México fue el primer país en desarrollo del mundo en comprometerse. El resto de los países de América Latina y el Caribe siguió su ejemplo. Después de evaluar los efectos del cambio climático en los niveles del mar, en los fenómenos climáticos extremos, en las malas cosechas y las enfermedades, en 2015 la región se sumó a la Cumbre del Clima de las Naciones Unidas realizada en París para comprometerse a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y establecer maneras de conseguirlo.
Actualmente, los gobiernos se enfrentan a la tarea de hacer realidad esos compromisos, conocidos en la jerga de Naciones Unidas como contribuciones determinadas a nivel nacional (NDC, por sus siglas en inglés), y la tarea es enorme. Los gobiernos necesitarán modelos sofisticados para determinar qué sectores de la economía constituirían el objetivo para reducir emisiones y qué tecnologías se deben utilizar para ello. Tendrán que evaluar cómo los cambios en un sector económico afectarán a otros. Y también definir los probables impactos macroeconómicos y en términos de bienestar. Todo eso requiere habilidades altamente especializadas.
En septiembre el BID lanzará una iniciativa para formar expertos locales en universidades y think tanks. La institución espera colaborar para que los expertos adapten los modelos existentes a la medida de la región, los implementen, y generen previsiones para el diálogo y la planificación.
Parte del desafío es asegurar que los expertos incorporen las compensaciones en los modelos. Por ejemplo, si se pone fin a los subsidios de los combustibles fósiles, necesarios para reducir las emisiones de dióxido de carbono, se podría perjudicar a la industria del petróleo y el gas, y a las industrias y a los consumidores que dependen del combustible barato. Los cambios en la producción ganadera, otra fuente importante de los gases de efecto invernadero, podrían tener un impacto en los agricultores y en los precios de los alimentos. Las restricciones contra la deforestación limitarían la capacidad de los ganaderos y agricultores para ensanchar la frontera agrícola.
Los modelos también deben abordar el problema de la trampa tecnológica, que tiene lugar cuando un país invierte en una solución tecnológica para alcanzar un objetivo de corto plazo, solo para descubrir que eso impide el logro de un objetivo de más largo plazo. Por ejemplo, cambiar las plantas a carbón por plantas a gas natural podría ser la manera más barata de reducir las emisiones a lo largo de una o dos décadas. Sin embargo, esas emisiones podrían perjudicar los avances hacia energías renovables más limpias, como la energía solar y la eólica, necesarias para alcanzar objetivos más ambiciosos en el futuro. La introducción de coches híbridos, con los correspondientes subsidios, recortaría las emisiones en el corto plazo. Sin embargo, desviaría dinero que se podría destinar a las energías más baratas del transporte colectivo, como los metros y los trenes ligeros, que lograrían mayores reducciones de las emisiones a lo largo de este siglo.
La mayoría de los modelos sofisticados más avanzados se crearon en América del Norte y Europa para las condiciones del mundo desarrollado. Ahora es necesario modificarlos para América Latina y el Caribe de modo de adaptarlos a las condiciones climáticas y geográficas locales, al contexto económico y de las políticas públicas, y a circunstancias cambiantes. ¿Cómo puede verse afectada por los cambiantes patrones pluviométricos una región que obtiene más de la mitad de su energía de fuentes hidroeléctricas? ¿Cuál podría ser el impacto de las nuevas tecnologías en las iniciativas orientadas hacia una energía más limpia? ¿Y cómo podrían alterar las opciones disponibles la caída del precio de las tecnologías existentes, como los paneles solares y las bombillas LED? Solo expertos bien capacitados podrán incorporar estos numerosos factores conocidos y desconocidos en modelos diseñados para las economías avanzadas y ajustarlos a medida que cambian las realidades.
América Latina y el Caribe será cada vez más vulnerable ante los fenómenos climáticos extremos, las inundaciones costeras, las reducciones de la producción de cultivos, la destrucción de los arrecifes de coral y la incidencia cada vez mayor de las enfermedades tropicales. Conseguir el modelo adecuado tendrá una importancia crucial si la región quiere evitar el problema de la trampa tecnológica, acertar en las demás compensaciones y mitigar algunos de los peores efectos del cambio climático.
Siempre habrá ganadores y perdedores en cualquier iniciativa orientada hacia un desarrollo más sostenible. Esa realidad será más asimilable si los perdedores se ven compensados en cierta medida por los ganadores. Será más fácil de aceptar si los pobres no salen indebidamente perjudicados y si las mejoras ambientales no sacrifican el desarrollo económico general.
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