Trabajan en ambientes ruidosos e indisciplinados, con personas demandantes y sensibles. Imparten disciplina de forma constante y sus salarios son notablemente bajos. Sin embargo, según datos de un estudio de 2013 en 15 países de América Latina, un promedio de 98% de los maestros de escuela primaria afirman que les gusta su trabajo.
No debería parecer sorprendente. Las carreras que ayudan a otros e implican involucrarse en una meta significativa se asocian con mayor felicidad ocupacional. Según un informe divulgado recientemente en Estados Unidos, al menos 90% de los maestros disfrutan de su trabajo. Otro estudio en EE.UU. equipara a la enseñanza con profesiones creativas, como escribir y pintar, y con profesiones orientadas a lo social, como sacerdocio, psicología y terapia física, entre las 10 profesiones más gratificantes. Así, superan en el ranking a carreras prestigiosas, como abogacía, u otras de mayores ingresos, como contaduría y servicios financieros.
Lamentablemente, esta pasión no se refleja en progresos educativos, al menos en América Latina y el Caribe. Ni el entusiasmo de los maestros, ni los altos niveles de inversión en las escuelas primarias y secundarias de la región, han llevado los logros educativos al nivel que deben tener. Las tasas de graduación de escuela secundaria en América Latina se ubican en 60%, un nivel mucho menor que en la mayoría de los países desarrollados. Es más: sólo 46% se gradúa a tiempo. Persisten las grandes brechas de rendimiento entre estudiantes urbanos y rurales, y entre los de altos y bajos ingresos. El desempeño general es malo. Los 9 países de la región que rindieron los exámenes recientes del Programa Internacional de Evaluación de los Alumnos (PISA, por sus siglas en inglés) estaban alrededor de 2 años por detrás en escolaridad que el promedio de la OCDE en lenguaje y matemática.
Estas falencias tienen innumerables explicaciones, pero se deben al menos en parte a no lograr sacar ventaja del enorme atractivo de la enseñanza. Esto se puede cambiar. Los gobiernos podrían capitalizar las grandes recompensas de la enseñanza para reclutar una pequeña fuerza de tutores de medio tiempo para revitalizar la educación. Esos tutores podrían ayudar a cerrar la brecha entre estudiantes de bajos ingresos y bajo desempeño y sus pares más privilegiados, y a la vez, ayudar a evitar la costosa y desmoralizante experiencia de repetir el grado, que tan a menudo se relaciona con la deserción escolar y otros fracasos del desempeño a largo plazo.
Además, esto se podría hacer de forma económica. Un experimento en India apeló a graduados de escuela secundaria con sólo un par de semanas de entrenamiento para darles clases a pequeños grupos de alrededor de 15 a 20 estudiantes de tercer y cuarto grado que no habían aprendido nociones básicas de aritmética y alfabetismo enseñadas en los dos años previos. Con alrededor de dos horas diarios de tutoría dedicadas a debilidades específicas, los estudiantes consiguieron grandes progresos. Los avances fueron equivalentes a tres meses de educación extra en un año. Y con salarios de sólo US$10 a US$15 por mes, los costos fueron bajos, aún según los estándares de India.
Otro estudio en Chicago implementó tutorías intensivas de matemática para alumnos de noveno y décimo grado pertenecientes a minorías en desventaja que tenían mal rendimiento y corrían el riesgo de abandonar la escuela. Sesiones diarias de una hora, combinadas con terapia cognitiva del comportamiento, hizo avanzar a los estudiantes el equivalente de tres años de estudio de matemática en un solo año. Hubo una mejoría notable en la cantidad de estudiantes que avanzaban a buen ritmo hacía graduarse, equivalente a un aumento de alrededor de 14 puntos porcentuales en la tasa esperada de graduación secundaria. Como en India, la intervención arrojó grandes resultados en relación a la inversión, producto en parte de usar tutores con buena educación dispuestos a trabajar por estipendios modestos.
Los sindicatos de maestros no deben sentirse amenazados. Ese tipo de intervenciones no deberían poner en peligro los salarios docentes. Los gobiernos nacionales podrían reclutar a graduados universitarios recientes interesados en explorar la profesión, de forma similar al programa Teach for America en EE.UU, con la salvedad de que den clases después del horario habitual, como un complemento más que un reemplazo de los profesionales de carrera. Las autoridades escolares a nivel local podrían usar posters en bibliotecas y en los pasillos de las escuelas para alentar a padres con buena educación y otros profesionales orientados a lo social interesados en devolverle algo a la comunidad. Estas personas dedicarían unas horas semanales a brindar asistencia, más que competir con el personal de tiempo completo.
Algunos expertos creen que al llegar a la secundaria, los estudiantes que aún tienen problemas deberían abandonar la idea de la educación superior, que el retorno a la inversión es demasiado bajo en esa etapa tardía del desarrollo de un niño para que genere una diferencia. Esto discrimina especialmente a los niños que provienen de entornos pobres. Esos estudiantes suelen tener un comienzo tardío debido a las innumerables desventajas de la pobreza. Inevitablemente les cuesta ponerse al día. Pero como revela el experimento en Chicago, los niños que reciben atención extra e individualizada por parte de tutores pueden superar esas desventajas. Pueden seguir en la escuela, donde cada año extra de educación secundaria en América Latina y el Caribe está asociado con un aumento de 7% en los salarios, y donde los actuales problemas educativos hacen mucho para perpetuar la pobreza y la desigualdad.
La enseñanza es una profesión satisfactoria y a menudo generosa, donde las recompensas de ver a los niños crecer y florecer compensan con creces los salarios relativamente bajos. Los gobiernos deberían sacar provecho de esa realidad para reclutar como tutores a los jóvenes más calificados, promocionando sus beneficios personales y emocionales. Deberían honrar la dedicación de los maestros y trabajar para mejorar sus salarios. Sin embargo, sus esfuerzos no deberían terminar allí. También pueden apelar a las personas con buena educación de todos los ámbitos que podrían disfrutar de ser tutores de medio tiempo y, a la vez, ayudar a apuntalar un sistema donde demasiados jóvenes talentosos se están quedando en el camino.
Estos y otros temas relacionados serán cubiertos en nuestro informe insignia “Aprender mejor: políticas públicas para el desarrollo de habilidades”, que será publicado por el BID a mediados de año.
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