El mes de julio 2023 ha sido el más cálido en los 174 años de registros climáticos y confirma la tendencia de incremento de temperaturas observada hace décadas. Este hecho viene a confirmar que la amenaza del cambio climático se manifiesta hoy y no se trata de un problema a futuro. Por eso el cambio climático no es más un riesgo potencial: ya llegó y debemos enfrentarlo.
En los últimos meses he tenido la oportunidad de experimentar de primera mano el efecto del cambio climático en salud y la generación de respuestas para afrontarlo. La primera fue una discusión sobre la construcción de un nuevo hospital en un país de Centroamérica, donde la pregunta clave era si el terreno en el que se construiría había sido afectado por dos fuertes tormentas que tuvieron lugar en 2021, ETA e IOTA. La preocupación central no era solamente que el edificio no se dañara, sino que se pudiera seguir prestando servicios en condiciones en caso de futuras tormentas similares.
La segunda experiencia fue durante una misión a Ecuador, donde existe una preocupación creciente sobre el potencial impacto del fenómeno del Niño, que se estima que entre 2023 y 2024 será de gran magnitud y puede reducir hasta un 10% el PIB (CEPAL 1998). En el área de la salud existe un amplio rango de preocupaciones vinculadas a este fenómeno, que abarca desde el impacto sobre la salud física y mental de las personas hasta la respuesta a la emergencia y la recuperación de los servicios una vez que esta haya pasado.
Preparación para la emergencia: cómo responder a lo urgente y a lo importante
La probabilidad de un “mega-Niño” roza el 90% y está generando una inquietud creciente que presenta diferencias por hemisferio. En el hemisferio sur, la preocupación principal son las lluvias extremas, que pueden generar inundaciones superando registros históricos, producir remociones en masa o dañar los cultivos, entre muchos otros problemas. En el hemisferio norte, el temor central es la sequía y cómo esta puede dañar significativamente los cultivos industriales, así como los de subsistencia para las familias como las milpas.
Las respuestas frente a ambos escenarios podrán ser distintas, pero tienen un hilo conductor común: preservar la salud de la población. En las áreas donde se espera que impacte el clima extremo, la prioridad será garantizar la continuidad de los servicios durante y después de la emergencia; en las áreas de sequía, la prioridad será garantizar la seguridad alimentaria, en especial para la población más vulnerable. En ambos casos se trabajará en la vigilancia sanitaria, la respuesta de emergencia y el reforzamiento de los programas habituales.
La clave es entender que la respuesta a la emergencia no es un fenómeno transitorio, sino que debe ser parte integral del sistema. Por ejemplo, si se quiere garantizar el abastecimiento de medicamentos en emergencia pero el sistema existente es débil, lo más probable es que el accionar en emergencia sea igual de débil, ya que la primera respuesta es a partir de su capacidad instalada desde antes de la emergencia (la cadena es tan fuerte como su eslabón más débil).
Debemos acostumbrarnos a responder a escenarios que cambian rápidamente. Y para hacerlo, contamos con herramientas que son útiles no solo para los problemas derivados del clima, sino para una gran gama de dificultades que afectan la salud de la población. Por ejemplo, contar con sistemas de vigilancia robusta es clave para el funcionamiento de los sistemas de salud, dado que permiten caracterizar los problemas de la comunidad y establecer respuestas para enfrentarlos. En este nuevo escenario, la vigilancia debe incluir dentro de sus parámetros de monitoreo las cuestiones asociadas al cambio climático (por ejemplo, el estrés térmico) y vincularlas en tiempo real con los patrones climáticos.
Asimismo, esta información debe traducirse en acciones, por ejemplo, de información a la población para que se prepare frente a una ola de calor y establecer ayuda a los grupos más vulnerables, como adultos mayores que viven solos. Esto puede parecer obvio, sin embargo, en muchos países de la región se informa públicamente la ocurrencia de olas de calor, pero no se informa explícitamente a la población qué precauciones debe tener.
Debemos comenzar a trabajar de manera urgente en la preparación de la respuesta a la emergencia a través del fortalecimiento o creación de los sistemas de emergencia intersectoriales, identificando y trabajando con grupos y comunidades vulnerables (ej. que estén en un área afecta a deslaves), estableciendo canales y estrategias de comunicación social confiables para la comunidad, de manera que frente a alertas del sistema de vigilancia epidemiológica y climática, se gatillen las respuestas necesarias por parte de salud y de los otros sectores clave.
Afrontar el cambio climático desde la salud
Mas allá de que el sector de la salud no sea uno de los que más contribuye a la huella de carbono, sí puede contribuir a su reducción y a evitar que el cambio climático siga en aumento. Las intervenciones más conocidas se relacionan con mejoras en las edificaciones a fin de reducir el consumo de energía y agua. Sin embargo, esto solo representa el 25% de la huella de carbono del sector salud. La principal contribución (75%) se relaciona con el funcionamiento del sistema de salud, y existe la posibilidad de contribuir a través de medidas que mejoren de la gestión logística de materiales; la reducción del consumo innecesario de medicamentos y exámenes; la implementación de servicios de salud digital que reducen los desplazamientos de pacientes, acompañantes y personal. Todas estas medidas contribuyen no solo a reducir a la huella de carbono sino también a mejorar la eficiencia del sistema de salud.
Al mismo tiempo, es clave optimizar procesos, recursos y sistemas disponibles a través de mejoras en la gobernanza que permitan “conectar los puntos” que hoy se encuentran aislados –por ejemplo, que, junto a un pronóstico de ola de calor, se den indicaciones básicas sobre hidratación y protección contra el sol, o diseñar sistemas de emergencia multiamenazas que puedan responder frente a crisis climáticas, pandemias u otras que puedan desarrollarse. Las medidas que tomemos hoy determinarán el efecto del cambio climático sobre nuestra generación y las que vengan en el futuro. La implementación de muchos de estos cambios llevará décadas, pero es urgente comenzar hoy.
Todos podemos y debemos participar contra el cambio climático. Desde el BID buscamos contribuir a la respuesta en salud a través de proyectos de inversión verdes, evidencia y recomendaciones prácticas. Muchas de estas recomendaciones se encuentran disponibles en documento reciente Salud y cambio climático: ¿cómo proteger la salud de las personas frente a la crisis climática? ¡Les invitamos a leer y comentar!
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