No es ningún secreto que en América Latina y el Caribe, como en gran parte del mundo, las mujeres tienen menos probabilidades de recibir un salario igual por el mismo trabajo o de que les aprueben un préstamo. Esto de por sí es vergonzoso. Pero resulta difícil saber qué parte de la discriminación se debe a factores estructurales y cuánto es sencillamente un producto de abiertos prejuicios en sociedades dominadas por los hombres.
En un estudio reciente, Ana María Montoya, Alex Solís, Raimundo Undurraga y yo decidimos analizarlo. Nos centramos en el mercado de crédito al consumo en Chile, un país que ha realizado algunos esfuerzos para mejorar la igualdad de las mujeres en la educación y la política, pero donde las mujeres todavía ganan, en promedio, un 65% del salario que ganan los hombres con el mismo nivel de educación.
Un estudio sobre cómo se conceden los préstamos
Nuestro estudio tenía un doble objetivo. Queríamos ver cómo los agentes de crédito responderían a solicitudes de préstamos idénticas de hombres y mujeres. Y si había una diferencia en las aprobaciones de los préstamos, queríamos determinar en qué medida aquello se debía a una evaluación objetiva de la capacidad del solicitante a pagar el préstamo y en qué medida se debía a un mero prejuicio de género.
Reclutamos a más de 400 prestatarios potenciales, actrices y actores, e hicimos equivalentes los perfiles masculino y femenino en materia demográfica, de ingresos, empleo e historial crediticio. Cada uno de ellos presentó cuatro solicitudes de préstamo asignadas aleatoriamente por cantidades que oscilaban entre US$1.500 y US$13.500. También les pedimos que mandaran las solicitudes a cuatro agentes de crédito seleccionados aleatoriamente cuyas ideas en materia de identidad y de género podíamos seguir mediante la ayuda de la Superintendencia de Bancos e Instituciones Financieras de Chile (ahora la Comisión para el Mercado Financiero).
Nuestras conclusiones fueron reveladoras. Observamos que incluso con solicitudes idénticas, las mujeres tenían un 18% menos de probabilidades que los hombres de que sus solicitudes de préstamo fueran aprobadas. También estimamos que las ganancias promedio que se dejaron de percibir producto de las solicitudes rechazadas debido a la discriminación de género equivalían a US$1.785 o el 23% del tamaño medio del préstamo (aproximadamente US$7.500).
Las raíces de la discriminación
También pudimos analizar las raíces de este prejuicio. Un mecanismo que potencialmente explica la discriminación de género es la animadversión hacia las mujeres, o la discriminación basada en los gustos. Analizamos esta hipótesis utilizando un conjunto de medidas y pruebas experimentales destinadas a definir las preferencias de género. Esto nos permitió identificar a los agentes de crédito con un sesgo de género. Mostramos que los agentes que no tenían sesgos contra las mujeres (es decir, que eran neutrales en términos de género o estaban a favor de las mujeres) no discriminaban ni a favor ni en contra de las solicitantes mujeres. En cambio, entre los agentes que favorecían a los hombres, las tasas de aprobación para las mujeres eran un 54% inferiores a las tasas de aprobación para los hombres. Esto sugería que la discriminación de género contra las prestatarias mujeres era el resultado de preferencias basadas en los gustos. Además, cuando este resultado se desagrega por género de los agentes de crédito, observamos que el grueso del efecto provenía de los hombres agentes de crédito que estaban a favor de los hombres. Esto es consistente con la evidencia que muestra que la discriminación de género contra las mujeres tiene más probabilidades de producirse en las relaciones hombre-mujer que en las relaciones mujer-mujer. En consonancia con este resultado, también observamos importantes diferencias entre hombres y mujeres, tanto en las respuestas como en las tasas de aprobación en diferentes bancos. Y mostramos que los bancos con una mayor proporción de funcionarios hombres en su personal estaban asociados con niveles más altos de discriminación contra las mujeres. En general, nuestras conclusiones muestran lo lejos que está Chile de alcanzar la igualdad de género, en qué medida estos prejuicios subsisten y lo caro que resulta ser esta discriminación para la economía.
Es interesante señalar que nuestros resultados aparecen en un contexto en que las mujeres tienen considerablemente menos probabilidades que los hombres de no pagar sus préstamos, e incluso menos probabilidades que los hombres de que sus cheques fueran protestados. En pocas palabras, son mejores prestatarias en general, lo que sugiere que también podría influir una discriminación estadística (errónea). Pusimos esto a prueba implementando un experimento sobre la importancia del género con el fin de “corregir” las ideas potencialmente sesgadas de los agentes de crédito en relación con el desempeño de pago de los prestatarios hombres y mujeres. La mitad de nuestra muestra de agentes de crédito recibió aleatoriamente un mensaje que les informaba que las mujeres tienen mejores registros que los hombres en términos de las tasas de pago de los créditos. El mensaje también incluía los costos potenciales asociados con la discriminación de género en el mercado de crédito al consumo. ¿En qué medida marcó esto una diferencia? Prácticamente en ninguna. En relación con el grupo de control, observamos que los agentes de crédito del grupo de tratamiento no discriminaban menos contra las prestatarias mujeres en términos de tasas de respuestas y de aprobación. Sin embargo, entre los agentes que favorecían a los hombres, observamos que aquellos que recibían el mensaje del tratamiento discriminaban más en términos de género en comparación con sus contrapartes del grupo de control. Sus prejuicios eran sencillamente demasiado profundos. No eran culpables de lo que los economistas denominan discriminación estadística -un perjuicio basado en factores estadísticos reales. Eran culpables de un sesgo claro e irracional basado en los gustos. Y entre aquellos que tenían esas ideas prejuiciosas, destacaban los agentes hombres.
Por último, analizamos la relación entre la estructura del mercado de crédito y la discriminación de género. El modelo de discriminación de Gary Becker predice que a medida que los que entran en el mercado de crédito aprovechan la oportunidad de cobrar los beneficios, aumenta el costo relativo de discriminar contra las solicitantes mujeres. Como resultado, los prestamistas en los que se observa un sesgo desaparecerán debido a la competencia. Probamos la hipótesis de Becker combinando datos experimentales sobre discriminación de género con el Índice de concentración de mercado de Herfindahl-Hirschman, que se basa en el número de sucursales que los bancos tienen en cada municipio. Observamos que las diferencias mujeres-hombres en las tasas de aprobación tienden a ser mayores en los municipios con niveles más altos de concentración de mercado. Pero esto ocurre sólo en el caso de las solicitudes de préstamos presentadas a agentes de crédito a favor de los hombres; es decir, precisamente aquellos que tienen sesgos contra las mujeres que solicitan crédito. Esto concuerda con la teoría de la discriminación de Becker. La competencia de mercado probablemente influye en la discriminación de género porque las actitudes hacia las mujeres basadas en los gustos ya no son rentables.
Reformas para acabar con la discriminación
El cambio no será fácil. Las regulaciones que aseguraban una mayor competencia entre los bancos pueden marcar una diferencia. Otra solución parece evidente, a saber, que los bancos deben contratar a más mujeres como agentes de crédito.
Las mujeres en América Latina y el Caribe tienen menos probabilidades de trabajar, de ganar un salario igual por el mismo trabajo y menos probabilidades que los hombres de ser financieramente independientes. Evidentemente, también tienen menos probabilidades de conseguir préstamos. A pesar de las leyes en toda la región que garantizan una protección igualitaria, el machismo y los prejuicios persisten. Transformar esto es necesario y la reforma de las instituciones financieras es un buen lugar para comenzar.
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