Las áreas protegidas se encuentran en la primera línea de los esfuerzos globales por preservar la naturaleza. Estas áreas definen los límites de los ecosistemas críticos y de las áreas ricas en biodiversidad. Sin embargo, una profusión de diferentes terminologías y regulaciones especiales sobre el estatus de estas áreas puede desdibujar su concepto y confundir a los expertos ambientalistas. Y en última instancia, puede llevar a realizar intervenciones negativas en áreas críticas. El conservacionismo práctico, cuando se aplica al manejo de proyectos en estas áreas vulnerables, requiere de perseverancia y de conocimientos del contexto para lidiar adecuadamente con los nexos existentes entre diversos intereses y actores. Este artículo se propone aportar algunos lineamientos sobre cómo lograr un enfoque adecuado.
No se pierda en la maraña terminológica – Las políticas del BID definen los hábitats naturales críticos como: (i) áreas protegidas existentes, áreas propuestas oficialmente por gobiernos para su protección o sitios que poseen condiciones que son vitales para la viabilidad de dichas áreas. El hecho de que un área haya sido designada como tal basándose en estándares nacionales (mediante una solicitud a una entidad internacional o simplemente a nivel regional) no puede impedir nuestro reconocimiento de su status y las implicancias que ello conlleva. Normalmente, se adoptan regulaciones específicas para limitar el tipo de actividades que pueden llevarse a cabo, o incluso para prohibir su aplicación. Es absolutamente vital que en nuestro diálogo con los gobiernos reconozcamos y demos continuidad a estas restricciones.
Conversión significativa – Las áreas protegidas constituyen lo que la política del Banco denomina “hábitats naturales críticos”. Cualquier actividad relacionada con un proyecto que genere una conversión significativa de esa área no será elegible para financiamiento del BID. La conversión significativa es la eliminación o la reducción severa de la integridad de un hábitat natural ya sea crítico o de otra clase debido a un cambio significativo y de largo plazo en el uso de la tierra o el agua.
Degradación previa – En algunos casos, el reconocimiento formal de una zona como área protegida puede ya tener décadas. Muchas de ellas hace ya tiempo que han sido invadidas y han sufrido una fuerte degradación. Si bien un ambiente degradado puede reducir el impacto ambiental directo de cualquier intervención, eso no debe utilizarse como justificativo para intensificar aquellas actividades que son las que justamente provocaron esa degradación. En lugar de ello, debería servir como advertencia de no permitir que se la siga degradando.
Cambios en la política gubernamental – La forma de abordar las áreas protegidas puede variar significativamente ante potenciales cambios en los países con los que trabajamos, como por ejemplo cuando se produce un cambio de gobierno. En la práctica, eso podría producir una modificación en el enfoque ambiental o legislativo sobre las áreas protegidas. Incluso podría acelerar la degradación de dichas áreas o poner en riesgo los esfuerzos por preservarlas. Para nosotros, como especialistas en temas ambientales, esta situación conlleva la responsabilidad adicional de poner énfasis en el estatus especial de protección en todos nuestros encuentros con funcionarios gubernamentales.
Las áreas protegidas, ya sea en la forma de reservas de biosfera o de parques nacionales, han contribuido significativamente a salvaguardar las áreas ricas en biodiversidad y especies en peligro. Desde nuestro punto de vista, representan tanto un instrumento para ayudar a los esfuerzos de conservación, como una primera línea de defensa contra la invasión de hábitats críticos naturales. Para defender este vital instrumento de conservación, es crucial que hagamos frente a su debilitamiento a nivel global.
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