La naturaleza en general y la biodiversidad en particular, son esenciales para el bienestar de la humanidad porque proporciona servicios ecosistémicos indispensables para la producción de alimentos y agua dulce, entre otros beneficios.
Sin embargo, durante el primer semestre del 2019, se publicaron una serie de estudios alarmantes sobre la rápida y extensa disminución de la biodiversidad y de los servicios ecosistémicos asociados. El febrero pasado, un trabajo científico publicado en Biological Conservation, revela una tasa dramática de disminución de los insectos a nivel mundial, y concluye que el 40% de las especies de insectos podría desaparecer en las próximas décadas. Ese mismo mes, la FAO publicó “el estado de la biodiversidad mundial para alimentos y agricultura” con conclusiones similares sobre el declive de la biodiversidad en términos de recursos genéticos, de especies y de ecosistemas. Asimismo, en mayo, la Plataforma Intergubernamental sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas publicó su Informe de Evaluación Global de la Biodiversidad y de los Servicios Ecosistémicos , el cual reveló que un millón de especies están en peligro de extinción.
Todos estos estudios concluyen que las principales causas directas de este declive son la pérdida de hábitats por cambio de uso del suelo (en particular, la conversión de bosques para la agricultura y la ganadería) y del agua; la transición hacia monocultivos o la cría de un número cada vez más reducido de especies, variedades y razas; el sobreuso de agroquímicos y otras formas de contaminación; así como la sobreexplotación de recursos, la proliferación de especies invasivas, y el cambio climático.
Ante este escenario, la comunidad científica internacional hace un llamado -entre otras medidas urgentes-por un cambio radical de las prácticas agropecuarias actuales, producto de la revolución verde iniciada en los años 60s, a favor de una agricultura más sostenible. Entre las posibles alternativas para el cambio, la agroecológica va ganando cada vez más relevancia.
La agroecología, la “nueva revolución verde”
En los años 90, Miguel Altieri y Steve Gliessman, considerados como los pioneros de la agroecologia, la definieron como la aplicación de los conceptos y principios ecológicos al diseño y manejo de agroecosistemas sostenibles a nivel de finca. La agroecología es tanto una ciencia que resulta de la convergencia de la agronomía y de la ecología como un conjunto de prácticas de producción agrícola que imitan los procesos naturales. Eso se logra al introducir una alta diversidad genética de especies y de ecosistemas en las fincas mediante prácticas — como asociaciones, rotaciones, agroforestería, integración agricultura-ganadería, etc — para producir y beneficiarse de servicios ecosistémicos propicios a la productividad y estabilidad del agroecosistema; y también al minimizar el uso de insumos externos a la finca y en particular los insumos no renovables. La agroecología no es una receta estandar; es una agricultura altamente intensiva en conocimiento que combina saberes locales y ciencia de punta, para generar soluciones específicas adaptadas a la realidad única de cada productor.
Desde los años 2000, el concepto de agroecología ha evolucionado para considerar los sistemas alimentarios de manera global. Al respecto, Steve Gliessman conceptualizó en 2015 varios niveles en la transición agroecológica de los sistemas alimentarios, entre los cuales:
- Nivel 1: aumento de la eficiencia de las prácticas industriales y convencionales, en particular para reducir el uso de insumos escasos, no renovables y/o nocivos para el medio ambiente. La “agricultura de precisión” entra en esta categoría;
- Nivel 2: sustitución de prácticas e insumos industriales y convencionales por alternativas más renovables y más amigables con el ambiente. Es el caso de la agricultura orgánica;
- Nivel 3: rediseño integral de los agroecosistemas, para que funcionen en base a procesos ecológicos;
- Nivel 4: reestablecimiento de conexiones más directas entre los productores de alimentos y los consumidores.
Casos emblemáticos demuestran que la producción agroecológica, además de ser altamente sostenible desde el punto de vista ambiental, contribuye en: (i) aumentar sustancialmente la producción agropecuaria total por unidad de superficie; (ii) aumentar los ingresos de los productores; (iii) mejorar la seguridad alimentaria de los hogares; y (iv) mejorar la resiliencia climática de las fincas. Además, al proveer servicios ecosistémicos de protección del suelo, de regulación del ciclo del agua y de fijación de carbono en árboles y suelos, la agroecología es compatible con objetivos de restauración o protección de cuencas, así como de mitigación del cambio climático.
Después de haber sido ignorada durante decadas, la agroecología ha venido ganando cada vez más notoriedad y reconocimiento, hasta ser el tema de la última publicación del Grupo de alto nivel de expertos en seguridad alimentaria y nutrición (HLPE, por su sigla en inglés). Ha sido el tema principal de una serie de eventos regionales y mundiales organizados por la FAO a partir de 2014, culminando con el Segundo Simposio Internacional sobre Agroecología de 2018, y resultando en la definición de diez elementos de la agroecología para guiar la transición hacia sistemas alimentarios y agrícolas sostenibles. Estos elementos son la biodiversidad, la creación conjunta e intercambio de conocimientos, las sinergias, la eficiencia, el reciclaje, la resiliencia, los valores humanos y sociales, la cultura y tradiciones alimentarias, la gobernanza responsable, y la economía circular y solidaria.
En un próximo post, te contaremos cómo el Banco ha venido apoyando la agroecología en Nicaragua y las perspectivas para la región.
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