Por décadas, el análisis sobre los partidos políticos en todo el mundo se concentró en la posición de los mismos respecto de la función del estado vs. los mercados en la economía; la conveniencia de incrementar o reducir los impuestos, y las ventajas o desventajas de un mayor gasto social. En otras palabras, la mayoría del trabajo analítico se concentró en evaluar la posición de los partidos en el espectro ideológico que va derecha a izquierda.
Sin embargo, un análisis más reciente sugiere que aunque la ideología partidista es importante, no siempre lo es por las razones que suponemos. En cuanto a los resultados para el desarrollo, lo que importa no es tanto el tipo de ideología partidista que se profese — izquierda, centro, derecha —, sino más bien si el partido tiene un programa de políticas claro. Los partidos que los tienen se llaman partidos “programáticos”, y si tienen la capacidad de forjar consensos, perdurar y cumplir sus promesas, entonces hacen mejorar la rendición de cuentas ante los votantes y la capacidad del gobierno. De hecho, según investigaciones del BID, la existencia de partidos programáticos, junto con un poder judicial independiente, una administración pública autónoma y una serie de otras características, presenta una alta correlación con los avances a largo plazo en productividad, políticas tributarias con menos distorsiones e infraestructura de mejor calidad.
Además, puede ser vital para las iniciativas de reforma. En un reciente estudio, Cesi Cruz y Philip Keefer analizan el rendimiento de 511 préstamos del Banco Mundial destinados a la reforma de la administración pública en 109 países. Se examina el éxito ‒o fracaso‒ de las reformas a través de la evaluación del Grupo Independiente de Evaluación del BM. Y se emplea la Base de Datos de Instituciones Políticas (DPI), que actualmente se encuentra en el BID e incluye numerosas variables que permiten identificar los partidos programáticos.
El estudio presenta algunas conclusiones desalentadoras. En países donde no hay partidos programáticos, la probabilidad de que una reforma prospere es de apenas 20%. En aquéllos donde los tres partidos principales de una coalición oficial y el partido más importante de oposición son todos programáticos, la cifra sube a 59%; una diferencia de casi 30 puntos porcentuales.
¿Por qué tal diferencia? En primer lugar, pensemos en el hermano menos responsable pero a menudo cautivador del partido programático en la familia política: el “clientelista”. El partido programático se puede considerar el más estudioso de los dos: prepara un programa, crea consensos de apoyo y lo presenta a los votantes para ser aceptado o rechazado en las elecciones. Por contraste, el partido clientelista funciona con la retórica y el carisma de su líder. Premia a sus partidarios con empleos en la administración pública y con proyectos de obras públicas. Puede incluso llegar a la compra de votos, el fraude electoral y la violencia.
Eso es decisivo cuando se trata de mejorar la administración pública. Un partido clientelista tiene poco interés en facilitar cambios que pueden introducir el mérito como factor del empleo en el sector público. Una meritocracia le puede quitar la flexibilidad de repartir puestos de trabajo. Pero un partido programático debe demostrar a los votantes que puede cumplir las promesas de campaña, si desea mantenerse en el poder cuando vengan las próximas elecciones. Para eso necesita una administración pública dotada de un personal calificado y que funcione eficientemente. Pero además necesita instituciones capaces de supervisar el manejo del presupuesto por parte del poder ejecutivo, de manera que el gasto beneficie a todo el país.
Lamentablemente, en las democracias jóvenes, entre ellas muchas del mundo en desarrollo, tiende a haber partidos clientelistas que toman la vía más fácil del mecenazgo y la compra de votos, en vez de la más difícil de fortalecimiento institucional. Claro que varios países latinoamericanos mantienen una sólida tradición de partidos programáticos. Pero su número se está reduciendo, tanto en la región como en todo el mundo, y las causas no están del todo claras. Como se puede ver en un reciente blog, el fenómeno puede deberse en América Latina al desencanto con las reformas introducidas por los partidos de derecha a comienzos de los años 90. Esas reformas no consiguieron resolver los problemas de empleo y desigualdad. En muchos países miembros de la OCDE, esto también parece estar vinculado con el surgimiento de partidos anti-inmigrantes y nacionalistas. Y algunos analistas apuntan a la influencia mundial de los medios de comunicación y su obsesión con la personalidad de los líderes, incluso su vida privada, en vez de fijarse en programas más importantes. El ciclo electoral actual de Estados Unidos a muchos les parece un caso clásico. Independientemente de la causa y dada la importancia de los partidos programáticos para la consecución de resultados positivos en cuanto a capacidad de gobierno, orientación pública y desarrollo, solo queda esperar que la tendencia se pueda detener y revertir.
*Autora invitada: Cesi Cruz es profesora asistente del Departamento de Ciencias Políticas y del Instituto de Investigaciones en Asia (IAR) de la Universidad de la Columbia Británica (UBC), y enseña en la Maestría en Políticas Públicas de la UBC.
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