La pandemia de la COVID-19 es una crisis de características y magnitud diferentes a las crisis financieras recurrentes que han azotado a la región en el pasado. Sin embargo, la experiencia de crisis anteriores puede aportar lecciones para que la recuperación de la pandemia sea más vigorosa. Debemos aprender de los aciertos del Plan Brady de los años noventa, y evitar los errores del Plan Baker de los años ochenta. Una característica común de crisis financiera pasadas es que la carga de la deuda pública se puede volver insostenible – bien por el aumento del endeudamiento que redunda de la asumir los costos de salida de la crisis (por ejemplo, el rescate o recapitalización de bancos), y/o por el deterioro de las condiciones financieras durante la crisis (suba de tasa de interés, aumento de morosidad, quiebras etc.). América Latina y el Caribe tiene una experiencia poco envidiable en materia de deuda. Las crisis de la deuda de los años ochenta, ominosamente conocidas como la “Década Perdida,” pueden resultar útiles para la presente situación. Si bien la mayoría de las crisis de aquella época fueron causadas por indisciplina fiscal que condujo a un aumento de la deuda pública que de repente se volvió insostenible cuando cambiaron las condiciones de financiamiento externo, sus lecciones se aplican también a las economías que entraron a la pandemia con situaciones fiscales más holgadas. Para empezar, la estatización de la deuda privada —un escenario que eventualmente podría aplicarse en respuesta a la pandemia si se producen quiebras masivas— contribuyó significativamente a la deuda pública excesiva en América Latina. En términos más generales, independientemente de cómo se originó la insostenibilidad de la deuda entrando a la crisis, el ajuste fiscal resultante, y la reestructuración de la deuda contienen lecciones para todos los países que ven limitado el acceso al financiamiento externo.
Errores que evitar en la crisis de la COVID-19
Un error que se cometió en aquella época, y que demoró la salida de la crisis, fue el postergar la reestructuración de la deuda insostenible vía inyecciones de liquidez financiadas por los gobiernos de los países prestamistas. Esa asistencia, a través de lo que se conoció como el “Plan Baker,” estaba pensada más para evitar problemas a los prestamistas que a resolver el problema de solvencia los prestatarios. El fracaso del Plan Baker para el manejo de la deuda demostró que un sostenido apoyo de liquidez externa no es por sí solo un remedio si en la raíz de las dificultades financieras hay problemas de solvencia. Incluso se vuelve contraproducente porque permite que la enfermedad se extienda progresivamente al tiempo que infecta a los proveedores oficiales de liquidez con riesgo de crédito, lo cual conduce a la fatiga del apoyo financiero oficial.
El exceso de deuda pública es perjudicial para el crecimiento porque actúa como un impuesto implícito a las inversiones, sobre todo en ausencia de reglas claras para su solución. En general, los gobernantes tienden a postergar el reconocimiento de que la reducción de la deuda es necesaria, lo cual conduce a contracciones fiscales contraproducentes, un estado de recesión prolongado y, en ocasiones, al estallido social o la inestabilidad política.
Una reducción ordenada de la deuda puede recuperar el crecimiento
En contraposición al Plan Baker, la experiencia de América Latina con el Plan Brady en los años noventa demuestra que una reducción ordenada de la deuda en un entorno económico adecuado para el crecimiento puede ser la solución para recuperar el crecimiento y estimular nuevos flujos de capital. En esas condiciones, las preocupaciones acerca de la posible reticencia del mercado para invertir después de una reestructuración de la deuda no han sido confirmadas por la experiencia en América Latina.
Otra lección relevante es que los riesgos de crisis bancarias combinados con los riesgos de crisis de la deuda soberana son una mezcla explosiva porque ambos se alimentan mutuamente. Si los problemas de los bancos requieren la inyección de capital, la solución de la crisis bancaria debe implementarse cuidando de minimizar los pasivos fiscales emergentes. En la experiencia de América Latina, algunos de los métodos utilizados con este fin fueron: la privatización de bancos públicos con problemas; la liquidación -no la recapitalización- de algunos bancos; y un enfoque minimalista para abordar sólo los bancos con problemas y circunscribir el apoyo a las funciones clave del sistema bancario, como el sistema de pagos.
Una solución exitosa a la crisis requiere limpiar los efectos de los excesos incurridos y restablecer el crecimiento económico a futuro para disminuir la carga de la deuda, mejorar los activos bancarios, y disminuir la probabilidad de dificultades políticas. El apoyo oficial externo a las economías con problemas puede dar un margen de tiempo para que las economías se ajusten, pero no es un sustituto de las reformas para reducir las vulnerabilidades estructurales y restaurar el crecimiento a largo plazo. La experiencia latinoamericana demuestra que las crisis coadyuvan a que se implementen reformas para potenciar el crecimiento, sobre todo en entornos institucionales favorables.
Un factor que en el pasado ha servido para apuntalar la recuperación a la salida de crisis financieras es la depreciación del tipo de cambio real que ayuda a recuperar la competitividad externa. Sin embargo, es probable que una fuerte depreciación real -aun siendo inevitable—será menos efectiva en esta oportunidad. La crisis de la pandemia—a diferencia de crisis anteriores—afecta la oferta y la demanda mundial. Todos los países se ven afectados de manera casi simultánea. ¿Quién comprará entonces las exportaciones de nuestra región? Los tipos de cambios tendrán que depreciarse enormemente, e incluso es posible que esa depreciación no estimule la demanda entre los posibles importadores, ya de por sí, con muchos problemas propios. Además, las depreciaciones reales abruptas pueden ser muy perjudiciales a corto plazo por diversas razones. Y eso generará presiones, sobre todo en los países que tienen regímenes de tipo de cambio fijo, o que están dolarizados. La tentación a arreglar los problemas de competitividad vía fuertes devaluaciones o depreciaciones cambiarias intentando depreciar el tipo cambio real generará también presiones para el aislamiento en vez de profundizar la cooperación e integración económica. Esa es otra tentación que los gobiernos deben evitar, pues un país por si solo puede que no tenga el espacio para impulsar la economía nacional y compensar la caída de la demanda externa, pero si se coordinan las intervenciones de políticas, el impulso colectivo puede ayudar a las economías a recuperarse mejor.
[Nota editorial: Para más información sobre cómo América Latina y el Caribe puede superar la crisis de Covid-19 y lograr la recuperación económica, descarga nuestro nuevo informe.]
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