alrededor buscando criadores de tilapia, de mirada furiosa y apariencia bandolera armados con escopetas. Calculamos la distancia al refugio; nuestro gran mini bus con aire acondicionado y su experto conductor.
Afortunadamente la amenaza no se materializa y regresamos aliviados al pueblerino camino hasta que una camioneta pick-up nos enfrenta, bloqueando la salida.
“Verán”, dice el administrador, “fueron avisados de nuestra llegada y enviaron un equipo explorador para revisarnos”.
Nadie está armado, pero sí debemos explicar qué hacemos aquí y el piscicultor me pide mi tarjeta de presentación. Todos son amigables y profesionales, pero el mensaje es claro: nadie entra a este paraje sin una inspección.
Como profesionales del desarrollo todos hemos leído sobre cómo el agua se está convirtiendo en un bien escaso, codiciado y conflictivo. Esta es la primera vez que de hecho experimento todo ello de primera mano.
De pronto todo se vuelve muy real: Los piscicultores viven de criar peces. Los peces necesitan agua limpia; llévate el agua y el conflicto se vuelve inevitable. Habíamos estado luchando con el diseño de ingeniería de este complejo de irrigación piscícola por un año, sin poder hallar consenso o una solución técnica viable.
Y lo obvio repentinamente me alcanza; la solución correcta no es técnica; los sistemas de irrigación no son solo un rompecabezas de ingeniería: son, antes que nada, un asunto de política sobre recursos naturales, a un nivel local y de la más concreta naturaleza: quién obtiene el agua, en qué cantidad y de qué calidad; cuándo y a qué costo.
La calidad del agua es un asunto clave; el agua que alimenta las granjas piscícolas, localizada en las partes bajas de la cuenca, se usa para la industria y suministro de agua potable, pero también recibe aguas residuales, contaminadas por sólidos urbanos, desechos mineros y de caminos.
Esta situación, lejos de ser ideal, tiene un costo: Ahora debemos considerar la limpieza no solo del afluente proveniente de estas granjas piscícolas, sino también del agua entrante, lo que afecta directamente la inversión y, por tanto, la competitividad del proyecto; otra demostración de que los servicios ecosistémicos, tales como la provisión de agua limpia a través de la protección de una cuenca, proveen beneficios tangibles a los humanos.
Aún en este hermoso paraje del mundo, amigable y encantador, puede surgir violencia de entre estanques de tilapia. Esta no es una guerra, ni de cerca; el consenso y sentido común se hallan en alinear cuestiones normativas y políticas e ingeniería para llegar a soluciones prácticas y razonables, pero la lección es clara:
El consenso es fundamental, a través de diálogo y consultas; de no darse, todo puede convertirse en un infierno.
Al final de cuentas, sin embargo, me entero que los cartuchos de escopeta son producto de la caza de aves, no humanos.
Un final feliz para un proyecto valioso.
Si te interesa el Capital Natural y la Biodiversidad, siguenos en Twitter @BIDecosistemas;
Raul Tuazon dice
Buen artículo. No es una sorpresa el conflicto de agua en el caso de piscicultura. Es igual al caso de riego o cualquier otro uso de agua. Si bien el consenso es fundamental, el desarrollo sostenible requiere asegurar que exista los foros formales e informales para discutir los multiples puntos de vista y resolver los conflictos. Lo fundamental es establecer y registrar los derechos a los usos de agua, aunque sea uno de los temas mas conflictivos para resolver.
Sophia Smith dice
Useful insight written in an attention catching style into all the aspects of the fish farming situation.
Yes indeed; water quality and quantity and its distribution is a policy issue.
Your account evokes in a microcosm situation what befalls the planet in other places already, and is likely to worsen in decades to come.
May I suggest that before even starting a fish farm you make sure you have sufficient clean water from the start and for the next 20 years? And if in doubt, forget about the fish and start raising fowl instead. Diversify.
And hold those mining companies and other polluters into account-though not with a shotgun!