El COVID-19 obligó al cierre repentino de los servicios de cuidado en todo el mundo. Sin embargo, esto no solo concierne a escuelas sino también a los servicios extraescolares, los de asistencia para personas con discapacidad o los de apoyo a personas mayores con dependencia. Se trata, en definitiva, de un duro golpe al rubro de los cuidados, sector que emplea mayoritariamente a mujeres.
Las proporciones de este fenómeno son elocuentes: la fuerza laboral de cuidado global representaba el 11,5% del empleo mundial antes de la pandemia, 19,3% del empleo femenino a nivel planetario y el 6,6% del empleo de los hombres a nivel global.
Sólo en América Latina y el Caribe, las mujeres invierten tres veces más horas que los hombres en trabajo doméstico y de cuidado no remunerado. Esta desigualdad en la distribución de las tareas de cuidado entre hombres y mujeres ha hecho que sean ellas las más afectadas por la suspensión de las actividades remuneradas de cuidado. A esa ecuación debemos sumar el aumento de la demanda de trabajo doméstico y cuidados no remunerados al interior de los hogares afectados por la ausencia de servicios donde hay déficit de oferta, o por su suspensión con la aparición del COVID-19. Estos efectos se acarrean hasta hoy: la recuperación post-COVID de la fuerza laboral femenina ha sido más lenta que la de los hombres.
El cuidado como tarea compartida
Las normas de género que asignan el rol de cuidador a las mujeres afectaron especialmente a las adolescentes. Para ellas, más tareas domésticas equivalen a menos tiempo para estudiar. Y, por supuesto, menos tiempo libre.
Se trata de un fenómeno fuertemente cultural. Lograr una distribución más equitativa de las responsabilidades de cuidado entre hombres y mujeres depende de un cambio profundo en la creación y reproducción de patrones de género. Mientras el cuidado sea una tarea atribuida eminentemente a las mujeres, la fuerza laboral femenina seguirá estancada.
¿Debemos pensar en implementar políticas que ayuden a crear una oferta de servicios de cuidado para aliviar esta limitación? Sin perpetuar el reforzamiento de estas normas de género, podría ser la mejor opción de política mientras avanzamos hacia sociedades donde el cuidado sea una tarea compartida.
La prestación de servicios de cuidado puede generar valor para toda la sociedad. Por un lado dinamiza un mercado muy prometedor como alternativa de creación de empleos. Por otro, satisface las necesidades de personas dependientes del cuidado. Expandir la economía del cuidado, en particular para niños y niñas, y desarrollar la fuerza laboral de cuidado infantil puede crear millones de puestos de trabajo y, al mismo tiempo, facilitar que más personas, en particular las mujeres, puedan buscar o regresar al empleo. Esa es la doble ganancia que deben procurar estas políticas.
La calidad como factor determinante en los servicios de cuidado
Sin embargo, la expansión de cobertura de servicios debe estar acompañada de estándares de calidad. Después de décadas promoviendo la creación de servicios de cuidado infantil, sabemos que la calidad es un factor determinante. La oferta de horas de funcionamiento, su proximidad al hogar o al trabajo y las alternativas de financiamiento, se suman a la calidad percibida de los servicios entregados. Mientras que los servicios de baja calidad pueden ser incluso dañinos, los servicios proporcionados por trabajadores informales sin capacitación en el hogar tampoco son inocuos.
Pero, ¿estamos conscientes de lo que significa la calidad? El ámbito del cuidado es, por lejos, uno de los dominios más susceptibles a este tema: hablamos de un tipo de servicio basado en vínculos e interacciones y en los que el recurso humano puede hacer la diferencia. Por supuesto, no dejamos de lado la importancia de la materialidad del cuidado como la infraestructura, el rol de la persona cuidadora y las condiciones en las que se desempeña. La mayoría de las personas cuidadoras son trabajadores informales con salarios bajos, sin acceso a la seguridad social y en alto riesgo de caer en pobreza durante su propia vejez. De igual forma, el entrenamiento y la certificación son claves en un esquema de aseguramiento de la calidad.
¿Cómo pueden las políticas responder a las necesidades de cuidados?
La respuesta es clara: deben diseñarse en clave de integralidad, para que atiendan distintas facetas del cuidado a lo largo del ciclo de vida. Es clave conciliar las necesidades de quienes reciben cuidados y de sus personas cuidadoras.
Parece más importante que nunca pensar en incentivos que resulten efectivos para atraer a los hombres a este rubro, tanto en la esfera doméstica como en la formación de una oferta cualificada para apoyar remuneradamente tareas de cuidado.
Te invitamos a pensar ¿cuáles son las políticas necesarias para garantizar la calidad de la atención? ¿Qué iniciativas se están llevando a cabo en tu país para incentivar el mercado del cuidado y, al mismo tiempo, ofrecer servicios de cuidado de calidad?
*Estas reflexiones provienen de intervenciones presentadas en la sesión “¿Cuáles son las políticas sólidas para crear inversiones en atención accesible y de alta calidad en los mercados emergentes, para trabajadores formales e informales?” co-organizada por el BID y el Banco Mundial como parte de la la Cumbre Mundial sobre Género de 2022 del Grupo de Trabajo de la Banca Multilateral de Desarrollo.
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