La infraestructura nueva a menudo requiere espacio, y muchos proyectos de desarrollo se ven obligados a destruir o modificar hábitats para obtenerlo. Aún bajo la más cuidadosa de las planificaciones, la realidad es que puede resultar necesario talar árboles o sacrificar cierta vida silvestre. Para evitarlo, una práctica muy utilizada es mudar, o translocar, a las plantas y animales a una zona libre de amenazas, o replantarlas o liberarlos en áreas seguras.
Sin embargo, un estudio realizado por Germano et al (2015) sugiere que las translocaciones producto de la mitigación pueden estar causando más daño que beneficios. El artículo en cuestión se encuentra sintetizado aquí.
La translocación fue inicialmente desarrollada como una herramienta para el área de la biología conservacionista para ayudar a prevenir la desaparición de especies bajo grave peligro de extinción. Los expertos saben que, si bien es una aproximación costosa y complicada, puede ser exitosa si se le aplica rigor científico.
El problema es justamente que las translocaciones que se realizan para dejar fuera de peligro a determinados especímenes no se planifican ni se llevan a cabo con el mismo rigor que resultó exitoso para la conservación. Los sitios de liberación son elegidos de acuerdo a la conveniencia por sobre su idoneidad y, si bien es rutina registrar cuántos especímenes vegetales o animales han sido translocados, una asunción habitual es que estarán bien tras la suelta y que por consiguiente no es necesario continuar el monitoreo.
Imagínese recolectar una variedad de especies de una carretera en construcción y mudarlos a una nueva porción de bosque similar a la anterior pero que no fuera a ser impactada por el proyecto. Por ejemplo, podemos tomar algunas serpientes y soltarlas en otra porción del bosque. Las serpientes son territoriales, como muchas otras especies, y el bosque ya se encuentra poblado de ellas, por lo que las recién llegadas deberán competir por el alimento y el espacio. ¿Sobrevivirán?
Tomamos algunas ranas que traen una enfermedad. ¿Infectarán a las ranas que habitaban el nuevo lugar elegido para ellas?
Atrapamos un puñado de grandes escarabajos no voladores que son genéticamente diferentes de los escarabajos de la misma especie que se hallan en el bosque. ¿Cuáles serán las consecuencias a largo plazo a medida que ambas especies procreen entre sí?
También decidimos translocar algunas especies vegetales. ¿Sobrevivirán donde elegimos plantarlas? ¿Necesitarán una variedad específica de suelo o una cantidad determinada de sombra? ¿Habrá polinizadores y dispersores de semillas en el área nueva? ¿O acaso se adaptarán tan bien que comenzarán a reproducirse compitiendo con la flora preexistente?
La naturaleza está colmada de sorpresas. Sabemos muy poco acerca de las especies y menos aún acerca de sus interacciones. El objetivo de la translocación debería ser garantizar la supervivencia de especímenes en el lugar de liberación y no solamente salvarlos del sitio de desarrollo del proyecto. Por lo tanto, si no podemos sentirnos seguros ni de su supervivencia ni del impacto que causará la translocación al sitio en que fueron liberadas, ¿deberíamos realizarla?
Para comenzar a responder las preguntas anteriores, un primer paso sería utilizar un abordaje más sistémico y científico, siguiendo las directrices desarrolladas por la UICN (IUCN en inglés) para las translocaciones para fines de conservación. Estos lineamientos nos pueden ayudar a determinar cuándo la translocación puede resultar una herramienta valiosa, cómo podemos aumentar las probabilidades de su éxito, y cuándo puede ser más sensato recurrir a otras medidas de conservación.
Este tema, al igual que muchos otros, es tratado también en el nuevo documento Good Practices for Biodiversity Inclusive Impact Assessment (Buenas Prácticas para la Evaluación del Impacto Inclusivo de la Biodiversidad) producido por las Instituciones Financieras Multilaterales, Grupo de Trabajo de Biodiversidad.
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