En días recientes, el cambio climático ha regresado a la consciencia pública debido a un inquietante informe sobre la capa de hielo de Antártica Occidental, que se está derritiendo rápidamente. De acuerdo con el informe, la desintegración del masivo bloque de hielo, que es más grande que México, podría combinarse con otros deshielos y subir el nivel del mar cerca de dos metros para finales de siglo. Esto podría eventualmente amenazar a ciudades como Nueva York y Venecia. También podría desencadenar migraciones masivas.
Sin lugar a dudas, el cambio climático ya es una realidad. En los últimos dos años, las elevadas temperaturas y abrasadoras sequías en Colombia y Venezuela han matado a decenas de miles de animales silvestres y domésticos, desencadenado pérdidas de cosechas, y dejado a varios municipios sin agua potable ni irrigación. La sequía en los alrededores de Sao Pablo, la ciudad más grande de Brasil, ha reducido la producción hidroeléctrica y obstaculizado la producción industrial y agrícola. Al mismo tiempo que lluvias e inundaciones han golpeado grandes áreas de Centro América y el Caribe.
Pero, mientras se acumulan los efectos del cambio climático, muchas partes del mundo, incluyendo Latinoamérica y el Caribe, parecen no estar preparadas para la escala de los cambios que se avecinan. Esto no solo es cierto en cuanto a medidas de adaptación como construir rompeolas de protección contra los crecientes océanos, un mejor sistema de drenaje en caso de inundaciones, o una irrigación más eficiente para combatir las sequías. También es cierto cuando se trata de construir ciudades más inteligentes y sostenibles, con mejor vivienda y un transporte más eficiente para reducir las emisiones y recibir a los inmigrantes a medida que el cambio climático empeore.
Un estudio del BID, realizado por Omar O. Chisari y Sebastián Miller, se enfoca en lo que podemos esperar que ocurra en Latinoamérica. De acuerdo con el estudio, grandes números de personas se desplazarán hacia las grandes ciudades y empezarán a ganar mayores salarios. Consumirán más bienes, tendrán más electrodomésticos y usarán el transporte público cada vez más. Esto generará un incremento en las emisiones de carbono mucho mayor que cualquier aumento esperado del crecimiento económico. Esto forzará a los países, que apenas están desarrollando medidas de mitigación para cumplir con sus objetivos de reducción de emisiones, a imponer más impuestos al carbono que controlen las crecientes emisiones del sector industrial y otros sectores.
Entretanto, en el ámbito económico los salarios aumentarán para los inmigrantes en comparación con lo que devengaban en su lugar de origen. Pero caerán para todos los demás, incluyendo los pobres, a medida que la sobreoferta de trabajo surta efecto. El precio de los alquileres subirá, y la expansión urbana será más severa cuando los inmigrantes se trasladan a áreas disponibles en los alrededores de las ciudades, generando más tráfico y congestión.
Los servicios de salud y educación estarán cada vez más agobiados, y esto solo se deberá en parte a los flujos adicionales de población hacia las ciudades. Como lo demuestra otro estudio del BID, los desastres naturales pueden afectar a los bebés en el útero, lo que genera efectos a largo plazo de depresión, ansiedad y bajos niveles de educación, que incluso se pueden transmitir a la siguiente generación. Esto quiere decir que los sistemas de salud y de educación tendrán un doble desafío; deberán atender a una cantidad de personas cada vez mayor y además lidiar con una nueva población de personas traumatizadas por tormentas, inundaciones y sequías relacionadas con el cambio climático.
Por supuesto que la migración y sus traumas no es ninguna novedad en Latinoamérica. La migración desde Europa a mediados de los siglos XIX y XX transformó a los inmigrantes y a sus descendientes en sectores dominantes de la población en varios países. Luego, después de la Segunda Guerra Mundial, grandes desplazamientos de población desde el campo hacia las ciudades hicieron de Latinoamérica una de las regiones más urbanizadas del mundo. Pero se espera que el cambio climático acelere la urbanización, y que entre el 10 y el 15% de la población total migre desde las áreas rurales hacia las ciudades entre 2015 y 2050. Cuando las personas busquen lugares mejor preparados y menos vulnerables a la crisis climática, los traslados internos, como los que han ocurrido desde las áreas rurales de Brasil hacia Sao Pablo, aumentarán. También aumentarán los desplazamientos desde áreas urbanas y rurales de países pobres hacia grandes metrópolis en países más acaudalados. Por ejemplo, habrá más personas desplazándose desde los países vecinos hacia las grandes ciudades brasileras; desde Paraguay y Bolivia hacia Buenos Aires, y desde Centro América hacia Ciudad de México.
La cuestión no es cómo detener esa migración, sino cómo absorberla mejor. El BID ha presionado desde hace mucho tiempo para que se creen Ciudades Sostenibles. Y la iniciativa se torna crucial en el contexto del cambio climático. Latinoamérica, entre otras cosas, tendrá que construir mejores viviendas de interés social, que tengan mejor aislamiento para la eficiencia energética, y que estén situadas más centralmente, para que los largos desplazamientos no incrementen las emisiones de carbono. También tendrá que emplear un transporte más amigable con el medioambiente, como buses que funcionen con gas natural o metros ligeros que funcionen con energía eléctrica. Tendrá que mejorar la burocracia para los inmigrantes, de modo que estos puedan pagar impuestos, recibir seguridad social e integrarse a la sociedad. Y tendrá que mejorar los sistemas de salud y educación para que puedan absorber a personas de diferentes culturas y entornos. Si los impactos cada vez más severos del cambio climático son inevitables, también lo son la migración y la creciente urbanización. La única pregunta es si Latinoamérica estará a la altura del desafío.
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