Cuatro principios para manejar el capital natural en favor de la sostenibilidad en las cuencas del neotrópico
“La frecuencia de episodios climáticos severos es cada vez mayor”. Este es el estribillo que acostumbramos oír cuando climatólogos, ecologistas y conservacionistas hablan sobre los impactos sabidos que se pueden esperar del cambio climático. Pero, ¿qué implica esto para quienes se encuentran a cargo de la formulación de las políticas que regirán el manejo del capital natural?
Podría significar que las peores inundaciones en los últimos 300 años – registradas en diciembre de 2010 en la cuenca del canal de Panamá y las que devastaron a Colombia y a otros países de América Latina—retornarán en mucho menos de 300 años. Podría significar que el fuertísimo fenómeno de El Niño que la Madre Naturaleza dejó en 2015 –y que ha producido sequías de proporciones históricas en toda la región—se repetiría en solo unas décadas o incluso años, en lugar de siglos. Lo cierto que ya nadie se valdrá de la frecuencia pasada de tormentas y sequías para predecir el futuro.
Bob Stallard, hidrólogo del Servicio Geológico de Estados Unidos y del Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales suele decir que, en la cultura popular del pronóstico del clima, los meteorólogos de la televisión e internet siempre comparan los episodios climáticos con los promedios a lo largo del tiempo u “estacionalidad”, como se le denomina en el lenguaje técnico. Esto tiene su lógica, pues se trata de poner en contexto las condiciones y eventos climáticos. Pero entonces, ¿por qué los comparamos con “el promedio” o con “lo normal”? Claro que queremos saber cómo se comparan los episodios actuales con los picos históricos; no en vano nos encanta poner marcas, o por lo menos saber si nuestras desgracias actuales son de proporciones históricas. Pero, ¿pueden los gestores planificar o tomar decisiones con base en “lo normal”?
Si en lugar de utilizar correctamente el capital natural del Parque Nacional de Chagres la Autoridad del Canal de Panamá solo hubiera estado lista para afrontar “lo normal” en diciembre de 2010, la evidencia sugiere sin lugar a dudas que hoy no nos estaríamos preparando para celebrar la apertura de nuevas esclusas –acontecimiento que tendrá un impacto significativo en el comercio mundial–, sino dedicados a reconstruir tanto las esclusas mismas como los diques del canal y la economía del país. Si no aprendemos de nuestros errores de manejo y adoptamos los correctivos del caso –como convertir las fincas ganaderas tradicionales en sistemas silvopastoriles que amortigüen el estrés que sufren los animales durante las olas de calor, al tiempo que se constituyen en hábitats para aves, jaguares y muchas otras especies–, nos espera un futuro sumamente difícil.
Prepararse para el futuro en una era de transformaciones mundiales puede parecer a veces una tarea de nunca acabar. Tanto la deforestación, como la diaria degradación de los bosques debida al aprovechamiento excesivo de los productos forestales, amenazan los valores de la biodiversidad relacionados con el agua y otros servicios ecosistémicos de nuestras cuencas que creemos estarán ahí para siempre. Afortunadamente, la evidencia sintetizada en años recientes sobre las colinas ondulantes y las montañas del neotrópico indica que las acciones necesarias para amortiguar el impacto del cambio de uso del suelo en los servicios ecosistémicos también constituyen una política inteligente para atenuar los efectos del cambio climático.
Científicos, economistas, profesionales y analistas de políticas han hecho avances significativos en lo que se refiere a entender cómo superar las barreras de gobernanza y de otro tipo que se atraviesan a las mejores intenciones de los administradores de recursos, así como a ofrecer soluciones a los desafíos de manejo basadas en las ciencias. Si bien no se cuenta con un “molde” único para resolver el problema, una síntesis reciente sobre sobre la ciencia y la práctica del manejo de cuencas en América Latina indica que existe una serie de lineamientos que, si se siguen, podrían conducir a un futuro más sostenible:
1) Invertir en educación pública y en formación de capacidades sobre la manera cómo funcionan las cuencas, y sobre los bienes y servicios que proporcionan.
2) Usar herramientas científicas de diagnóstico y mapear la toma de decisiones formales e informales.
3) Vincular a una amplia variedad de actores interesados en planificación participativa.
4) Apoyarse no solo en la aplicación y cumplimiento de la ley, sino también en el refuerzo positivo, para promover una custodia efectiva de las cuencas.
En Managing Watersheds for Ecosystem Services in the Steepland Neotropics (disponible en e-book interactivo y en PDF) se desarrollan estos principios y además se explica cómo las investigaciones y prácticas más recientes se apoyan en ellos. El manejo apropiado del capital natural no es solamente posible, sino que además es esencial para lograr un futuro sostenible.
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