Desde 2020, las economías del mundo se han visto afectadas por una serie de shocks, siendo la pandemia de COVID-19 y la invasión rusa a Ucrania unos de los más severos. En consecuencia, tras crecer cerca del 3,9% el año pasado, América Latina y el Caribe, se enfrenta ahora a unas proyecciones de crecimiento considerablemente más bajas para 2023, con pronósticos privados de crecimiento en torno al 1%. A esto se suman una serie de problemas, como déficits fiscales, niveles excesivos de deuda y una inflación muy alta. Si a ello se añaden las elevadas tasas de interés domésticas y mundiales, el aumento de los riesgos financieros globales y la contracción de la demanda mundial, los retos para los próximos años son considerables.
Entre estos desafíos están, primero, el casi 18% de la población que vive con menos de US$3 al día, niveles de pobreza superiores a los de hace una década y una desigualdad que va en aumento. Segundo, están los altos niveles de déficit fiscal y de deuda pública. Tercero, se debe estimular el crecimiento por encima del 2% (que es el crecimiento pasado de América Latina y el Caribe), demasiado bajo para alcanzar los objetivos de desarrollo de la mayoría de los países de la región.
Un nuevo informe macroeconómico
Buscando ayudar a la región a abordar estas cuestiones, recientemente el BID publicó su Informe macroeconómico de América Latina y el Caribe 2023 con un análisis a fondo de las áreas monetaria, fiscal, laboral y financiera. El informe incluye propuestas de políticas para mitigar el impacto de los shocks actuales y crear las condiciones para promover el crecimiento económico y la equidad social. Un objetivo de vital importancia es la consolidación fiscal: el proceso de reducción de los déficits fiscales. Esto se puede lograr, en parte, mediante el fortalecimiento de las instituciones fiscales y el uso de reglas fiscales, que busquen frenar el gasto y anclar la deuda. Los gobiernos hicieron considerables esfuerzos de consolidación fiscal en 2022, tras los abultados déficits creados por el gasto récord de la pandemia, y el déficit primario en 2022 se estima en 0,4% del PIB. Sin embargo, con el lento crecimiento previsto para 2023, la situación fiscal podría deteriorarse.
Evitar que eso ocurra es esencial. Si se logra, la deuda bruta podría caer por debajo del 64% del PIB, valor de finales de 2022, y llegar a sus niveles prudentes (estimados en el 54% del PIB). Este proceso es fundamental para reducir el riesgo de crédito soberano, aminorar los costos de financiamiento, bajar las tasas de interés soberanas y crear más espacio para la política monetaria. Además, contribuirá a garantizar el espacio fiscal para apoyar las políticas, tan necesarias, que pueden impulsar el desarrollo económico y social.
Para ello, se debe mejorar la eficiencia del gasto. Se debe corregir la asignación de las transferencias y subsidios, así como la calidad de la inversión pública, incluso en el ámbito primordial de la infraestructura. Este tipo de políticas deben ser progresivas, contribuyendo a proporcionar una red de seguridad para los pobres e impulsando la productividad para lograr un mayor crecimiento a largo plazo. Los ajustes salariales también deben hacerse con cuidado. Es esencial que consideren la inflación esperada, y no la pasada, a fin de reducir el riesgo de futuros aumentos de gastos inflexibles.
En cuanto a los ingresos, varios países están planeando reformas fiscales para los próximos dos o tres años. Su objetivo debe ser ampliar la base tributaria y reducir la evasión de impuestos. Esto debería venir acompañado de una estructura tributaria progresiva, potencialmente a través de medidas como un impuesto negativo sobre la renta.
El problema de la inflación
En 2022, la inflación, especialmente la de los alimentos, alcanzó su nivel más alto en más de 20 años, impulsada tanto por la mayor demanda agregada derivada de la recuperación tras la pandemia como por el aumento mundial de los precios de los productos básicos provocado por la invasión rusa a Ucrania. Como resultado de la respuesta de la política monetaria, las tasas internacionales y domésticas subieron, y la inflación en la mayoría de los países de la región ha empezado a mostrar signos de desaceleración. Pero esta seguirá por encima del objetivo al menos hasta 2024. Esto plantea serios retos a los bancos centrales, que deben intentar mantener ancladas las expectativas de inflación y mantener una estricta política monetaria para que las expectativas estén alineadas con los objetivos. Para ello, la política monetaria debe apoyarse en políticas fiscales y económicas coherentes, para lo que la independencia de los bancos centrales sigue siendo crucial.
La mayoría de los países han disfrutado de un buen acceso al financiamiento exterior procedente de fuentes privadas y multilaterales desde los días más oscuros de la pandemia. Pero los costos de financiamiento aumentaron en el segundo semestre de 2022, afectados por una mayor inflación, el incremento de las tasas de interés internacionales y nacionales, el aumento de los ratios de deuda y la mayor volatilidad de los mercados financieros. A medida que las economías de la región se desaceleran, sus necesidades de financiamiento pueden disminuir, reduciendo su exposición a sudden stops en los mercados de capitales. No obstante, a fin de minimizar las vulnerabilidades, los gobiernos deben consolidar sus posiciones fiscales y abordar la dolarización de los pasivos. Los supervisores financieros también deben potenciar el uso de las pruebas de resistencia bancaria para abordar las debilidades de las instituciones financieras y elaborar planes detallados para gestionarlas.
Preparar el terreno para un crecimiento renovado
El año 2023 será un año de ajuste, tanto a nivel regional como mundial. Esperamos que el conjunto de estas políticas, encaminadas a contener la inflación, eviten la contracción económica y generen las condiciones para el crecimiento de la productividad a mediano y largo plazo, resulte eficaz para reducir la pobreza y mejorar el bienestar de los ciudadanos de la región. No cabe duda de que existen grandes riesgos: la inflación sigue siendo elevada; hay incertidumbre en torno a la estabilidad de sistemas financieros en economías avanzadas, y es difícil saber qué ocurrirá con la guerra en Ucrania. Esto se da en un contexto de crecimiento mundial inferior al previsto y costos de financiamiento superiores a los esperados. Aun así, si se aplican políticas para contener los shocks, se podría sentar las bases para una recuperación más rápida y mejor cuando las condiciones globales se normalicen.
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