La profesora sueca Malin Falkenmark fue pionera mundial en materia de investigación en agua e inventora de conceptos revolucionarios sobre el agua en agricultura. Casi cuatro meses después de su fallecimiento, en este Día Mundial del Agua, vale la pena reflexionar sobre la gestión del agua agrícola, dado que en América Latina aproximadamente el 70% del agua dulce extraída es utilizada en actividades agrícolas.
¿El riego? ¡Sí!… Pero…
Muy a menudo, el riego es presentado como la solución más evidente e inmediata cuando se busca mejorar la productividad agropecuaria bajo condiciones climáticas áridas o fomentar la adaptación al cambio climático. De hecho, el Banco Interamericano de Desarrollo ha financiado varios proyectos de riego, cuyo impacto positivo se ha evidenciado de manera rigurosa.
No obstante, una reciente revisión de literatura viene a matizar las conclusiones, hasta ahora bastantes unánimes, sobre el impacto positivo del riego, enfatizando que todo depende de lo que se mide y de cómo se mide. Esta evidencia científica confirma que el riego está vinculado al aumento de la producción agrícola a través de efectos directos sobre la producción y su papel en el aumento de la productividad de los insumos; y está fuertemente asociado con la disminución de la pobreza, particularmente entre los beneficiarios y consumidores urbanos. Sin embargo, la literatura también indica que el riego está vinculado a una amplia gama de otros impactos, incluidos los asociados con la nutrición, la salud y el medio ambiente; y que cuando se miden los impactos del riego más allá de la escala de finca, se encuentra a menudo:
- Efectos secundarios indirectos de magnitud similar o mayor que los efectos primarios directos.
- Que los efectos secundarios pueden ser positivos (por ejemplo, efectos multiplicadores para la economía en general) o negativos (por ejemplo, efectos ambientales fuera del sitio que anulan las ganancias en producción o reducción de pobreza).
- Que los impactos positivos y negativos se distribuyen de manera significativamente desigual desde el punto de vista social, espacial y temporal.
Existe otro debate -con grandes polémicas y hasta violentas protestas en países de Europa- sobre la relevancia de ampliar embalses para apoyar el sector agrícola a enfrentar sequías y escasez de agua. De hecho, científicos argumentan que dos dinámicas contraintuitivas deberían considerarse en este debate, tomando los ejemplos de Atenas (Grecia), Las Vegas (Estados Unidos) y Melbourne (Australia). Por un lado, los “ciclos de oferta y demanda” describen casos en los que el aumento del suministro de agua permite una mayor demanda de agua, lo que puede anular rápidamente los beneficios iniciales de los embalses. En el sector agrícola, los embalses pueden ser criticados por retrasar necesarias transiciones hacia modelos productivos más “bajos en agua”. Por otro lado, los “efectos de reservorio” se refieren a casos en los que la dependencia excesiva de los embalses aumenta la vulnerabilidad y, por lo tanto, aumenta el daño potencial causado por las sequías.
Toda esta literatura científica enfatiza la necesidad de abordar la problemática de riego de manera mucho más amplia y holística, que como lo hace la visión convencional.
Invertir en “agua verde”
También se debe recordar que, debido a la disponibilidad limitada de agua y las condiciones topográficas y del suelo, las superficies cultivables aptas para riego son limitadas. Por ello, científicos también abogan a favor de soluciones alternativas, más enfocadas en la gestión del “agua verde” (que consiste en agua de lluvia infiltrada que se almacena en las capas superiores del suelo y está disponible para las raíces de las plantas), y menos en la gestión convencional, focalizada en agua líquida o “agua azul” (correspondiente a agua de ríos, lagos, presas, humedales, acuíferos y otras fuentes de agua subterránea).
El concepto de agua verde fue desarrollado por Malin Falkenmar hace ya casi 30 años, para alertar sobre el urgente cambio de paradigma en materia de gestión del agua agrícola. En particular, mediante la “Agricultura de Secano Mejorada”, existen importantes oportunidades de maximizar la captura, el almacenamiento y el uso del “agua verde”, mediante prácticas agropecuarias optimizadas.
La superioridad de los rendimientos de la agricultura bajo riego en comparación con los rendimientos de la agricultura de secano es un hecho bien establecido. Sin embargo, un estudio reciente en África –donde solamente el 5,5% de la tierra cultivable es adecuada para el riego– también permitió enfatizar que el retorno por cada dólar invertido en campo es muy superior en agricultura de secano mejorado que en agricultura bajo riego. Otra vez, las conclusiones varían en función de lo que se mide…
Otros estudios indican que, en Mesoamérica y Brasil por ejemplo, prácticas de gestión del suelo (como agricultura de conservación) que aumentan el contenido en materia orgánica, son claves para incrementar la infiltración de agua de lluvia, minimizar la erosión y escorrentías, y aumentar la retención de humedad en el suelo (“efecto esponja”). Dado que la gestión del agua verde es poco intensiva en inversión monetaria, pero puede ser muy intensiva en conocimiento, se enfatiza el rol de los Sistemas de Conocimiento e Innovación Agrícola y la necesidad de su fortalecimiento y modernización, fomentando en particular enfoques participativos que permitan responder adecuadamente a las preocupaciones reales de los productores.
Estas consideraciones no son –¡en absoluto!– un argumento en contra de las inversiones en riego. En particular, el riego tecnificado para el aprovechamiento eficiente del agua, o la reutilización de aguas residuales tratadas, son soluciones esenciales para el sector. Pero en este Día Mundial del Agua, invitamos a pensar, sin miedo, fuera de la corriente dominante, siempre basado en evidencia y conocimiento de vanguardia.
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