El mundo se enfrenta a una crisis sanitaria sin precedentes provocada por enfermedades infectocontagiosas. Según datos aportados por la Organización Mundial de la Salud (OMS), se estima que el 60% del total de las enfermedades infecciosas registradas en humanos son de origen animal (zoonóticas), y que representan un 75% de las nuevas o emergentes.
Entre los ejemplos más conocidos de enfermedades zoonóticas que afectan a la población humana, se destacan la gripe aviar, la rabia o la brucelosis, que siguen representando un altísimo riesgo para la salud pública. Otras enfermedades de transmisión esencialmente de persona a persona, cuyos reservorios son animales y pueden causar graves crisis sanitarias, son el virus del ébola y, dentro de la familia coronavirus, el síndrome respiratorio agudo severo (SARS) detectado en 2003, el síndrome respiratorio del medio oriente (MERS) detectado en 2012 y la pandemia actual del Covid-19 causada por el nuevo coronavirus (SARS-CoV-2). A pesar de que el mecanismo de introducción del Covid-19 no se ha identificado aún, desde la Organización Mundial de Sanidad Animal (OIE) indican que “en algún momento” se produjo una interacción que permitió la transmisión del patógeno entre diferentes especies.
Factores ambientales y transmisión de enfermedades
En este sentido, existe una relación directa entre la transferencia de agentes patógenos de animales silvestres a seres humanos y factores medioambientales, como la pérdida de biodiversidad, el crecimiento exponencial de la población humana, el comercio de animales silvestres, la introducción de especies invasoras, las prácticas agrícolas intensivas o la deforestación. Aunque estos procesos son aún desconocidos, no cabe duda de que la degradación de los hábitats naturales representa una amenaza directa para muchas especies, aunque aún no esté claro cómo estas alteraciones afectan a la transmisión y la susceptibilidad de la enfermedad.
Sirva como ejemplo ilustrador la aparición, a finales de los años 90, de una nueva enfermedad infecciosa emergente y zoonótica en los cerdos domésticos de Malasia y Singapur, el virus de Nipah. Este virus tiene como reservorio natural a los murciélagos frugívoros, también conocidos como “zorros voladores”. Los programas de deforestación masiva en la región, la ubicación de granjas porcinas y el cultivo de árboles frutales en las inmediaciones de dichas granjas provocaron la tormenta perfecta. Los murciélagos del bosque tropical cambiaron de hábitat por la deforestación y comenzaron a acercarse a los árboles frutales colindantes a las granjas, por lo que expusieron a los cerdos domésticos a su orina y materia fecal contagiosa. A su vez, la transmisión a los humanos fue a consecuencia del contacto directo con las excreciones y secreciones de los cerdos infectados.

Impacto económico de zoonosis
En 2016, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, (PNUMA) publicó su Informe de Fronteras sobre cuestiones emergentes de preocupación medioambiental. En él se refleja que, en las últimas dos décadas, las enfermedades zoonóticas han ocasionado costos directos de más de 100 billones de dólares y que las pérdidas habrían sido de varios trillones si estos brotes se hubieran convertido en pandemias humanas. Estos efectos serían menores si, en los proyectos de desarrollo, se hubieran aplicado salvaguardias y realizado análisis socioambientales, teniendo en cuenta el efecto que tienen los impactos acumulativos en los recursos naturales y en la biodiversidad, y no solo el efecto de cada proyecto de forma individual.
En el caso del Covid-19, los gobiernos han actuado de forma urgente, estableciendo medidas de contención para evitar la propagación del virus. La urgencia de las medidas no exime del respeto al medio ambiente, de forma que se vele por la seguridad alimentaria y la idiosincrasia de cada comunidad. La legislación ambiental y social y las políticas de salvaguardias pueden servir de guía a los gobiernos sobre cómo asegurar la protección del medio ambiente y de la sociedad en estos tiempos difíciles.
Por tanto, se hace imprescindible la prevención, control y vigilancia en origen como solución más económica y eficaz para la protección de la salud pública y para evitar que dichos patógenos colonicen nuevos territorios y evolucionen bajo nuevas formas. El primer paso para reducir los riesgos de estas enfermedades es comprenderlas. Para ello se requiere recopilar los datos relevantes y compartir la información de expertos en todas las disciplinas y sectores involucrados en ese problema de salud.
Una sola salud
Actualmente, se cuenta con una estrategia mundial establecida dentro del marco “One Health, Una Sola Salud”, un concepto introducido en el año 2000, que implica un cambio de paradigma y determina que la salud humana y la sanidad animal son interdependientes y están vinculadas a sus ecosistemas.

El concepto tiene un enfoque intersectorial y multidisciplinar que ayuda a comprender cómo los animales, los seres humanos y el medio ambiente interactúan, y cómo las interacciones afectan a la aparición de enfermedades infecciosas. ‘’One Health’’ se ha reconocido como una de las principales estrategias de control y prevención de enfermedades por las principales organizaciones gubernamentales y no gubernamentales de salud y desarrollo a nivel mundial.
¿Por dónde empezamos?
Actualmente, los avances tecnológicos llevan asociados gran cantidad de datos que aportan información clave para la evaluación y mitigación de los riesgos ambientales y sociales. El análisis de un riesgo depende de factores como la información disponible, la rapidez con la que se requiere la evaluación y la complejidad de las cuestiones a evaluar. Analizar estos datos puede arrojar luz sobre el comportamiento humano en determinada situación y, por tanto, también del comportamiento de los agentes infecciosos: vías de contagio más comunes, velocidad de proliferación, población más vulnerable o hábitos culturales que abren puertas al contagio. Además, la aplicación de las salvaguardias ambientales y sociales añade otra capa de protección para evitar que los daños sean permanentes, asegurando la protección de la salud ecosistémica, humana y animal.
Empleando fuentes de datos a tiempo real, como pueden ser las redes sociales, combinadas con otras fuentes de información ambiental y social, como datos históricos o rastreo satelital, se pueden proporcionar mapas de calor o dinámicos de riesgos de enfermedades infecciosas donde poder establecer la alerta tempana y analizar la situación según su localización. Los científicos cuentan con herramientas para investigar más a fondo la posible relación entre estos factores. Esta investigación será imprescindible para ayudar a predecir y prevenir brotes que puedan afectar la fauna salvaje y doméstica, así como a los humanos en todo el mundo.
Lamentablemente, el conocimiento que tenemos de la distribución global de la gran mayoría de las enfermedades infecciosas es extremadamente pobre. Esta ignorancia geográfica frustra una variedad de estudios clínicos, epidemiológicos y de salud pública. Si bien trabajar en la epidemiología espacial ya era necesario antes, se acentúa en el contexto reinante del Covid-19.
Crédito foto murciélagos: Flicker
Un buen artículo escrito por especialistas en distintas materias para abordar un tema tan actual como básico: la salud del hombre y de su hábitat.
Magnifico artículo en el que se nos expone la importancia de la inter-relación entre el hombre y el planeta.
Un articulo muy interesante que nos hace reflexionar. Enhorabuena equipo!
Asusta la incapacidad manifiesta de los dirigentes políticos para actuar a tiempo y evitar crisis de tan gran calado.
Por favor insistid y divulgar.