Desde hace décadas, los investigadores sospechan que las inversiones en el desarrollo de la primera infancia resultan sumamente beneficiosas. Esto se debe a que si se les proporciona la estimulación intelectual y emocional adecuada a los niños en sus primeros años, podría abrirse un nuevo futuro. Puede que no sólo dé lugar a forjar adultos más inteligentes, más prósperos y más adaptados socialmente; sino que también podría generar más igualdad y productividad en la sociedad en su conjunto, si se destinan a los grupos de ingresos más bajos.
Si bien los gobiernos en América Latina y el Caribe empiezan a comprender este concepto, aun así, se enfrentan a decisiones difíciles. Con presupuestos limitados, deben decidir qué programas, a un costo razonable, impulsan mejor el progreso de los niños más pequeños. Y en este punto, la investigación todavía no es definitiva. Por cada partidario del prescolar, existe otro de la guardería, con innumerables variaciones dentro de esas categorías, y otras alternativas fuera de ellas.
Pero hay un tipo de programa, descrito en el informe del BID: Los Primeros Años, que sin duda ofrece esperanzas alentadoras. De hecho, es tan prometedor para el desarrollo del lenguaje y de las habilidades cognitivas en los niños más pequeños, que podría ser revolucionario si se implementara con éxito a gran escala.
Una versión del programa se implementó en Jamaica entre 1986 y 1989. Durante dos años, una hora por semana, trabajadores de la salud visitaron los hogares de alrededor de 65 niños desnutridos de entre 9 y 24 meses de edad de los barrios más pobres de Kingston. Basándose en el vínculo íntimo entre madre e hijo, les enseñaron a las madres cómo jugar con sus hijos en las formas más constructivas que fuesen posibles. Les explicaron cómo aprovechar los juguetes fabricados en casa y los libros de ilustraciones para estimular la mente de sus hijos y transmitir conceptos como el color, la forma, el tamaño y el número; y les mostraron también cómo divertirse con sus hijos al mismo tiempo que les enseñaban el idioma y otras habilidades para la vida.
Los resultados fueron sorprendentes. Hacia el final del programa de crianza, las puntuaciones de desarrollo cognitivo de los niños eran significativamente más altas que las de los niños de un grupo de control que no había recibido el entrenamiento adicional; una diferencia más o menos equivalente a la que existe entre un niño de cuatro años y medio, y uno de tres. Es más, los beneficios fueron duraderos. Veinte años más tarde, los niños que formaron parte del programa tenían niveles más altos de coeficiente intelectual y educación, y una mejor salud mental, que aquellos en el grupo de control. Incluso, ganaban más dinero, con ingresos 25% más elevados.
¿Podría ser una casualidad? ¿Pueden las visitas domiciliares de una vez por semana a una edad tan temprana tener de verdad efectos tan transformadores a lo largo de la vida de un individuo? Hasta la fecha, el estudio de Jamaica es el único que ha efectuado un seguimiento de los niños por 20 años. Pero ensayos parecidos que se realizaron en Ecuador, Jamaica, Colombia y Brasil produjeron asimismo resultados impresionantes en términos de beneficios inmediatos, con puntuaciones de desarrollo cognitivo en promedio, sólo un poco más bajas.
Nuevas modalidades del programa demuestran que se lo puede ofrecer a bajos costos. Por ejemplo, hubo madres que no recibieron las visitas domiciliarias en otros experimentos en Jamaica, Santa Lucía y Antigua, pero obtuvieron una instrucción comparable mediante videos y conversaciones con trabajadores comunitarios de la salud mientras esperaban con sus hijos las citas con el médico. Como se describe en otro estudio del BID, después de solamente cinco de estas instrucciones durante un período de 18 meses, los beneficios eran un tercio de los obtenidos en el experimento de Jamaica a finales de los años ochenta. Por US$14 anuales por niño, difícilmente podría haber habido una inversión mejor. Si los efectos a largo plazo de la notable experiencia jamaicana se sostuvieran en esta experiencia también, significaría que por cada dólar invertido, los niños conseguirían ingresos adicionales de US$20 (en dólares corrientes) a lo largo de toda su vida. Esto indicaría a su vez, que con este precio bajo podría cerrarse el 20% de la brecha de desarrollo cognitivo infantil entre los cuartiles inferiores y superiores de ingresos en América Latina y el Caribe.
Mahatma Gandhi dijo en una ocasión: “No hay escuela igual que un hogar decente y no hay maestro igual que un padre virtuoso”. Los programas de crianza se construyen en base a esta verdad básica. La gran mayoría de los padres quiere hacer lo mejor por sus hijos. Quiere verlos prósperos y felices. Sin embargo, muchos padres no saben cómo enseñarles a sus hijos, o piensan que la escuela, lo hará eventualmente. Quizás los programas dirigidos a los padres sean la solución mágica, al mostrarles a los padres cómo intervenir con creatividad cuando el cerebro de sus hijos es más influenciable, dúctil y fértil. Podrían ser el medio a través del cual el aprendizaje temprano contribuya a reducir la desigualdad e incrementar la productividad en toda la región. Sólo estudios más amplios e igualmente rigurosos a niveles nacionales determinarán con certeza si esto es posible. Con tanta evidencia prometedora, no hay nada que perder.
Leave a Reply