Desde que comenzó la pandemia COVID-19 hace más de un año, es mucho lo que se ha aprendido sobre cómo se puede prevenir el contagio. En particular, los científicos coinciden en que ciertos comportamientos humanos, como el distanciamiento social, evitar reuniones en espacios cerrados y el uso del tapabocas, son mecanismos poderosos y eficaces para ayudar a prevenir la propagación del virus. No obstante, muchas personas siguen reuniéndose con sus amigos en espacios cerrados, participando en actos sociales y paseando sin tapabocas. Todo ello ha contribuido a la propagación del virus, ya que los picos de casos confirmados suelen producirse unas semanas después de las vacaciones laborales y las fiestas religiosas o nacionales.
Las decisiones humanas, como bien sabemos, no siempre siguen el patrón que cabría esperar de un modelo racional; en muchos casos, los sesgos de comportamiento toman las riendas y determinan las decisiones. Si se quiere contener la pandemia y poder gestionar mejor futuras pandemias, es crucial entender por qué las personas adoptan conductas incompatibles con la evidencia científica y las directrices de salud pública.
El problema no parece ser la falta de información o la ignorancia. Ya desde mayo de 2020, cerca del 80% de los encuestados en Estados Unidos estuvo de acuerdo con que las reuniones de diez o más personas deberían estar prohibidas. En México, el 82% de los encuestados en abril de 2020 estuvo de acuerdo con las directrices de salud pública, incluidas las restricciones a las reuniones masivas. Según distintos datos que recopilamos en México mediante una campaña de captación en Facebook, el 73% de las personas estaban al tanto de que las reuniones en espacios cerrados, como los restaurantes, representaban un alto riesgo de contagio de COVID-19. Aun así, cerca del 43% de los entrevistados en dicha campaña en México admitió haber visitado a amigos y familiares en sus casas durante la semana anterior.
Sesgos de comportamiento
¿Por qué las personas actúan desafiando sus propios conocimientos? ¿Y por qué se reúnen en espacios cerrados con todos los factores de alto riesgo que esto conlleva? Existen muchas razones para ello. Para empezar, todos tendemos a sufrir del sesgo del optimismo. Se trata de un sesgo cognitivo que nos hace subestimar la probabilidad de que nos ocurra algo malo y a sobreestimar la probabilidad de que un acontecimiento o acción tenga un resultado favorable. También sufrimos de un sesgo de presente, que nos lleva a dar mayor peso a las ganancias a más corto plazo. Es decir, nos preocupamos mucho por el futuro inmediato -ir a una fiesta- y descartamos en exceso el futuro más lejano -las consecuencias de contagiarnos si vamos a la fiesta. Estos sesgos pueden ser impactantes, y en el BID, hemos venido trabajando con los gobiernos en el diseño de campañas que tengan en cuenta el papel que estos cumplen en la toma de decisiones para reducir el contagio por COVID-19.
Cómo repercuten las normas sociales
En un artículo reciente, Déborah Martínez, Cristina Parilli, Alberto Simpser y yo, investigamos también cómo repercuten las normas sociales en las decisiones de las personas con respecto a las reuniones sociales. Para ello, realizamos un experimento en el que participaron más de 23.000 personas en México. El experimento consistía en una viñeta, descrita en forma de relato, que representaba a un individuo ficticio, Mariana, quien ha sido invitada a asistir a la fiesta de cumpleaños de una amiga y debe decidir si va a asistir o no. Allí se retrata una situación con la que la mayoría de los mexicanos puede relacionarse (las celebraciones de cumpleaños) y lo que la bibliografía destaca como la red social relevante durante la pandemia (familiares y amigos). La viñeta también es relevante porque este tipo de reuniones a menudo se han convertido en eventos supercontagiadores.
Los tratamientos asignan aleatoriamente a los encuestados diferentes indicaciones sobre las normas sociales. Proporcionan información sobre las convicciones de Mariana acerca de: (i) si otros invitados asistirán a la fiesta (expectativas empíricas), y (ii) si otros invitados aprueban que las personas asistan (expectativas normativas). Después de haber sido expuestos a su respectiva indicación sobre las normas sociales, se les pregunta a los encuestados si creen que Mariana irá a la fiesta y si debería hacerlo.
Encontramos que la pregunta sobre si es probable que otros vayan influye enormemente en las predicciones de los encuestados sobre si Mariana también irá. Nuestro estudio muestra que el cumplimiento previsto de las normas sociales es mayor cuando el personaje ficticio de la viñeta, Mariana i) espera que pocos de sus amigos asistan, y ii) cree que pocos de sus amigos aprobarían que ella asista. Si alguna de estas condiciones no se cumple (o si no se cumple ninguna de las dos), la asistencia prevista aumenta de manera considerable. En concreto, los encuestados asignados a los grupos de tratamiento esperaban, por término medio, que Mariana tuviera unos 7 puntos porcentuales más probabilidades de asistir a la fiesta que los asignados a la condición de base, el escenario en el que Mariana esperaba que pocos amigos asistieran y que pocos amigos aprobaran la asistencia. Se trata de un efecto importante, equivalente al 28% de la probabilidad prevista de que Mariana asista a la fiesta en la categoría de base.
Estos resultados están en consonancia con los obtenidos en otros contextos distintos a la actual pandemia COVID-19, que muestran que las personas tienden a atenerse a lo que perciben como comportamiento predominante. Curiosamente, no encontramos ningún efecto de ninguno de los tratamientos en las predicciones de los encuestados sobre lo que Mariana debería hacer: la inmensa mayoría cree que no debería ir a la fiesta.
Diseño de estrategias de comunicación en la lucha contra la COVID-19
Nuestros hallazgos son especialmente importantes para el diseño de estrategias de comunicación tanto en el sector público como en el privado. Observamos que destacar que otras personas no cumplen las directrices de salud pública puede reducir la disposición de las personas a cumplir con dichas recomendaciones. Esto también podría ser un subproducto involuntario de la cobertura informativa sobre las personas que no cumplen las normas. La politización de las directrices de salud pública y el rechazo activo y público de las normas también pueden conducir a una reducción en el número de personas que se atienen al comportamiento recomendado. Al mismo tiempo, es poco probable que las expectativas normativas -lo que la gente debería hacer- provoquen los comportamientos deseados a menos que la gente también espere que los demás cumplan. La solución, en cambio, podría estar en destacar, por un lado, que los demás cumplen las normas y, por el otro, lo que los demás deben hacer (las expectativas normativas). Es probable que este enfoque juegue un papel fundamental en cualquier campaña de información exitosa y anime a la gente a adoptar comportamientos preventivos.
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