Por Julián Messina, Francisco H.G. Ferreira y Sergio Firpo
Brasil, que durante mucho tiempo fue uno de los países más desiguales del mundo, sorprendió a los expertos al registrar una enorme reducción de la desigualdad en el ingreso de los hogares en las últimas décadas. Entre 1995 y 2012, el coeficiente de Gini del país para ingresos de los hogares cayó siete puntos, desde 0,59 a 0,52. (Para comparar, todo el aumento de la desigualdad en Estados Unidos entre 1967 y 2011 ascendió a ocho puntos de Gini, según un análisis). La mayor parte de ese descenso fue impulsado por una dispersión decreciente en los ingresos laborales, y no por transferencias más grandes y mejor direccionadas, como Bolsa Familia y similares. Esos programas de transferencias tuvieron un rol, pero la mayor parte de la igualación provino de una caída de casi 20% en el coeficiente de Gini para ingresos laborales, desde 0,50 a 0,41.
Es más, la mayor parte de esta compresión salarial se produjo durante un período —la década del 2000— en el cual la economía brasileña estaba creciendo y su mercado laboral atravesaba un buen momento. Los salarios mínimos, medianos y medios aumentaron, el desempleo cayó, y el sector formal creció a expensas de la informalidad. ¿Qué explica este destacado desempeño? En una época de preocupación creciente por la desigualdad en aumento en la mayoría de los países ricos, ¿hay muchas lecciones que aprender de esta experiencia en una de las 10 mayores economías del mundo?
En un artículo reciente, reunimos a los sospechosos de siempre e intentamos llegar al fondo del misterio. ¿Qué podríamos decir sobre los principales factores adyacentes responsables de la compresión salarial de Brasil a comienzos del siglo XXI? El principal sospechoso —sobre el que se habían centrado varios artículos previos— fue la educación. Se había registrado un notorio aumento en la oferta de trabajadores calificados (en este contexto, los que terminaron la escuela secundaria o más) y la demanda de esas habilidades no había mantenido el ritmo. El resultado fue una caída de las primas por habilidades —según la historia oficial— que redujo la desigualdad salarial. Otro de los principales sospechosos fue el marcado aumento de los salarios mínimos, que se duplicaron en términos reales entre 1995 y 2012, llevando a una creciente suba cada vez más cerca de la mediana de la distribución salarial. Ver el Gráfico 1. Otros sospechosos incluyeron cambios en la composición sectorial del mercado laboral (posiblemente como consecuencia del auge de las materias primas y los cambios resultantes en la demanda de exportaciones brasileñas); cambios en la composición demográfica de la fuerza laboral (incluyendo una mayor participación femenina), y factores geográficos (como la continua urbanización).
Gráfico 1: Salario mínimo y distribución de ganancias
De forma similar a como sucede en una buena novela policial, nuestro análisis sugiere que los principales sospechosos no necesariamente son el culpable real. De hecho, se produjo un aumento sustancial en los niveles de escolarización de los trabajadores brasileños durante este período: la proporción de la población en edad laboral con al menos 10 años de escolarización se duplicó desde 25% a 50% entre 1995 y 2012. Y esto fue seguido de una caída en los retornos de la educación, como planteó la hipótesis. ¡Pero el efecto general de estas dinámicas educativas de hecho aumentó la desigualdad! La reducción de las primas por habilidades fue demasiado débil para compensar lo que a veces llamamos la “paradoja del progreso”: aumentos en los logros educativos —aún cuando su dispersión se reduce— podrían fomentar la desigualdad debido a la marcada convexidad del perfil de ganancias-educación. A medida que la distribución de la educación se desplaza hacia la derecha, aumenta la masa de densidad en el rango de años de escolarización con los mayores retornos. Eso contribuye a un aumento en los ingresos promedio, pero también a una creciente desigualdad salarial.
Una historia similar de efectos que se compensan mutuamente también se aplica al rol de los salarios mínimos. Durante los años de auge de 2003-2012, los salarios mínimos en aumento fueron sin dudas igualadores. Pero en el sub-período previo de 1995-2002, cuando la demanda laboral no crecía tan rápido, el crecimiento del salario mínimo fue acompañado por un menor cumplimiento, con un aumento en la cantidad de trabajadores que ganaban menos que el salario mínimo de seis puntos porcentuales completos de la fuerza laboral. Este “efecto de composición” terminó fortaleciendo la desigualdad, de forma tal que el efecto general de la política de salario mínimo de Brasil durante todo el período quedó anulado. Una lección posiblemente más general de esta experiencia es que la efectividad de las políticas de salario mínimo depende en gran medida del contexto: aún dentro del mismo país, su impacto sobre el empleo varía a lo largo del ciclo de negocios, y a su vez determina su efecto sobre la distribución salarial en total.
Entonces, ¿qué factores explicaron la mayor parte de la caída de la desigualdad en Brasil durante este período? Resulta que el principal cambio igualador fue una caída notoria de los retornos no sobre la educación sino sobre la experiencia. El Gráfico 2 muestra los dos perfiles. La caída de la remuneración en relación a la experiencia en el mercado laboral (potencial) representó 3-5 puntos de Gini de la reducción de la desigualdad, según la especificación. La importancia de los menores retornos sobre la experiencia para la dinámica de la desigualdad se confirmó en un estudio reciente sobre las experiencias de Argentina y Chile durante el mismo período, y recuerda la discusión sobre cambios técnicos sesgados por edad y experiencia en otros lugares.
Gráfico 2: Primas por educación y experiencia por año
El segundo mayor culpable —o más bien, héroe— de la historia fue una reducción combinada en las brechas salariales según género, raza, urbano-rural, y formal-informal. Estas brechas son estimadas de forma condicional para todas las características observadas, por supuesto, incluyendo el capital humano y los efectos institucionales del mercado laboral. Mientras no podemos atribuirlos de forma causal a cambios en la discriminación en el mercado laboral (por ejemplo, abarcando géneros y razas) o segmentación (entre sectores formales e informales, o áreas urbanas y rurales), los patrones observados sugieren que el “campo de juego” en el mercado laboral brasileño para trabajadores de niveles comparables de educación y experiencia observadas, trabajando en los mismos sectores, se estaba nivelando. Cuando estas brechas salariales condicionales decrecientes se toman en conjunto, representan aproximadamente la mitad de la caída de nueve puntos en el coeficiente de Gini para ingresos laborales.
Nuestros resultados plantean al menos tantas preguntas como las que responden. ¿Cuáles son las fuerzas económicas que impulsan la caída de los retornos sobre la experiencia en Brasil? ¿La menor brecha salarial formal-informal refleja un correspondiente estrechamiento de la brecha de productividad? ¿Las brechas salariales según género y raza continuarán cerrándose aún cuando el mercado laboral brasileño enfrenta problemas en medio de la actual recesión de dos años? Se necesita mucho trabajo más para echar luz sobre preguntas como estas, y por lo tanto para fortalecer nuestra comprensión de cómo algunos países logran reducir la desigualdad.
Autores Invitados: Francisco H. G. Ferreira es un Asesor Senior en el Grupo de Investigación sobre Desarrollo del Banco Mundial, donde supervisa los programas de investigación del Banco sobre pobreza, desigualdad y agricultura.
Sergio Firpo es profesor de la Cátedra Instituto Unibanco en Insper en San Pablo, Brasil. También ha dado clases en el departamento de Economía de la Universidad de British Columbia y de la Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro, entre otros cargos.
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