El riesgo de morir por COVID-19 es significativamente más bajo para los adultos jóvenes y de mediana edad que para las personas de la tercera edad. El hecho de que la población en América Latina sea más joven en relación con las regiones de altos ingresos sugeriría que la priorización de la distribución de vacunas basada en la edad, el confinamiento selectivo y otras políticas enfocadas en la población con mayor riesgo de desarrollar complicaciones graves resultarían particularmente costo-efectivas. En otras palabras, asegurar que las personas de la tercera edad reciban la vacuna primero, y que se queden en casa hasta que la esa esté disponible, mientras que la población más joven continúa con sus actividades regulares, son mejores propuestas en, por ejemplo, México que Canadá.
Pero ¿el hecho de que la población de América Latina sea más joven realmente es una ventaja en la lucha por contener el coronavirus? La respuesta es: no tanto como se pensaba anteriormente.
En un reciente documento de trabajo mostramos que en los países en desarrollo los grupos de edad más jóvenes representan una proporción significativamente mayor de las muertes por COVID-19 en relación con los países de altos ingresos. De los cinco países en desarrollo con el mayor número de muertes confirmadas por COVID-19, cuatro se encuentran en América Latina. En esta región, los adultos jóvenes y de mediana edad representan una mayor proporción de las muertes de cada país que las cohortes respectivas de los cinco países de ingresos altos con mayor número de muertes (gráfico 1). Por ejemplo, por cada 100 muertes por COVID-19 en Colombia cerca de 30 corresponden a personas menores de 60 años, mientras que en Estados Unidos solo 12 de cada 100 muertes por COVID-19 corresponden a ese mismo grupo etario.
Gráfico 1. Proporción de grupos etarios de 10 años en el total de muertes por COVID-19 de su país en 10 de los países con mayor número de muertes
Tasas de recuperación más bajas
¿Cómo se explica la diferencia? La primera explicación posible sería que las poblaciones de los países en desarrollo tienden a ser más jóvenes, lo que significa que el grupo de personas susceptibles a contraer la enfermedad también es más joven. Sin embargo, incluso si se tienen en cuenta las diferencias de edad entre los dos grupos de países, la participación de personas que no son de la tercera edad en las muertes por COVID-19 sigue siendo significativamente mayor en los países en desarrollo que en los países de altos ingresos.
Si dicha diferencia no se explica por un mayor número de jóvenes susceptibles en los países en desarrollo, esto deja otras dos posibles explicaciones: tasas de contagio más altas entre los jóvenes y los adultos de mediana edad en América Latina, tasas de recuperación más bajas, o una combinación de ambas. Dicho de otro modo, podría ser que los adultos jóvenes de los países en desarrollo tienen más probabilidades de contagiarse que los de los países ricos, o podría ser que, una vez infectados, tienen más probabilidades de morir a causa de la enfermedad en los países de ingresos bajos y medios que personas de la misma edad en los países de ingresos altos.
Nuestra investigación encontró que las poblaciones más jóvenes tienen relativamente menos probabilidades de recuperarse de la COVID-19 en los países en desarrollo que en los países ricos. Los pacientes de COVID-19 que no son de la tercera edad tienen más probabilidades de morir de la enfermedad en México y Colombia que en Estados Unidos y Canadá, mientras que no existen diferencias significativas entre la población de mayores de 80 años (gráfico 2). De hecho, el paciente positivo promedio de COVID-19 en el grupo etario de 40 a 49 años en la muestra de Colombia y México tiene estadísticamente la misma probabilidad promedio de morir por COVID-19 que un paciente positivo de COVID-19 en el grupo etario de 60 a 69 años en Canadá o Estados Unidos
Figure 2. Probabilidades de muerte, hospitalización e internación en una UCI para pacientes COVID-19 positivos en Colombia, México, Canadá y Estados Unidos
Entonces, ¿por qué es menos probable que las personas jóvenes en América Latina se recuperen del coronavirus? Parte de la diferencia es el acceso a atención médica de los pacientes en estado crítico. Es cierto que en Colombia, e incluso más en Mexico, los pacientes que reciben un diagnóstico positivo de COVID-19 tienen más probabilidades de ser hospitalizados que en Canadá y en Estados Unidos. No obstante, los pacientes de COVID-19 más jóvenes en esos países tienen menos probabilidades de ser internados en una Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) en caso de ser hospitalizados. Nuestro análisis sugiere que esto no se debe a que los pacientes jóvenes y de mediana edad en México y en Colombia necesiten menos cuidados intensivos. Al contrario, tienden a desarrollar complicaciones más severas de la enfermedad que las personas de esa misma edad en Canadá y Estados Unidos. El acceso relativamente más bajo a la UCI parece reflejar una oferta más limitada de dichos servicios en estos países de América Latina.
Otro factor que explica las menores tasas de recuperación de los pacientes que no son de la tercera edad en los países en desarrollo es la prevalencia de condiciones médicas preexistentes que pueden dar lugar a complicaciones más graves de la COVID-19. Para llegar a esta conclusión, primero calculamos las simples proporciones de las muertes por COVID-19 que representa cada grupos etario en 31 países, de los cuales 13 son países en desarrollo. Encontramos que, en los países en desarrollo, las personas de 20 a 39 años representan una proporción de muertes por COVID-19 que está 5 puntos porcentuales por encima de las de los países de altos ingresos, y en el caso de las personas de 40 a 50 años esta diferencia es de 23 puntos porcentuales (gráfico 3, arriba).
A continuación, comparamos otras características que podrían afectar las tasas de mortalidad, como ingresos, población, número total de casos y muertes por COVID-19, composición etaria de la población, número de pruebas per cápita, tasas de positividad de las pruebas y número de días que cada país tardó en emitir órdenes de confinamiento en el hogar y cierre de escuelas luego de que los primeros casos fueran reportados. La diferencia entre los países en desarrollo y los países ricos en la participación de los grupos más jóvenes en las muertes por COVID-19 se reduce cuando tenemos en cuenta estos factores, pero solo por muy poco, lo que indica que dichas variables no pueden explicar el grueso de las diferencias de mortalidad entre los jóvenes de los países en desarrollo y los países de altos ingresos (gráfico 3, abajo a la izquierda).
Por último, repetimos el ejercicio tomando en cuenta de la proporción de la población de cada país que tiene un alto riesgo de desarrollar complicaciones graves de COVID-19 debido a condiciones médicas preexistentes en cada grupo etario, que se obtuvo de un artículo científico reciente. La diferencia entre los países en desarrollo y los países ricos desaparece por completo para el grupo de adultos jóvenes y se reduce considerablemente (de 23 a 12 puntos porcentuales) para los adultos de mediana edad (grafico 3, abajo a la derecha). La mayor prevalencia de condiciones preexistentes asociadas con las complicaciones graves de la COVID-19, como las enfermedades renales crónicas, los trastornos neurológicos crónicos, el VIH/SIDA y la tuberculosis, explica en gran medida la mayor mortalidad de personas que no son de la tercera edad que se observa en los países en desarrollo.
Gráfico 3. Estimaciones de la participación de cada grupo etarios en las muertes por COVID-19 en países en desarrollo y países de altos ingresos
Nota: Datos de mortalidad de COVID-19 por grupo etario recopilados por los autores para 18 países de altos ingresos y 13 países en desarrollo a julio
Mayores tasas de contagio
Después de tener en cuenta todos estos factores, los adultos de mediana edad siguen representando una proporción significativamente mayor de las muertes por COVID-19 en los países en desarrollo que en los países de altos ingresos. Esta brecha remanente se explica probablemente por diferencias en la tasa de contagio de los adultos de mediana edad. Encontramos evidencia indirecta que apoya esta explicación al examinar datos de más de 1.400 ciudades brasileñas. Las variables que otros estudios han vinculado a una propagación más rápida de la enfermedad – como el hacinamiento residencial, el acceso al agua corriente y la informalidad del mercado laboral – también están vinculadas a una mayor proporción de la población que no es de la tercera edad en el total de muertes por COVID-19 de cada ciudad. Otros estudios, incluyendo una gran encuesta serológica que deduce la propagación de la enfermedad midiendo la presencia de anticuerpos en la población local de 133 ciudades brasileñas, apuntan igualmente en la dirección de mayores tasas de contagio en este grupo etario.
Los retos de desarrollo de América Latina y el Caribe -y en particular la alta morbilidad y las limitaciones de nuestros servicios de salud- han hecho que los adultos jóvenes y de mediana edad de nuestra región sean más vulnerables a la COVID-19 que en otras partes del mundo. ¿Significa esto que políticas como la priorización de las vacunas por edad y los confinamientos selectivos pueden ser menos eficaces en nuestros países? No necesariamente. Pero nuestro trabajo muestra que en los países en desarrollo la edad puede no ser un indicador suficiente del riesgo de mortalidad por COVID-19. Nuestras respuestas a la crisis deben prestar especial atención a otros factores, como las condiciones médicas preexistentes, las condiciones de vivienda y el acceso a la atención de la salud, a fin de proteger la vida de las personas a medida que avanzamos hacia la tan necesaria recuperación económica.
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