Conversamos con Diana Trujillo, ingeniera aeroespacial colombiana que trabaja en la NASA. En febrero de 2024 asumió como la directora de vuelo número 108 de la historia de la agencia aeronáutica y se está preparando para las misiones lunares del programa Artemis. Trujillo fue también jefa de misión para Perseverance, el explorador de la agencia espacial estadounidense en Marte.
En esta entrevista, hablamos sobre su trabajo, formación y trayectoria. Un camino que parece ir de lo más pequeño a lo más infinito y un reflejo de la importancia de la actitud y el carácter para transformar los desafíos en oportunidades.
¿Qué es lo que más te gusta de tu trabajo?
El hecho de que todos los días hay una cosa nueva que tengo que pensar y aprender. El robot de pronto hace algo que no me había dado cuenta que podía hacer. Entonces, tengo que hablar con gente, aprender más sobre cómo podría funcionar y entender lo que a nadie se le había ocurrido. Así que, cada día viene cargado de creatividad, con nuevas ideas y formas de usar lo que ya sé. ¡Lo predecible y lo impredecible, todo combinado en un solo día!
En un entorno tan complejo como en el que trabajas y cuando tienes que enfrentar momentos en los que sientes que si algo falla podría haber vidas y años de trabajo de mucha gente en juego ¿qué habilidades son las que más utilizas?
Es una combinación de muchas cosas. Primero, me voy a lo más básico: soy colombiana. Haber nacido en un país como Colombia, con niveles de bajos recursos cuando lo comparas con Estados Unidos, hace que uno a veces piense un poquito distinto. Uno crece acostumbrado a mirar a todas partes (cuando caminas en la calle, por ejemplo) y a procesar mucha información al mismo tiempo. A eso súmale, desafortunadamente, la escasez de trabajo y el hecho de que hay que peleárselas bastante y pensar constantemente “no me voy a dar por vencido”.
Esas dos cosas tan básicas son perfectas para mi trabajo. Me desenvuelvo ante situaciones donde tengo 15 personas que me están hablando a la vez; y tengo que escuchar lo que me están diciendo e imaginármelo y entender todo para poder decir: “¡Oh! ¡Ahí está! Eso es lo que es diferente y relevante”.
Esa resistencia para no darme por vencida en una situación de escasez desencadena dos cosas en mi vida que me han ayudado mucho. Una es creatividad: pensar de una forma diferente: ¿cómo lo hago? ¿Dónde esta esto? ¿Dónde esta lo otro? ¡Solo hazlo!”. Y la otra es: “está muy difícil, pero eso no significa que me voy a rendir”. Son la parte automática de mi cabeza -la que funciona con el piloto automático-. Después está la base de conocimiento que me dan los estudios de ingeniería.
Cada día, dependiendo de la reunión en la que esté, me siento como si tuviera un rol distinto. Primero soy un doctor: tengo un enfermo (el robot), tengo que ayudarle y tengo 15 minutos para encontrar la solución y que me autoricen. Luego me convierto en un abogado porque tengo que convencer a mi jefe de lo que tenemos que hacer y tengo que argumentarlo muy bien. Y todo en 15 minutos. Lo fundamental en esos momentos es la confianza en lo que sé. En NASA nos entrenan para resolver problemas y lo fundamental es acordarte de que sabes lo que haces y estar seguro de que vas a tomar la mejor decisión posible.
Cuando te escucho lidiar con este tipo de situaciones, pienso en la vida de tantos niños y jóvenes vulnerables en América Latina. La realidad que tu describes es esa realidad que ellos están viviendo en su entorno: problemas de desnutrición; maltrato familiar; desempleo; acceso desigual a los servicios de salud y educación. Muchos de ellos tienen una vida tan compleja y que genera tanto estrés…
Cien por ciento. Uno a veces no se da cuenta. En Colombia, por ejemplo, está el niño o la niña en el semáforo vendiendo maní. Si lo piensas, esos niños tienen un manejo de las matemáticas increíble. En muy poco tiempo gestionan todo lo que les pides, te hacen la cuenta, te dan las vueltas y todo esto en lo que dura un semáforo. Pero no hacemos la conexión entre las habilidades que tienen y lo que pueden llegar a hacer eventualmente con esa habilidad si se les diera la oportunidad.
¡Exacto! Las limitaciones que tenemos, a través de los sistemas educativos y de formación tradicionales, de reconocer y visibilizar esas habilidades que los niños desarrollan en entornos tan complejos, pero que luego no pueden monetizar en el mercado laboral porque nadie les ayuda a traducir esas habilidades en algo intercambiable por un buen trabajo. En tu caso, curiosidad y perseverancia no sólo son los nombres de las dos misiones en las que has trabajado en la NASA, sino que son rasgos de carácter y habilidades esenciales. ¿Qué papel desempeñan en la trayectoria que has tenido tú a lo largo de la vida?
¡Mucho! Para darte un poco de contexto, llegué a Estados Unidos con 300 dólares. No tenía con quien vivir, no sabía inglés y empecé de empleada doméstica, viniendo de una situación personal difícil en mi país. Cualquier persona que me hubiese visto hubiera dicho: “¿Qué dices? Tú nunca vas a trabajar en la NASA…”
La curiosidad y la perseverancia fueron dos cosas que me ayudaron. La curiosidad para darme cuenta de que hay cosas que no entiendo y gracias a mi curiosidad intento comprender y descubrir qué hay allí afuera que me puede ayudar. Me agarro de la vida para no darme por vencida. Y perseverancia porque si no lo encuentro a la primera, miro por dónde me meto.
Los problemas me suceden solo una vez porque cuando me pasan, me devuelvo y lo desbarato todo hasta que sé exactamente qué fue lo que sucedió. Y eso mismo no me pasa de nuevo. Me pasará otra cosa, pero aprendo de la otra. Es preciso darse cuenta de que fracasar no es malo.
Leía en un artículo la diferencia, en términos de actitud, entre la cultura de Oriente y de Occidente. Por ejemplo, nosotros le deseamos a la gente “buena suerte” cuando tiene que hacer un examen o se enfrenta a dificultades. En Japón se desean Ganbatte que significa “esfuérzate al máximo, hazlo lo mejor que puedas”. ¿Cuál entonces es la parte de esfuerzo y cuál es la parte de suerte que has tenido?
Yo soy ‘prendido o apagado’. Todo o nada. Nunca en la mitad. Así que, cuando tú dices ganbatte, con todo tu esfuerzo, esa soy yo. Yo no creo en la suerte. Pienso que las cosas pasan porque uno les pone empeño y, porque cuando das lo mejor de ti, otras personas también lo valoran y te extienden la mano para ayudarte.
¿Crees que la educación que recibiste te preparó para lo que eres y para lo que haces hoy?
Sí, absolutamente. Y para ser bien específica, no es solamente la educación de los libros. Pienso en la educación de la vida, con mi familia, con las situaciones que pasaron y la universidad que fueron las que me prepararon para lo que estoy haciendo hoy. Aprender a darte cuenta de que lo que tú eres (así “en crudo”), más lo que aprendes en el colegio o en la universidad es la combinación perfecta. No pueden ir por separado, ni olvidarte nunca de quién eres y de dónde vienes. Al contrario: eres la persona que el mundo hizo combinada con la educación que recibiste.
¿Qué te hubiese gustado aprender en la escuela que no aprendiste?
Difícil para mí contestarte porque cada vez que quiero hacer algo me “devuelvo a la universidad”. Mientras seguimos con la misión, estoy haciendo varias cosas, incluyendo el primer programa en español de llegada a Marte. Tengo una pizarra en la que escribo qué cosas nuevas quiero aprender a hacer: bailar, japonés, ser mejor escribiendo. Así que, cada vez que tengo un ratico, tomo una clase y aprendo algo nuevo.
¿Y cómo haces para equilibrar tu vida familiar y personal con tu vida profesional en la Nasa y tus expectativas como mujer talentosa?
Son varias cosas. Primero, tengo la bendición de tener a mi mamá que me ayuda mucho con los niños (uno de cinco y otro de tres años). Segundo: antes de casarnos, mi marido y yo tuvimos una conversación de cómo era yo… quedó claro (risas). Tercero: tienes que dar todo o nada. Tengo todo el día perfectamente organizado. Cuando estoy con los niños, estoy solo con los niños y dejo el celular apagado. Y la cuarta te la traduzco con un ejemplo. En las instrucciones de emergencia del avión el video te dice: “ponte tú la mascarilla primero y después se la pones al niño.” Eso me recuerda que sólo si yo estoy bien, podré ayudar a los niños. Tengo que darme cuenta de cuáles son las cosas que me hacen sentir bien a mí para poder darles a ellos lo mejor. Mi esposo también trabaja en la NASA y a veces hemos tenido lanzamientos los dos en la misma semana y los niños saben perfectamente lo que hacemos y se sienten muy bien con ello.
¿Qué es más fácil, llegar a Marte o conseguir una sociedad más equitativa?
Yo creo que una depende de la otra y te lo voy a argumentar de siguiente manera: si nosotros descubrimos que en algún momento hubo vida en la superficie de Marte, y que se destruyó, vamos a tener que hacernos muchas preguntas. Marte se parece a la Tierra, nos vamos a dar cuenta que no somos la única especie inteligente en el universo, y vamos a tener que considerar seriamente ¿qué pasó y qué vamos a cambiar aquí para que eso no pase? En ese momento vamos a tener un ejemplo bien concreto. Y la respuesta seguramente pasará por cómo conseguir una sociedad más justa y equilibrada entre nosotros y el entorno para evitar acabar como Marte.
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¿Conoces otra persona de América Latina y el Caribe que sea un ejemplo a seguir por su perseverancia? Cuéntanos quién es en la sección de comentarios
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