Por Arjun Chowdhury y Cesi Cruz
¿Qué tienen en común los países de América Latina y los estados fallidos como Siria y la República Democrática del Congo? Según la mayoría de mediciones objetivas, no mucho. Siria es el epítome del caos, sufre una guerra civil que ha matado a cientos de miles y ha desplazado u obligado a huir a varios millones. El conflicto étnico, religioso y político también se ha cobrado un gran número de vidas humanas en la República Democrática del Congo. En cambio, la mayoría de los países de América Latina disfrutan de tiempos de paz. En 2016, Colombia firmó un acuerdo con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) para poner fin al último conflicto civil de la región y, a pesar de unos cuantos conflictos políticos notorios, la región destaca por sus instituciones democráticas. Actualmente, como señalamos en un blog reciente, es la región más electoralmente competitiva y democrática en el mundo en vías de desarrollo.
Sin embargo, eso no significa que el futuro de la región esté garantizado. Si bien ha recorrido un largo camino desde las dictaduras militares de los años setenta y ochenta, hay muchos países que todavía sufren el azote de la corrupción y el clientelismo endémico. Además cuentan con burocracias y sistemas judiciales que no son suficientemente independientes y padecen la violencia provocada por el tráfico de drogas y la actividad de las bandas organizadas. A pesar del progreso, estas realidades convierten a la mayoría de los países de la región en estados débiles en lugar de estados sostenibles que funcionan adecuadamente, como el Reino Unido, Canadá o Alemania.
Los estados se pueden debilitar y fracasar
En este sentido, no están solos. Los estados débiles —aquellos que son incapaces de prestar servicios y monopolizar la violencia dentro de sus fronteras— en realidad son mucho más numerosos en todo el mundo que aquellos que monopolizan la violencia y tienen un sistema de prestación de servicios consistente. Además, los estados pueden debilitarse a lo largo del tiempo y fracasar. Esto puede ocurrir lentamente —como en el caso del declive del Estado zaireño a lo largo de tres décadas de desgobierno de Mobutu— o pasar de una estabilidad relativa a la guerra civil en cuestión de meses —como en el caso de la Libia de Gadafi. Por lo tanto, ¿cuáles son los factores que pueden constituir una amenaza potencial para la capacidad de los gobiernos de América Latina y hacerlos vulnerables al fracaso?
Para responder algunas de esas preguntas, consultamos la nueva Base de datos de instituciones políticas (Database of Political Institutions – DPI), alojada en el Banco Interamericano de Desarrollo. La DPI 2017 es un esfuerzo conjunto de Cesi Cruz, Phil Keefer y Carlos Scartascini, y contiene datos institucionales y electorales sobre 180 países entre 1975 y 2017. Las variables incluyen indicadores de mecanismos de control, estabilidad del gobierno, afiliación a los partidos e ideología, así como la composición del sistema legislativo.
Un factor clave se refiere a la democratización y se mide utilizando el número de partidos que compiten y obtienen escaños en el poder legislativo. Estudios anteriores han demostrado que los estados con menor nivel de competencia política son los más propensos a convertirse en estados fallidos. El valor máximo de 7, en cambio, corresponde a elecciones legislativas en las que múltiples partidos se presentan y obtienen escaños y donde el partido más votado obtiene menos del 75% de los escaños.
América Latina tiene una alta competitividad electoral
América Latina se acerca a este valor máximo. El alto nivel de competencia política es un punto fuerte de la región, que ha avanzado en términos de competitividad tanto en las elecciones legislativas como ejecutivas. En la mayoría de los países el dominio de los partidos únicos se ha convertido en una reliquia del pasado. De hecho, con elecciones donde participan múltiples partidos, la región se acerca considerablemente a ese nivel que, según las métricas de la DPI, la sitúa a la par con democracias sostenibles.
Otro indicador importante de la salud de las instituciones políticas es un indicador relativamente fácil de medir, a saber, la antigüedad promedio de los partidos políticos. Esto se basa en el principio de que la antigüedad del partido captura tanto la institucionalización de los partidos como su experiencia en el gobierno. En un estado donde todos los partidos son nuevos, en el mejor de los casos, todos los líderes potenciales carecen de experiencia. Los partidos nuevos también tienen más probabilidades de gastar dinero público para ganar las elecciones en lugar de tener en cuenta la importancia de la estabilidad a largo plazo y el desarrollo de las instituciones. En este plano, América Latina no tiene tan buenos resultados. Sólo se sitúa detrás del sudeste asiático entre las regiones en vías de desarrollo en cuanto a edad promedio de los partidos políticos que tienen menos de 40 años. Aun así todavía presenta un rezago considerable en relación con aquellos países que se consideran sostenibles y cuyos partidos tienen una edad promedio de entre 65 y 80 años.
El riesgo de los partidos sin ideología en América Latina
Por último, está la existencia de la ideología de los partidos, o lo que habitualmente se denomina partidos programáticos. Éste es el plano en que América Latina se muestra más débil. Lo importante no es tanto si los partidos son de izquierda o de derecha. Se trata más bien de si tienen algún tipo de plataforma de política económica definida; de si pueden forjar consensos y cumplir sus promesas, mejorando la rendición de cuentas ante los votantes. Desafortunadamente, al menos desde finales de los años noventa se ha observado un crecimiento de los partidos no programáticos en los órganos legislativos de la región. Estos partidos están a menudo vinculados a líderes populistas y carismáticos, más propensos a utilizar las dádivas a cargo del Estado que las ideas para ganar las elecciones. Su crecimiento es una fuente de inestabilidad potencial.
Sin embargo, la realidad es que hay muy pocos estados que son o sostenibles o frágiles en América Latina. Como señala un libro reciente, la gran mayoría se sitúa en categorías intermedias. La DPI nos permite mirar más de cerca y saber cuáles son los factores institucionales que hacen a la región más vulnerable y qué estados son más débiles que otros. La conclusión es que si bien las democracias de América Latina son más robustas que la mayoría de las democracias en el mundo en vías de desarrollo, en muchos sentidos todavía hay una gran diversidad entre ellas y un largo camino que recorrer para que la región en su conjunto alcance la estabilidad institucional de las democracias maduras, como en Canadá o Europa Occidental.
*Autores invitados: Arjun Chowdhury es Profesor Asociado de Ciencias Políticas en la Universidad de British Columbia. Su libro, The Myth of International Order: Why Weak States Persist and Alternatives to the State Fade Away (El mito del orden internacional: por qué persisten los estados débiles y alternativas al eclipse de los Estados), acaba de ser publicado por Oxford University Press.
Cesi Cruz es Profesora Asistente en el Departamento de Ciencias Políticas del Vancouver School of Economics de la Universidad de British Columbia y enseña en el UBC’s School of Public Policy and Global Affairs. Es una colaboradora clave del BID en Database of Political Institutions.
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