De acuerdo con el Banco Mundial, la Economía Azul se refiere al “uso sostenible de los recursos oceánicos para fomentar el crecimiento económico y mejorar los medios de vida y el empleo, al mismo tiempo que se preserva la salud del ecosistema oceánico”. Por su parte, la Comisión Europea conceptualiza la Economía Azul como “todas las industrias y los sectores relacionados con los océanos, mares y costas, ya sea que estén basados en el medio ambiente marino o terrestre”. Si bien estas definiciones convergen en el eje de océanos, mares y costas, existe una perspectiva en ascenso que sugiere que estas interpretaciones podrían ser limitadas, pues para que la Economía Azul sea verdaderamente holística, coherente y funcional, debe extenderse también a las cuencas hidrográficas y zonas costeras (Pauli, 2010).
Desde una óptica hidro-ecológica, los ríos, estuarios y las respectivas cuencas que los delimitan, se erigen como pilares esenciales del ciclo hidrológico, desempeñando un papel cardinal en la preservación de ecosistemas terrestres, fluviales y marinos (Newson, 1992). Los ríos, junto con sus cuencas, operan como arterias biológicas, facilitando la dinámica de transporte de nutrientes, sedimentos y agua dulce hacia las vastedades oceánicas (Vörösmarty et al., 2015). Si bien las contribuciones de una cuenca hidrográfica o litoral podrían percibirse como tangenciales para la inmensidad oceánica, la agregación de cientos o incluso miles de éstas, distribuidas a lo largo de los contornos costeros, conlleva un impacto significativo en el aporte de nutrientes, sedimentos y contaminantes en el mar. Esta dinámica introduce fluctuaciones palpables en la termoclina y haloclina marítimas. De esta manera, la salvaguarda de los ríos, estuarios y sus cuencas se traduce en un beneficio tangible para la vitalidad de los ecosistemas oceánicos, dada su conexión intrínseca a través de las corrientes acuáticas (Naiman et al., 2002).
Adicionalmente, diversas actividades antropogénicas, incluyendo, pero no limitadas a la agricultura, la pesca, la generación de energía hidroeléctrica y el transporte fluvial que tienen lugar en estas regiones continentales, inciden de manera determinante tanto en el ámbito económico como en el equilibrio ambiental de este intrincado sistema hidroecológico (Palmer et al., 2008). Sin embargo, la conceptualización contemporánea de la Economía Azul, predominantemente centrada en costas, mares y océanos, parece obviar la sinergia inherente de estos vitales sistemas de aguas interiores. Esta omisión resulta incongruente, particularmente cuando se considera la interdependencia y la integridad ecológica que caracteriza a los sistemas acuáticos globales (Vörösmarty et al., 2010).
Desde una perspectiva hidroecológica, los ríos y las cuencas se erigen como nexos cruciales entre la geografía terrestre y el dominio marino. En este contexto, cualquier modificación o incidencia en sus áreas de influencia, ya sea aguas arriba o abajo, posee la capacidad de reverberar en los sistemas marítimos y litorales (Schelle & Pittock, 2015; Liu et al, 2020). Por ejemplo, el estudio de Barrera-Crespo et al. (2019) arroja luz sobre una situación particularmente ilustrativa en el Golfo de Guayaquil en Ecuador, donde la contribución sedimentaria -derivada de la deforestación de manglares inducida por el florecimiento de la industria camaronera en la década de 1990-, evidencia impactos analógicos en tanto la ciudad de Guayaquil como en el golfo mismo, comparables a aquellos originados en la cuenca alta. En contexto simultáneo, contaminantes emergentes como los microplásticos (polietileno, polipropileno, entre otros) son contribuyentes importantes a la degradación de los océanos desde las cuencas hidrográficas y entornos estuarino-costeros, particularmente desde los centros urbanos, donde América Latina, por ejemplo, tiene aún un campo o conocimiento incipiente sobre tal amenaza (Kutralam-Muniasamy et al, 2020), a diferencia de países del primer mundo, como el Reino Unido (Miller et al, 2021) donde ya se ha demostrado que las mayores concentraciones de microcontaminantes en los estuarios británicos se encuentran cerca de plantas de tratamiento de aguas residuales. Una manifestación adicional de la influencia de sistemas fluviales sobre escenarios marino-costeros es la proliferación de sargazo en el Caribe. Si bien este fenómeno se atribuye a múltiples causas, el aporte de nutrientes y contaminantes en el río Amazonas, producto de intervenciones antropogénicas como la agricultura y la urbanización, juega un papel preponderante. Concretamente, sus aguas ricas en nitrógeno y fósforo desembocan en el Atlántico, estableciendo así un caldo de cultivo propicio para el surgimiento exacerbado del sargazo en litorales caribeños (Wang et al., 2019; Johns et al., 2020).
Se puede entonces concluir que la omisión de los sistemas fluviales y costeros al conceptualizar y ejecutar estrategias vinculadas a la Economía Azul puede inadvertidamente favorecer prácticas que no sean sostenibles, dada la inherente interrelación existente entre los cuerpos acuáticos (Postel & Richter, 2012). Esto se vuelve aún más relevante ya que el estado del arte en la academia reconoce el potencial de establecer vínculos entre los conceptos de economía azul y economía circular, aprovechando el posicionamiento de este último para los tomadores de decisión preocupados en la sustentabilidad del crecimiento económico global (Martínez-Vásquez, 2021). Es evidente que, para que dicha simbiosis sea efectivamente funcional, es imperativo reconocer la naturaleza cíclica del ciclo hidrológico, lo cual exige una inclusión holística de las fuentes terrestres de nutrientes y contaminantes que inciden en los ecosistemas marinos. Por lo tanto, el concepto de Economía Azul debería incluir una perspectiva holística que integre los ríos, estuarios y cuencas.
En síntesis, integrar el papel crucial de ríos y cuencas fluviales en la definición de la Economía Azul no sólo profundiza su coherencia conceptual, sino que la dota de una funcionalidad holística. Al reconocer la intrincada red de interconexiones que caracteriza a los sistemas hídricos globales, se propician prácticas de gestión sostenibles y multisectoriales, incentivando simultáneamente la colaboración y la vanguardia (Golden et al., 2017).
Por todo lo anterior, es fundamental considerar una definición más completa de Economía Azul:
“La Economía Azul es un marco económico sostenible que integra el uso de los recursos oceánicos, costeros y las cuencas hidrográficas. Su objetivo ulterior es el crecimiento económico para la mejora de los medios de vida y la creación de empleo, garantizando al mismo tiempo la salud de todos los ecosistemas acuáticos continentales y oceánicos interconectados. Este enfoque promueve la cooperación intersectorial, la conservación ecológica y fomenta la innovación, orientándonos hacia un futuro más sostenible”.
Esta redefinición propuesta para la Economía Azul, por su naturaleza exhaustiva y epistemológicamente fundamentada, posee el vigor de reverberar de manera propicia en la conceptualización de proyectos e intervenciones de un carácter decididamente holístico y con resonancia significativa. Si bien en primera instancia esta revisión conceptual se vislumbra particularmente beneficiosa para la región de América Latina y el Caribe por las acciones directas del BID, su trascendencia tiene el potencial de permeabilizar e influir en discursos y prácticas a nivel global.
Referencias:
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Barrera Crespo, P D, Mosselman, E., Giardino, A, Becker, A., Ottevanger, W, Nabi, M., Arias-Hidalgo, M. (2019), Sediment budget analysis of the Guayas River using a process-based model, Hydrol. Earth Syst. Sci, 23(6), 2763-2778, https://doi.org/10.1785/0120170259
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Crédito de imagen: Shutterstock
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