El trágico caso de Charlie Gard, un niño ciego y sordo, incapaz de respirar por sus propios medios y devastado por ataques epilépticos, captó la atención del mundo a lo largo de este mes. Sus padres británicos se aferraban desesperadamente a la ilusión de un tratamiento experimental en Estados Unidos. Sus médicos, los tribunales británicos y el Tribunal Europeo de Derechos Humanos sostenían que no había cura para su rara enfermedad genética y que prolongar su vida lo expondría a un sufrimiento innecesario. Fue la postura que prevaleció. El 27 de julio, el Tribunal Superior británico falló que Charlie debería ser internado en un establecimiento hospitalario y luego desconectado del sistema que lo mantenía vivo.
Los argumentos en conflicto en el caso serán debatidos durante mucho tiempo en el futuro. Sin embargo, todo se reduce a una pregunta básica: ¿quién es el que más sabe cuando se trata del bienestar del niño? ¿Acaso los padres, en virtud de su relación sanguínea, tienen un sexto sentido que les otorga una ventaja por encima de todas las otras partes interesadas? ¿O están mejor preparados los expertos médicos, legales y otros profesionales? La jurisprudencia moderna ha tomado la última posición. La Convención de las Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño, que data de 1989, sostiene que los niños tienen derechos inalienables, independientes de sus padres y es posible que se requiera una intervención pública para protegerlos.
Los especialistas en desarrollo infantil tienden a coincidir. Los padres no tienen necesariamente exclusividad en el mercado de crianza de los niños, e incluso con las mejores intenciones puede que ignoren las mejores prácticas para criar niños felices, sanos y productivos. Como sostenemos en nuestro informe insignia, de próxima publicación, Aprender mejor: Políticas públicas para el desarrollo de habilidades, puede que los padres necesiten formación para gestionar las dificultades de sus hijos en materia de conducta y de educación, y los gobiernos pueden desempeñar un rol clave.
América Latina y el Caribe se enfrenta a dificultades particulares en este sentido. Los castigos corporales están muy extendidos. A pesar de la evidencia de que estos pueden causar problemas de salud mental perdurables, como la agresividad y la depresión, la incidencia de abuso físico en niños de ocho países de la región se sitúa en torno al 30% – 40%. Los padres pueden actuar de manera inadecuada en otros sentidos. Pueden criticar, despreciar y humillar a sus hijos. Pueden maltratarlos verbalmente, cuando una disciplina más suave, combinada con la seguridad y con palabras de aliento, mejoraría de forma más adecuada la conducta sin dejar cicatrices.
Los gobiernos pueden marcar una diferencia crucial definiendo y apoyando programas que enseñen a los padres a manejar de manera más apropiada las difíciles interacciones con sus hijos. Para nuestro estudio se han analizado numerosos proyectos de este tipo, con énfasis en programas que han sido evaluados rigurosamente para ayudar en el desarrollo conductual y cognitivo. También hemos descubierto diversas experiencias que podemos recomendar.
Un programa exitoso, Positive Parenting (prácticas de crianza positivas), creado originalmente en Australia e implementado extensamente en Estados Unidos, ha demostrado reducir de forma significativa los casos documentados de abusos parentales y el maltrato infantil mediante una combinación de diversos elementos, desde breves consultas de 15 a 30 minutos hasta consultas más intensivas para los casos graves. De este programa, participa una amplia gama de especialistas que enseñan a los padres a destacar el refuerzo positivo por encima de la crítica negativa, y a neutralizar la frustración ante la mala conducta de los hijos antes de que acabe en arrebatos.
Otra iniciativa, el programa Early Head Start en Estados Unidos, financiado con fondos federales, incluye servicios integrales para familias de bajos ingresos con hijos de hasta 3 años. Esta iniciativa abarca todo, desde enseñar a los padres a jugar y a utilizar materiales didácticamente apropiados con sus hijos pequeños, hasta proporcionarles servicios de salud y de salud mental, tratamiento para el abuso de sustancias tóxicas, capacitación laboral, e incluso apoyo para los ingresos y la vivienda.
La regla de oro de los países en desarrollo ha sido desde hace tiempo el modelo de Jamaica, aunque el mismo se centra más en la estimulación cognitiva que en los temas conductuales. Este programa, que recurre a visitas domiciliarias, originalmente estaba dirigido a familias de niños muy pequeños desnutridos en Jamaica durante los años ochenta. Se enseñaba a los padres a utilizar juguetes fabricados en casa y libros con imágenes para que el aprendizaje de habilidades básicas del lenguaje y los números fuera divertido. Los resultados fueron asombrosos: 20 años más tarde los niños beneficiados mostraban una mayor inteligencia, mejor salud mental, una conducta menos violenta e ingresos más robustos que los niños del grupo de control.
Lo que todos estos programas comparten es un reconocimiento de que, a pesar de todo su amor, en muchos casos los padres carecen de las habilidades básicas para criar a los hijos. A menudo no están preparados desde el punto de vista educativo para hablar, jugar y relacionarse con sus hijos de maneras cognitivamente enriquecedoras; tampoco están emocionalmente capacitados para manejar problemas de conducta sin recurrir al abuso verbal y físico severo. Los gobiernos en América Latina y el Caribe tienen el deber de apoyar programas que puedan revertir estas deficiencias. Nuestro estudio, así como también el elemento que lo acompaña, el sitio web de SkillsBank, puede ser útil, y proporcionar una orientación sobre algunos de los mejores programas, con resultados de las evaluaciones y conclusiones cruciales en términos de costo-efectividad. Es importante señalar que los programas de crianza, según se ha constatado, no solo funcionan sino que además cuestan solo una fracción de lo que cuestan otras alternativas, como las guarderías.
Los padres del pequeño Charlie querían lo mejor para su hijo; es probable que todos los padres deseen lo mismo. Sin embargo, desear lo mejor y saber qué es lo mejor no siempre van de la mano. Afortunadamente, la mayoría no tiene que enfrentarse al dilema desgarrador de los padres de Charlie, si bien su accionar puede tener una enorme incidencia en el futuro de sus hijos. Las intervenciones correctas pueden ayudar a los padres a hacer lo correcto y de la mejor manera para ayudar a sus hijos a convertirse en ciudadanos socialmente integrados y productivos.
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