Los intentos de ¨ponerle precio a la naturaleza¨ – y calcular el valor del llamado “capital natural” o “servicios ecosistémicos”- han producido cifras francamente asombrosas. Un artículo de 1997, que es un referente en el tema, valoraba los servicios ecosistémicos mundiales en 33 billones de dólares al año. Esta estimación fue muy polémica dado que eclipsó al mercado de la economía mundial, que en aquel momento estimaba que tenía un valor aproximado de 18 billones de dólares.
Una estimación actualizada y publicada el año pasado, sugería que una mejor estimación global anual del valor de los servicios ecosistémicos habría sido incluso mayor: ¡la ingente cifra de 145 billones de dólares para ese 1997! Sin embargo, el artículo también valoraba la naturaleza actual por menos de esta cantidad: aproximadamente 125 billones de dólares al año, debido al deterioro de los ecosistemas de la Tierra en el ínterin.
Aun así, y se mire como se mire, la naturaleza tiene un gran valor. Se estima que los servicios ecosistémicos tienen un valor cercano al doble de los 75 billones de dólares del producto interior bruto mundial. Dicho de otro modo, la disminución estimada de 20 billones de dólares en servicios ecosistémicos anuales entre 1997 y 2014 equivale a la eliminación de un cuarto de la actividad económica anual mundial actual.
Estas pérdidas, son preocupantes e importantes si uno reconoce la legitimidad de esta clase de estudios, aunque no todo el mundo lo hace. Algunos economistas han criticado estas estimaciones, mientras que ciertos filósofos analizaron sistemáticamente estas valoraciones, ya que algunos servicios ecosistémicos son literalmente inestimables. El agua tiene un valor infinito para cualquier humano, pero ninguno de nosotros paga una cantidad infinita de dinero (o todos nuestros ingresos) por el agua que usamos.
Así que es fácil vislumbrar porqué a la gente le resulta difícil entender cómo poner precio al medio ambiente. Las cifras son muy grandes desde el punto de vista económico, y sin embargo, demasiado pequeñas para describir lo absolutamente esencial de la vida.
Quizá podamos avanzar utilizando uno de los más citados ejemplos de servicios ecosistémicos: las abejas que colaboran en el cultivo de nuestros alimentos.
Buenas trabajadoras
La polinización por parte de los insectos es un clásico ejemplo de servicio ecosistémico. Los insectos polinizan nuestros cultivos gratuitamente, y si se extinguieran probablemente nos tocaría a nosotros realizar esa labor. Podemos, por tanto, estimar el valor del trabajo de las abejas calculando el coste del salario de una multitud de gente moviéndose de planta en planta con pinceles cubiertos de polen. Una estimación valora esta cifra en 217.000 millones de dólares por año.
Si estos métodos le suenan un poco burdos pero efectivos, considere el valor de mercado de los activos compartidos durante la crisis financiera mundial. En 2008, los ciudadanos norteamericanos perdieron más del 20 por ciento de su riqueza medida en acciones, bonos, inmuebles y otros activos financieros comercializados. El Promedio Industrial Dow Jones cayó más de un tercio de su valor total. ¿Qué tan “reales” eran esos valores antes o después de la crisis?
Otorgarle un valor a los servicios ecosistémicos no es lo mismo que su mercantilización o privatización. Muchos servicios ecosistémicos se consideran bienes públicos o recursos comunes, pero aun así debemos otorgarles un valor, ya que de esta manera la gente comprenderá que lo tienen.
¿Por qué? Ya que de otra manera (y sin pretender ser ingenioso) no seríamos capaces de razonar con aquellos que aseguran que hay un sólido argumento económico detrás de la aniquilación deliberada de todas las abejas.
Ciao, Ciao, abejas
Volvamos a nuestra hipotética mano de obra de los polinizadores de cultivos humanos. Si se extinguieran las abejas y se reemplazaran por trabajadores remunerados, sería un escenario de beneficio mutuo desde una perspectiva estrictamente económica: se estimularía la productividad económica mientras se crean puestos de trabajo y se genera recaudación fiscal.
Por eso, es de esperar que hasta el más razonable de los economistas no quiera vivir en un mundo sin abejas. Pero lo que muestra este ejercicio mental es que necesitamos desarrollar una forma de ver la vida más abierta que la visión predominantemente económica en la que estamos actualmente atrapados.
Una posibilidad es contar con un mercado global de servicios ecosistémicos, aunque esta idea es complicada por el hecho de que los ecosistemas son bienes públicos y como tales no pueden ser propiedad de nadie, ni comercializarse. La cuestión de utilizar soluciones del libre mercado para proteger el medio ambiente es tan o casi más problemática, como lo es el proveer escuelas públicas, prisiones y defensas militares en los países. Sin embargo, también hay quienes sostienen que existen argumentos en favor de la privatización de las organizaciones, como los servicios de pesca y flora y fauna, o los guardacostas.
¿Dónde está el rescate financiero?
Ningún país en el mundo tiene ministros o líderes que cuenten con un poder similar para “salvar el medio ambiente”. Sin embargo, el medio ambiente del que dependemos para sobrevivir es claramente más valioso que cualquier economía de mercado.
La economía se describe en ocasiones como el arte de asignar recursos escasos. El problema es que los servicios ecosistémicos no se consideraron ¨recursos escasos¨ durante los primeros dos siglos de la economía moderna. Subsanar esta omisión implicará identificar y clasificar estos servicios, y evaluar su valor económico. El modelo económico actual de crecimiento inagotable debe ser modificado para hacerles un hueco.
La seria amenaza para los recursos medioambientales tales como la biodiversidad, un clima estable, humedales, arrecifes de coral, y la polinización de los insectos sugiere que la humanidad esta quizá frente a uno de los mayores retos de su supervivencia. Si no le damos la misma, o incluyo mayor, prioridad a “salvar el medioambiente” como le damos a “salvar la economía”, continuaremos por el camino de la destrucción medioambiental que hemos estado transitando durante los últimos doscientos años. Irónicamente, si continuamos por este camino puede que la economía continúe creciendo mientras se deteriora el bienestar humano.
Las abejas han hecho un buen trabajo, y nunca han pedido un aumento. No rescindamos su contrato.
Si te interesa el capital natural y la biodiversidad, siguenos en Twitter @BIDecosistemas.
Fotos:
Titulo: Haulin’ pollen, de David Goehring ©CC BY 2.0
Texto: Bee and pink almond flower, de ©Protasov AN, Shutterstock
Paul Sutton es profesor de Ciencias Medio Ambientales en la University of South Australia.
Este artículo se publico originalmente en The Conversation.
Lea el artículo original aquí.
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