
América Latina y el Caribe afronta un panorama económico complicado. Los déficits fiscales y los niveles de deuda han aumentado a consecuencia tanto de la pandemia de la COVID-19 como de la invasión rusa a Ucrania. Además, el endurecimiento de la política monetaria en Estados Unidos y Europa ha puesto fin a la era del financiamiento barato y fácil.
En este entorno cada vez más complejo, la región necesita con urgencia consolidar o reducir sus déficits fiscales. Necesita desesperadamente restablecer la disciplina fiscal, ya que no hacerlo resultaría catastrófico para sus ciudadanos, especialmente para los pobres y vulnerables que son quienes más sufren la creciente inflación y las crisis económicas. Además, desalentaría inversiones productivas tanto extranjeras como nacionales, reduciendo aún más las ya bajas tasas de crecimiento de la región.
Los riesgos de aumentar la deuda e imprimir dinero
Si los países no consiguen reducir sus déficits fiscales, tendrán que financiarlos y solo hay dos formas de hacerlo: aumentando la deuda o imprimiendo dinero. Imprimir dinero para financiar déficits es, por supuesto, extremadamente arriesgado, sobre todo porque puede conducir a una inflación creciente y a expectativas de inflación desancladas, que luego son muy costosas de revertir. Al igual que lo es aumentar la deuda. Los niveles de deuda son históricamente altos. El promedio de la relación entre la deuda pública y el PIB aumentó del 58% en 2019 al 72% en 2022, muy por encima del promedio de las décadas anteriores. Con la subida de las tasas de interés a nivel mundial, el costo del financiamiento de la deuda no hará más que seguir aumentando. La suma de todos estos factores conduce potencialmente a una situación de insostenibilidad.
La región ya ha recorrido este camino antes, incluso durante gran parte del siglo XX. Las demandas de mayor gasto público, combinadas con la evasión de impuestos y problemas de recaudación de ingresos, redundaron en déficits fiscales recurrentes. Dichos déficits fueron financiados mediante deuda, cuando era posible el financiamiento externo; mediante represión financiera, cuando los gobiernos mantenían las tasas de interés internas artificialmente bajas; o mediante financiamiento monetario, cuando ya no se podía encontrar financiamiento externo ni interno. Los resultados de esta indisciplina fiscal fueron episodios inflacionarios e incluso hiperinflacionarios, así como una cantidad de crisis económicas y financieras. Los peores resultados se materializaron durante la llamada “Década Perdida” de los años 1980, un periodo de crisis de deuda recurrente y costosa.
Problemas estructurales y déficit fiscales
En esta dinámica intervienen muchos problemas estructurales. Como se describe en un excelente nuevo libro editado por Timothy Kehoe y Juan Pablo Nicolini, la volatilidad en el ámbito comercial, los shocks financieros externos, las deudas denominadas en moneda extranjera y sujetas a efectos de valoración por las fluctuaciones cambiarias, los pasivos contingentes —como la necesidad de cancelar deuda flotante o de recapitalizar bancos con fondos públicos— y otros factores, combinados con la debilidad institucional, dificultaron enormemente la eliminación de los déficits fiscales por parte de los gobiernos.
El libro de Kehoe y Nicolini presenta 11 estudios de caso que comprenden una detallada historia monetaria y fiscal de América Latina para el período 1960-2017. Estos estudios de caso proporcionan evidencia convincente de que el exceso crónico de gasto público sobre ingresos —es decir, los déficits fiscales persistentes— constituyó una trampa ineludible para la región durante décadas. Dichos estudios muestran, por un lado, la dificultad de la economía política de las reformas fiscales, y por el otro, cómo los incentivos políticos siempre empujan en la dirección de retrasar la consolidación, con los gobiernos tratando de ganar tiempo hasta que las crisis los obligan a actuar.
Pero eso no tiene que ser inevitable. En 2019, siete de los once países estudiados en su libro habían logrado reformas que los llevaron a mejorar los resultados de la política fiscal durante más de una década. Algunas de estas reformas implicaron la imposición de reglas fiscales que les permitieron ahorrar en épocas de bonanza. Otros países recurrieron a diversos cambios en las políticas fiscales y de gasto que mejoraron los resultados fiscales.
Reduciendo los déficits fiscales, al tiempo que se mantiene la inversión pública
Ha llegado el momento de aprovechar esas fortalezas. Llegó la hora de aplicar políticas de consolidación fiscal que ayuden a preservar los logros de las duras batallas por la disciplina fiscal. No obstante, resulta esencial, como se menciona en un blog anterior, que la reducción del déficit se haga de tal forma que se preserve, en la medida de lo posible, la inversión pública productiva a fin de aumentar la productividad del capital y del trabajo y de crear incentivos para la inversión privada. Esto puede evitar, por una parte, afectar negativamente el crecimiento y, por la otra, el empeoramiento de la ya elevada desigualdad de la región.
Contar con instituciones fiscales creíbles que garanticen la eficiencia, la equidad y la sostenibilidad sería un activo fundamental para la región. Las reformas para restablecer la disciplina fiscal deberían ocupar un lugar preponderante en las prioridades de los formuladores de políticas públicas. El trabajo que se haga ahora puede tener beneficios duraderos, pero esos beneficios empiezan a acumularse hoy. La región no puede permitirse repetir los errores del pasado.
Leave a Reply