Los estragos del cambio climático en nuestra salud ya son una realidad palpable. Imagina, por ejemplo, que después de trabajar bajo el sol intenso en una construcción, un familiar sufre un golpe de calor y debe ser hospitalizado. O que se enferma con una bacteria después de nadar en un río contaminado por aguas negras tras intensas lluvias. Situaciones como estas se están volviendo cada vez más recurrentes en América Latina y el Caribe a medida que el cambio climático trastorna temperaturas, precipitaciones y eventos extremos. Y las pérdidas de productividad asociadas se cuentan en miles de millones de dólares.
Muertes y enfermedades a partir del cambio climático
Para dimensionar estos impactos y ayudar a los gobiernos a adaptar sus sistemas de salud, en el BID publicamos el documento “Chequeo médico: cambio climático y salud”. Entre los hallazgos más preocupantes se encuentra el aumento de las muertes relacionadas con el estrés térmico: tan solo en América del Sur, estas crecieron un 160% entre 2000 y 2021 – bajo el efecto combinado del envejecimiento de la población y del aumento de las temperaturas. Los adultos mayores y niños son los más vulnerables frente a los golpes de calor, pero también hay fuertes efectos sobre los trabajadores cuyas tareas se desarrollan al aire libre. En Centroamérica, por ejemplo, el estrés térmico de los trabajadores de la caña se ha asociado a un aumento sostenido de enfermedad renal crónica en población, con efectos dramáticos en las condiciones y expectativas de vida.
Otro vector de impacto son las enfermedades transmitidas por agua y alimentos contaminados tras eventos climáticos extremos. Por ejemplo, las inundaciones y sequías dañan plantas de saneamiento e infraestructura hídrica, derivando en la propagación de enfermedades gastrointestinales, cólera, hepatitis A y parasitosis. Asimismo, con el cambio climático los mosquitos transmisores de malaria, dengue y otros virus están migrando desde los trópicos hacia regiones de mayor latitud y altitud que antes eran inhóspitas para ellos. De este modo, la idoneidad climática para el dengue ha crecido 35% en América del Sur desde mediados del siglo XX. Y podemos encontrar todavía más maneras en que el cambio climático afecta la salud.
Soluciones para cuidar la salud frente al cambio climático
¿Qué hacer frente a este diagnóstico? Nuestra publicación propone varias soluciones. Los sistemas de salud requieren profundas adaptaciones, desde una vigilancia epidemiológica adaptada a los problemas relacionados con el clima, hasta planes de contingencia ante olas de calor y huracanes. También urge invertir en establecimientos de salud resilientes ante eventos extremos, así como en saneamiento del agua para prevenir enfermedades hídricas, especialmente en zonas vulnerables.
Otra receta preventiva son políticas de protección social en salud. Hoy, los gobiernos en América Latina gastan menos del 5% de su PIB en salud pública; hay que avanzar hacia la cobertura universal, que es clave para el diagnóstico y el tratamiento frente a nuevas enfermedades. También se requieren programas focalizados, que pueden ser muy simples. En Costa Rica, por ejemplo, el reglamento para la prevención y protección de las personas trabajadoras expuestas a estrés térmico sostiene que los empleadores deben proporcionar a los trabajadores medidas de protección al calor, como capacitación, equipos de protección individual (como sombreros y sombrillas), tiempo para aclimatarse al calor, bebidas rehidratantes y zonas de sombra para descansar.
La pandemia de COVID-19 afectó especialmente la región debido a la debilidad de sus sistemas de salud. Hoy, la crisis climática se está convirtiendo en crisis sanitaria. Nuestra publicación muestra que muchos tratamientos existen, pero debemos actuar ya desde la política pública para aplicarlos masivamente. No hay margen para la espera: el cambio climático mata y cualquiera puede ser la próxima víctima.
Héctor Lamas Rojas dice
Nuestro ciclo vital está delineado por el proceso de crecimiento que supone cambios, transiciones y adaptación. Durante ese ciclo, la persona interviene en situaciones en las que se encuentra con hechos imprevistos, azarosos y que le generan estrés (tensión emocional).
Hoy sabemos que existe una estrecha relación entre el estrés y distintos tipos de trastornos psicológicos y somáticos. Pensemos a modo de ejemplo en la precariedad e inestabilidad laboral, la inseguridad y la marginalidad social, la impotencia ante el alto nivel de corrupción e impunidad que impera, etc.
Hartmann ha estudiado el papel de la adaptación, entendida como posibilidad de dominio de la realidad, en un desarrollo psicológico sano. En general, una persona bien adaptada sería aquella en la cual su productividad, su capacidad para disfrutar de la vida y su equilibrio mental no están perturbados.
Los procesos de adaptación aluden a una interrelación constante entre variables internas: autoconcepto, identidad personal, autoconfianza, sentimiento de eficacia personal, autoestima, etc. y variables externas: La estructura social, su lugar en la misma, las posibilidades de realización y gratificación en el ámbito personal y social, y las formas de trabajo que codeterminan las reales posibilidades de adaptación que toda persona tiene.
Actualmente, un desafío sería brindar las condiciones que permitan conductas originales y creativas sin llegar a un individualismo que deje de lado el bien común, la solidaridad, el nosotros.
La Salud Mental es una condición y un nivel de funcionamiento social que conlleva dos necesidades: La necesidad de adaptación social y la necesidad de lograr satisfacciones y realizaciones personales; se relaciona con el bienestar psicológico.
La importancia del estudio del bienestar viene dada principalmente porque se considera un componente esencial de la salud. La salud en su concepción más amplia permite afirmar que, evaluar niveles de bienestar es evaluar niveles de salud, por lo que, en el trabajo sanitario enfocado en el sentido positivo, la evaluación del bienestar cobra una especial significación. Por tanto, se impone la necesidad de profundizar en el estudio del bienestar psicológico y proponer un modelo metodológico de tal forma que sea posible y técnicamente acertado desarrollar estudios acerca de la influencia recíproca entre los factores psicológicos y la salud en general. Para proponer un modelo metodológico aplicable a la evaluación del bienestar partimos del principio de que el bienestar psicológico expresa el sentir positivo y el pensar constructivo del ser humano acerca de sí mismo y que posee un carácter subjetivo-vivencial.
En relación con la categoría de “calidad de vida”, el bienestar constituye, la dimensión subjetiva de ésta. El bienestar se relaciona con aspectos particulares del funcionamiento físico, psíquico y social, y es, en esencia, una experiencia humana vinculada al presente.
Aunque sea una experiencia “del aquí y ahora”, el bienestar posee una proyección al futuro, pues se produce justamente por el logro de bienes. Es en este sentido que el bienestar surge del balance entre las expectativas (proyección de futuro) y los logros (valoración del presente) en las áreas de mayor interés para el ser humano, que son el trabajo, la familia, la salud, las condiciones materiales de vida, las relaciones interpersonales y las relaciones sexuales y afectivas con la pareja. Esa satisfacción con la vida surge como punto de partida de una transacción entre el individuo y su entorno micro y macrosocial, donde se incluyen las condiciones objetivas materiales y sociales, que brindan al hombre determinadas oportunidades para la realización personal.
El bienestar se construye por el individuo en estrecha vinculación con su entorno macro y micro social y posee, un componente cognitivo-valorativo y otro componente afectivo-emocional.
Andrea dice
El cambio climático está teniendo un impacto directo y devastador en nuestra salud, como lo ilustra este artículo. Los golpes de calor y las enfermedades transmitidas por el agua y los alimentos contaminados son solo algunos de los efectos más evidentes. Es alarmante ver cómo las muertes relacionadas con el estrés térmico han aumentado un 160% en América del Sur entre 2000 y 2021, afectando gravemente a los trabajadores al aire libre y a las poblaciones vulnerables como los ancianos y los niños.
La migración de mosquitos transmisores de enfermedades como el dengue y la malaria hacia nuevas regiones también es preocupante, aumentando el riesgo de brotes en áreas previamente no afectadas. Este fenómeno subraya la necesidad urgente de adaptar nuestros sistemas de salud para enfrentar estos nuevos desafíos.