Cada 9 de agosto, las Naciones Unidas celebran el Día Internacional de los Pueblos Indígenas del Mundo. No solo se trata de una oportunidad para tomar en consideración los numerosos desafíos que implica el desarrollo moderno para los grupos indígenas, sino también como los indígenas desafían a las formas contemporáneas del desarrollo y reivindican sus prácticas tradicionales.
El contexto actual no tiene precedentes. En América Latina, los proyectos de desarrollo, las industrias extractivas y la construcción de grandes obras de infraestructura, como represas y carreteras, afectan en grado creciente a la tierra, los recursos naturales y los medios de vida de los indígenas que habitan en áreas remotas. Al mismo tiempo, el creciente empoderamiento de muchos grupos indígenas y su capacidad para demorar o detener proyectos demorar o detener proyectos con los cuales están en desacuerdo[1] ha demostrado que ahora los responsables de los proyectos deban tener en cuenta las necesidades de las comunidades locales.
Las políticas de salvaguardias y las prácticas de responsabilidad empresarial, social y ambiental han evolucionado como respuesta a los intereses y las presiones de las comunidades indígenas. Esas políticas y prácticas se concentran en aspectos tales como la mitigación de los impactos negativos y la compensación por éstos, generando beneficios para las comunidades locales y desarrollando extensivos procesos de consulta y participación.
Todo esto, ciertamente, han sido importantes avances en relación a modelos de desarrollo en el pasado; sin embargo, los desafíos que han planteado los grupos indígenas respecto a ciertas prácticas de desarrollo no terminan aquí. Sigue siendo poco frecuente que sean tomados en cuenta tanto la cosmovisión de los indígenas como sus estrategias para promover el bienestar colectivo. Esta es la razón principal de que persisten las tensiones en el emprendimiento de muchos proyectos de desarrollo en territorios indígenas y de que los beneficios potenciales del desarrollo aún no hayan alcanzado a las comunidades indígenas de forma óptima.
De hecho, aunque sus objetivos puedan diferir de nuestras propias nociones de desarrollo, los pueblos indígenas también pueden beneficiarse con el aumento de las oportunidades económicas, de la infraestructura que brinda acceso a servicios sociales, del uso sostenible de los recursos naturales y otros resultados positivos que pueden ofrecer los proyectos de desarrollo. Para los profesionales del desarrollo, el próximo gran desafío es el establecimiento de un consenso entre sus propios métodos modernos de desarrollo y los criterios y aspiraciones de los grupos indígenas.
La cosmovisión andina ofrece un ejemplo de posibles alternativas para el futuro. Las estrategias de las comunidades indígenas para la promoción de su bienestar colectivo, se centran en valores como la reciprocidad, la igualdad, la formación de consenso y la solidaridad entre las generaciones. Se valora la capacidad de la comunidad para definir su propio destino. La población andina concibe a la Pachamama (la Madre Tierra) como un ser vivo conectado con el mundo humano por medio de un sistema único en base a relaciones interdependientes. Esos conceptos se condensan en la noción de Vivir Bien. En este contexto, un criterio de desarrollo aceptable desde el punto de vista cultural, deberá incluir mecanismos para mantener el equilibrio con los seres vivos de la naturaleza, para generar beneficios colectivos, para conferir poderes de decisión a las comunidades locales y para establecer relaciones a largo plazo y recíprocas entre las comunidades y los ejecutores de los proyectos.
Recientemente, el gobierno boliviano reconoció estos conceptos indígenas en la Constitución del país. En 2012, se aprobó la Ley Marco de la Madre Tierra y Desarrollo Integral para Vivir Bien. Esta ley concibe a la Madre Tierra como un actor político con derechos específicos, cuya base la constituye el principio de establecimiento de un equilibrio entre las necesidades de desarrollo y la “capacidad de regeneración” de la naturaleza. Ahora, el gobierno boliviano y sus socios internacionales deben responder al desafío de llevar a la práctica esos principios.
Este ejemplo muestra que es posible avanzar hacia el consenso. Hay paralelos entre los conceptos indígenas y los criterios actuales de desarrollo, protección del medio ambiente y sus políticas de salvaguardias asociadas. Por ejemplo, la noción andina de que la Madre Tierra consiste en componentes interdependientes cuya regeneración debe asegurarse, está alineada con nuestro criterio respecto de los ecosistemas integrados que deben protegerse.
No existen las soluciones ya hechas a la medida y lograr un consenso no es un desafío menor, dado la amplia variedad de culturas, conceptos y estrategias indígenas. Es así que ese consenso deberá negociarse muchas veces, con distintos grupos y en distintos contextos. Sin embargo, si queremos consolidar la relevancia del desarrollo para los grupos indígenas y lograr su aceptación a las intervenciones en sus territorios, debe encararse directamente este desafío. A decir del sociólogo Eduardo Gudynas, conforme al criterio de Vivir Bien, “deberá construirse puentes y carreteras, pero tendrán diseños diferentes, se ubicarán en sitios distintos y servirán para fines diferentes de los actuales”.
[1]Abundan los ejemplos. Entre los más conocidos figuran la represa Belo Monte, en el Brasil, cuya construccíón se ha demorado por más de veinte años, la carretera que atraviesa el territorio indígena TIPNIS en Bolivia, y el proyecto de minería Santa Ana, en los Andes peruanos.
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