“Lo he perdido todo”, dice don Domingo Cú con la voz quebrada y lágrimas en los ojos. El panorama es apocalíptico: todo lo que se ve son escombros de lo que parece una plantación de café. Después del confinamiento ocasionado por el COVID-19, don Domingo tenía puestas sus expectativas en la venta de sus cosechas para recuperar su economía. No obstante, los huracanes Eta e Iota que impactaron a Guatemala en noviembre con tan solo una semana de diferencia hicieron que, así como don Domingo, muchas pequeñas y pequeños agricultores perdieran toda esperanza de reanudar sus ingresos.
Luego de caminar un par de horas en las montañas, nos encontramos frente a un pequeño riachuelo que desprende del río Cahabón, el cual recorre el departamento de Alta Verapaz y es uno de los principales ríos de Guatemala. El riachuelo, que se puede atravesar de un lado al otro con apenas un salto, está rodeado por la parcela de don Domingo y, hasta hace unos meses, parecía inofensivo. “Antes pensaba que mi ubicación era privilegiada, ya que de este riíto sacaba el agua para regar mis cultivos, jamás pensé que podía llegar a crecer hasta 20 veces su tamaño”, explica señalando con la mano la marca que dejó la subida del río. Mientras toca las matas de café que parecen sanas, el fruto se desprende con gran facilidad y explica que, si bien una parte de la cosecha no fue arrasada por el agua, la humedad del suelo hizo que el café se dañara.
A nivel mundial Guatemala es uno de los países más vulnerables a los efectos del cambio climático, dejando en riesgo frente a desastres naturales, casi de forma permanente, a poblaciones rurales en su mayoría indígenas y en condiciones de pobreza y pobreza extrema. Algunos grupos vulnerables han encontrado formas de solidificar sus economías, lo cual a su vez incrementa su resiliencia antes las inclemencias del clima o cualquier otro imprevisto. Sin embargo, en los últimos años, los desastres naturales han incrementado su magnitud. “Todos los años nos toca alguna catástrofe, pero las últimas tormentas fueron algo que yo no había visto en 60 años”, agrega don Domingo refiriéndose a Eta e Iota, al tiempo que recorre su devastada parcela.
Para mantener o mejorar los indicadores de desarrollo, las inversiones públicas y privadas deben aumentar según aumenta la necesidad. El paso de estas tormentas demostró que, si bien se han realizado esfuerzos muy exitosos para fortalecer la resiliencia de las poblaciones vulnerables, aún queda mucho por hacer, pues estos esfuerzos deben incrementarse según aumenta la magnitud de los desastres naturales y el cambio climático.
Actualmente en Guatemala existen varios modelos comunitarios de manejo forestal sostenible, es decir, que utilizan el bosque de manera responsable para extraer alimentos, madera y otros productos que les permiten generar ingresos en armonía con el medio ambiente. Estos modelos constituyen cadenas de valor agroforestales y permiten a pequeños productores realizar actividades que promuevan una recuperación económica sostenible y generan empleo, reduciendo a su vez emisiones y mejorando la resiliencia climática de las poblaciones.
A través de los proyectos “Gestión Forestal Sostenible” y “Garantías para Paisajes Sostenibles” bajo el Programa de Inversión Forestal (FIP), el BID busca continuar apoyando al gobierno de Guatemala para promover el manejo forestal sostenible con el objetivo de escalar y replicar estos modelos comunitarios. De hecho, existen ya varias experiencias exitosas de cadenas de valor agroforestal identificadas con potencial para ser apoyadas en el proceso de transformación hacia sistemas agroforestales sostenibles.
Un buen ejemplo es la Federación de Cooperativas de las Verapaces (FEDECOVERA), que agrupa a miles de pequeñas y pequeños productores indígenas a través de 36 cooperativas y otros 33 grupos, en sistemas de cadenas de producción agroforestal. FEDECOVERA ofrece a sus asociados incentivos económicos para mejorar la calidad de los productos y, además, brinda servicios de capacitación y asesoría técnica a sus asociados con el objetivo de que puedan ingresar al mercado internacional y sean competitivos. Estas cadenas de valor tienen un gran potencial para la captura de carbono, además de que hay una gran cantidad de pequeñas y pequeños productores involucrados.
Una manera de fortalecer las economías y aumentar la resiliencia de los pueblos rurales vulnerables es través de incentivos económicos para reducir la deforestación y degradación de bosques. En este sentido, los proyectos FIP tienen como objetivo aumentar la cobertura de los incentivos para promover cadenas de valor de diferentes productos agroforestales. La meta es que al menos 37% de los beneficiarios sean mujeres y 50% pueblos indígenas ubicados especialmente en territorios afectados por los huracanes Eta e Iota.
Mientras vamos avanzando hacia la recuperación económica post Covid-19, resulta fundamental construir la “nueva realidad” apuntado a ciertos factores que disminuyan la vulnerabilidad y que a su vez aumenten la resiliencia de estas comunidades. A través de los proyectos FIP, el Grupo BID apoyará a mejorar la efectividad e inclusión social de los programas de incentivos forestales (PINPEP y PROBOSQUE) para beneficiar a personas que, como don Domingo, se encuentran ubicadas en zonas de alto riesgo frente a desastres naturales. Con estas iniciativas, se les apoyará además en aumentar su productividad, acceder a mercados internacionales y mejorar sus ingresos, fortaleciendo así su economía y su capacidad de recuperarse frente a cualquier imprevisto.
Otras lecturas:
Desarrollando medios de vida sostenibles en el Corredor Seco de Guatemala
Lecciones del cardamomo para la recuperación verde
Foto: FEDECOVERA
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